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Sábado, 4 de agosto de 2007

MUSICA › SERRAT Y SABINA

Un tributo a Fontanarrosa

Uno de los últimos dibujos del Negro aparece en el logotipo de 2 pájaros de un tiro. Los músicos españoles, en medio de la gira, lo recuerdan con cariño. “Era un tipo grande del que me acuerdo cada día”, dice Serrat. “Nosotros somos en realidad los pájaros de Fontanarrosa”, agrega Sabina.

 Por Juan Cruz *
desde Elche

Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina reconocen que lo peor de la gira 2 pájaros de 1 tiro ha sido la muerte de Roberto Fontanarrosa. Lo dicen los dos, por separado. Fontanarrosa, que murió hace diez días en Rosario, era “un tipo grande del que me acuerdo cada día”, dice Serrat. Uno de sus últimos dibujos son esos dos pájaros que aparecen en el logotipo de 2 pájaros de 1 tiro. Lo envió por e-mail, lo retocó, cuando ya su enfermedad había hecho su horrible trabajo. Hubiera querido verlos; ahora, decía Sabina, “nosotros somos en realidad los pájaros de Fontanarrosa”.

Lo mejor de la gira ha sido todo, hasta ahora. “Decía mi madre –cuenta Serrat– un refrán que le viene bien a todo lo que pasa: ‘De aquí allá, pajaricos habrá’.” La gira acaba de cumplir un mes; se inició en Zaragoza el 29 de junio, ha congregado estas 14 noches a una media de 10 mil personas y sólo ha tenido dos incidentes, uno en Santiago, por la lluvia, y otro en Pontevedra, porque se vendieron 500 entradas más que el aforo. ¿Y qué pasará? Pajaricos habrá.

Los dos se la están tomando muy en serio, “y nos lo pasamos de puta madre”, dice Sabina. Se encuentran, se tocan; Sabina dice que Serrat es su psiquiatra, “me ha devuelto la necesidad de trabajar, de estar alegre por hacerlo”, y a Serrat le fascina “la alegría con la que Joaquín viene a cada sitio; si no me pagaran, ya me pagaría la alegría de Sabina”.

Pancho Varona, que desde hace 25 años es carne y uña del cantante de Ubeda, dice: “Lo que se ve en el escenario es verdad: se quieren”. Antonio García de Diego, que podría hacer una enciclopedia de la sabinología: “Es una gira feliz y se nota en las caras, en las bromas”. Ricard Miralles, el músico sin el cual parece que Serrat es la mitad, está con su gorra verde de la gira, al piano, en el escenario; ríe, como siempre: “Es muy divertido, ya lo verás. Y me encanta conocer el repertorio de Sabina de cerca”.

La palabra clave es disciplina. Sabina le agradece a Serrat que lo haya llevado a los ensayos. Y la otra palabra es alegría. Los pájaros de Fontanarrosa, los del logotipo de la gira, miran cada uno por su lado; ahora, dice Serrat, “miran al público”; un pequeño resfrío, el que tenía antes de subir al escenario de Elche (un campo de fútbol, “polvoriento como un cuento de Rulfo”), acecha al catalán, pero sabe que cuando suba “allá arriba” se va a contagiar de la gente “y de Sabina. ¿Pero tú has visto cómo está, el cabrón?”

El cabrón ha llegado, como los toreros, “a su hora”; está en el camarín que Berri ha montado entre las construcciones de campaña que acompañan la gira; ha venido de Madrid, leyendo “libros que me gustan y libros del enemigo, ¡hay que conocerlo!”, en una furgoneta; viene con Jimena, su mujer y su equilibrio. A las ocho en punto está allá arriba, ensayando con Serrat: “Lo hago por él, sé que le gusta ensayar, pero por mí no haría nada, no probaría sonido, me lanzaría... Pero este cabrón catalán me ha hecho mucho bien: me ha devuelto la alegría y me ha quitado el teleprompter. ¡Ya me sé las canciones de memoria!”.

Serrat se moriría si no ensayara; está aquí desde el día anterior, ha tomado un arroz al mediodía; ha hecho la siesta, ha hablado con los técnicos, y a las ocho en punto ha subido allá, a cantar como si lo estuviera viendo la humanidad entera. En realidad lo veían Julián Sáez, periodista del Ayuntamiento de Elche (“con lo que saben, qué extraño que ensayen”), y los técnicos de sonido. “Pero es que si no ensayo, si no hago todos los ritos que hay que hacer antes de un concierto me irrito, muerdo.” Es tan contumaz el catalán que ya hasta Sabina ensaya, “¡pero sólo el sonido, eh!”, dice el de Ubeda.

Como dice Varona, es verdad lo que se ve en el escenario, se quieren. La gente hubiera esperado un cataclismo, que esta crónica hubiera empezado diciendo: “La gira 2 pájaros de 1 tiro es un infierno”. Pues no. Cuando Sabina sube al escenario besa a todos los músicos, como Ronaldinho al saltar al campo; pero después los sigue besando, pero es que antes los besó también. Serrat es más sobrio (“¡nos ha jodío, es que es catalán!”). Bromean durante, antes y después; antes de subir al escenario Serrat dice: “Jo, esto es un camping, sólo falta que venga el director”. El director es él. O más bien, el capitán. La atmósfera que se respira es la de un barco que va a partir. Y parte. Cuando parte es cuando ellos están ya en el escenario, y la gente, de todas las edades, ya es suya. De los pájaros de Fontanarrosa. Se saben todas las canciones. “Pues por eso vienen, porque se las llevan sabiendo muchos años”, dice Serrat. Luego se van a cenar, un tentempié. Sabina toca a Serrat, de vez en cuando, como si quisiera comprobar que está ahí. “Este cabrón, qué feliz me ha hecho.”

Preguntó Sabina: “¿Y por qué Fontanarrosa no es tan conocido en España?” Alguien le respondió: “Porque aún no se sabe que es más divertido que Harry Potter”. Hasta que suben al escenario, los pájaros de Fontanarrosa hablan, bromean, mantienen una relación que ha sido fundamental (dice Cristina Crespo, que produce con Berri desde hace más de diez años) “para que el repertorio y el público se vayan homogeneizando. ¿No ves que ya todo el público parece de los dos?”.

En Zaragoza, donde empezaron, eso no era así. Era nítida la separación: los de Sabina encendían sus teléfonos celulares, los de Serrat encendían sus encendedores. “Los míos eran más salvajes. Los de Serrat eran más sinfónicos, como de misa, tan serios, con Miralles y Serrat de negro”, explica Sabina. “Ahora somos uno y trino, ja, ja.” Antes también bromeaban en el escenario sobre quién era más guapo; Serrat decía que él, y Sabina se vanagloriaba de que los años lo han ido acercando “a la belleza de mi primo”. Se llaman primo, por la canción que hace 15 años, “cuando me arrodillaba al verlo”, le hizo a “mi primo El Nano”. Ahora, ya ha pasado el tiempo para que hablen de otras cosas, “y para seguir cambiando; aún cambiaremos mucho”, dice Serrat. “Es la base para divertirnos, cambiar. En esta gira hay algo de desafío; si en el escenario no nos metiéramos uno con otro como si estuviéramos en casa la gente nos miraría raro. Hay que desafiarse. Es fantástico. ¿Y lo de guapo? Para qué vamos a seguir hablando. Yo soy más guapo, lo he sido siempre. Pero no te creas que me ha servido para más...”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12..

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