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Jueves, 20 de septiembre de 2007

MUSICA › UTE LEMPER ACTUO COMO SOLISTA CON LA FILARMONICA

Versiones con expresión y estilo

La cantante alemana se lució en la interpretación de Los siete pecados capitales, de Kurt Weill y Bertolt Brecht.

 Por Diego Fischerman

Si sólo hubiera existido la primera parte, con el estreno de Música nocturna, del notable compositor argentino Julio Viera, y la excelente versión de la Sinfonía Nº 8 de Franz Schubert, habría sido un concierto extraordinario. Si sólo hubiera existido la segunda parte, con Los siete pecados capitales, de Kurt Weill y Bertolt Brecht, interpretada como los dioses por Ute Lemper, como solista de lujo, y un magnífico coro masculino conformado por cuatro de los mejores cantantes locales, habría sido, también, un concierto extraordinario. Ambas partes, desde ya, fueron parte del mismo concierto. Y el mérito corresponde, además de a los solistas, a un director de gran precisión rítmica, a su profundo trabajo con los matices, al detalle logrado en los planos y a una orquesta concentrada que sonó impecable en todas sus filas y absolutamente comprometida como conjunto. Y, también, a una programación lo suficientemente inteligente como para elegir, además de un repertorio atractivo, los intérpretes adecuados para llevarlo adelante.

El centro de atracción, desde ya, era la presencia de Lemper. Si bien es cierto que ha realizado conciertos de esta clase en distintas partes del mundo y que la obra que interpretó es una de sus especialidades, su lugar actual, como estrella del music hall mucho más que como cantante lírica, convertía su actuación en algo sumamente inusual. Orquesta y director aparecían obligados, eventualmente, a un nuevo protocolo marcado ya desde el uso de micrófono de la cantante y la necesidad de amplificación del coro y la orquesta para lograr una ecualización homogénea. En ese sentido, la posibilidad de división entre las dos secciones del concierto fue un riesgo sorteado con fortuna. Hubo diversidad estilística, hubo diferencias en cuanto a sonoridad, pero el espíritu y la calidad musical fueron los mismos desde el comienzo hasta el final. La obra de Viera, tres movimientos breves y sumamente expresivos, caracterizados por fuertes contrastes dinámicos, un trabajo tímbrico de gran fineza y cierto tono “gershwiniano” en las cuerdas, fueron un comienzo brillante. La Sinfonía Inconclusa de Schubert, más allá de su supuesta inconclusión, es una obra inquietante, donde la oscilación entre un tema aparentemente festivo y elementos que lo enturbian y ensombrecen, las disrupciones y esa especie de temblor que caracteriza a toda la obra madura de Schubert, convierten sus dos movimientos en una lección de ambigüedad y multiplicidad de significados. Latham Koenig construyó, junto a la Filarmónica, una versión tan detallada y meticulosa como llena de comunicatividad. La obra de Brecht y Weill, última de las colaboraciones importantes entre ambos y, en gran medida, deudora del estilo de Mahagonny, tuvo una interpretación ejemplar. Lemper, exacta en el carácter, suelta como para quedarse en algún pasaje, como para “hablar” algún otro y hasta para mover su cuerpo como si no se hubiera tratado de un concierto “clásico”, impecable en la afinación, sarcástica, tierna o desgarrada según el caso, fue la protagonista ideal. El coro conformado por Di Pierro, Iturralde (ambos perfectos en los pasajes solistas), Peroni y Tomas, justo en el estilo y en la dicción, fue un partenaire privilegiado.

10-ORQUESTA FILARMONICA DE BUENOS AIRES

Solistas: Ute Lemper, Osvaldo Peroni, Mirko Tomas, Hernán Iturralde y Nahuel Di Pierro.

Director: Jan Latham Koenig

Obras de Julio Viera, Franz Schubert y Kurt Weill.

Teatro Gran Rex, martes 18.

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Ute Lemper fue sarcástica, tierna o desgarrada y contó con la complicidad de la orquesta.
 
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