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Domingo, 18 de noviembre de 2007

MUSICA › LAS IDEAS Y EL CORAZON DE SKAY BEILINSON

“Yo tengo el sonido de la guitarra grabado en los huesos”

En su nuevo disco, el guitarrista y cantante encuentra la mejor expresión musical para un escepticismo no exento de esperanza. Reacio a considerar lo suyo como una “carrera”, Skay analiza aquí su lugar en la música.

 Por Cristian Vitale

Salvedad: Skay Beilinson, viejo hippie de trinchera, se resiste a rotular su período post Redondos como carrera solista. O como trayectoria. O como cualquier sinónimo que implique una cadena principio-desarrollo-fin semipautada. Por varias razones, pero una en especial: “Carrera me suena a competencia, a llegar a algún lugar. Y solista no soy, porque sigo tocando en una banda. Yo simplemente armo y compongo”, dice, mientras va por el segundo café. La secuencia transcurre en un restaurante bastante caro de Palermo Chico. Poly, La Negra –siempre gentil–, se acaba de evaporar por el pasaje Russel, y el guitarrista reacomoda su osamenta larga y flaca sobre una silla de plástico bastante incómoda. Enciende un Gitanes, clava sus ojos verdes en una botella de agua mineral y tira una furibunda declaración de principios: “Yo tengo el sonido de la guitarra grabado en los huesos”. La frase, así, salida de un soplo, es la más útil del mundo para definir global y certeramente la tríada de discos que lleva editados. Explica y aúna –sin cavilaciones– los riffs desgarrados, deformados que atraviesan el Mar de los Sargazos; la crudeza sanguínea que revela Talismán y el sonido austero, “a madera” que delinea ciertos pasajes de La marca de Caín, disco que presentará el 7 y 8 de diciembre en El Teatro. En los tres, más allá de sus especificidades, lo que domina es el hueso Skay: único e incomparable.

Los contrastes, tal vez, sean de concepto. Si en su disco debut el guitarrista había construido un microcosmos sórdido, casi asfixiante, imaginando esos barcos varados en las Islas Bermudas que no podían llegar a tierra por abundancia de algas y terminaban enloqueciendo a los marineros –¿alegoría de la crisis del 2001?–, en La marca de Caín prevalece cierta celebración de la vida, con sus giros. Si en Talismán –el segundo– la búsqueda se asienta sobre tópicos más universales (la rabia, el futuro, la guerra), en éste el foco está puesto en claroscuros más autorreferenciales. En cierto escepticismo que, burlando su definición exacta, no anula la presunción de un futuro mejor. No es cosa del azar que Skay haya recurrido al mito bíblico de Caín y Abel. Hay un mundo en tensión, un maniqueísmo celeste/terrestre, un limbo que oscurece tanto como aclara, en el que el músico navega con soltura. Y genera, desde ahí, su propia exégesis: “La historia de Caín y Abel nos habla de dos hermanos que representan diferentes aspectos de lo humano. A Caín le toca lidiar con todos los asuntos de la Tierra, es el que representaría nuestra parte vinculada al mundo, a las relaciones, a lo material. Y Abel es lo espiritual. Es esa lucha entre el bien y el mal, lo sutil y lo denso”.

–El personaje de “La doble marca” es quien lleva la marca de Caín. “Estás marcado / estás condenado”, dice la letra. ¿A qué?

–Siempre hablamos con Poly de que en la gente que uno encuentra existe un dolor que se le nota en la mirada. Hay ciertas afinidades que llevan a uno a engrampar con ciertas personalidades y no con otras. Justamente aquellos que no encajan, que no tienen un lugar fácil dentro de la sociedad son aquellos con los que uno se relaciona más fácil. Poly les dice los cainitas, los que tienen la marca. No es una marca heroica, sino un signo de dolor que proviene de no encajar en el mundo establecido. Pese a ello, aún tienen sueños, aún siguen creyendo en otras cosas. En cierto modo, es algo autorreferencial.

–Cuando alguien compone una canción sentida, seguramente su estado de ánimo no es el de todos los días. Hay un plus. ¿Qué pasó cuando compuso ésta? ¿Cuál era su estado subjetivo?

–En el proceso creativo hay muchas instancias. La primera es absolutamente intuitiva... es la que aparece casi como un chorro de inspiración que, en mi caso, arranca desde lo musical. Con el tema de las letras, muchas veces no sé de qué voy a hablar: las empiezo a descubrir a medida que escribo. Tal vez escribo un verso, una frase, y la vuelvo a trabajar otro día. Siempre hay ideas que cuajan y otras que no. Cuenta también la musicalidad propia de la canción. La palabra, como letra de canción, tiene que tener su propia musicalidad.

Buen pie. Una de las particularidades del Skay cantante es, precisamente, su forma de decir rabiosa, áspera. En sus canciones, casi como norma general, prima el cómo decir sobre el qué decir. Basta escuchar cómo modula la palabra corazón en el primer track, “Angeles caídos”, o de qué manera pronuncia la frase “fuera del tiempo/ girando con vos” en “El viaje de las partículas”. Las palabras marcan, laceran, seducen. Y una concatenación de ellas, que a veces ocupan solo dos párrafos, puede entrarle por la parte al todo. ¿Ejemplo?: “Canción de cuna”. Skay transforma un blues en un arroró para un niño robot, y de ello resulta una canción de amor desconsolada. “Estamos viviendo ese tiempo ya, poco a poco nos va ganando el mundo tecnológico. Yo intento retomar aquella cosa más sensible en medio de este mundo, que nos invade todos los ámbitos.” Recorte atendible –éste del Skay letrista– dados los antecedentes. Pese a intentar componer algunas historias durante su paso por los Redondos, estaban claros los roles y el suyo no era precisamente el del lápiz. “Lo que me sale naturalmente es componer música. La cuestión de la letra me es más un trabajo”.

–¿Trabajo como sinónimo de sacrificio?

–No tanto. Pero en la música me puedo guiar mucho más por la intuición... lo que quiero decir con la música para mí está claro, pero el mensaje a través de las palabras se me hace más engorroso.

–Seguramente tiene que ver con un acostumbramiento. Durante todo el viaje de los Redondos, ése era el rol del Indio Solari.

–El Indio es uno de los grandes poetas del rock y yo, cuando intentaba escribir una letra, no encontraba la manera de trabajarla. Relegué esa parte, pero la empecé a descubrir en esta etapa.

–El disco no llega a los 40 minutos. ¿Cuál es la razón?

–Yo vengo de la época del long play y para mí es el tiempo de escucha perfecto. Cuando una obra se hace muy larga, llega un momento en que me cansa, y todo el concepto que le diste a un disco se diluye. Es el tiempo que vale para mí.

–¿Por qué recurrió a Hypnofón, la orquesta de Alejandro Terán?

–Cuando estaba armando los demos, vi que había un par de temas a los que les vendría muy bien un tratamiento de cuerdas. Unos amigos me recomendaron a Alejandro y fue un encuentro feliz. En “Una doble marca” sentí que su final epopéyico a la Tim Burton tenía que sonar con trompetas y violines...

–Apocalíptico...

–Claro. Buscaba algo que superara lo rockero-tradicional. A mí me gusta salir un poco de la estructura clásica, meter una gaita, una cantante lírica, un cuarteto de cuerdas.

–Pero siempre recurriendo a algo más folklórico que tecnológico.

–Tiene que ver conmigo: no tengo computadora, mail ni celular (risas). Igual, hay temas como “Arcano XIV” que tienen secuencias rítmicas y sonidos electrónicos. Creo que son herramientas que, en mi gusto, hay que tratar de dosificar para no perder el pulso rockero.

– ¿Este recelo con la tecnología fue parte de la discusión con el Indio durante la última etapa de los Redondos?

–No. Nunca hubo conflicto en ese sentido, porque la propuesta del Indio había sido trabajar con aparatos modernos y para mí fue interesante abrir el panorama desde la textura de la música, algo que en las etapas anteriores tratábamos de resolver desde los instrumentos acústicos. Nunca fue motivo de discusión.

–Tal vez sea imaginería. Está quien dice que usted se quedó con el sonido “puro” de los Redondos y el Indio, con el más “elaborado” o heterodoxo.

–Posiblemente eso tenga más que ver con mi personalidad como instrumentista. El Indio toca un poco de teclados, un poco de guitarra, pero no es su métiere, él trabaja más desde la parte conceptual, no tiene muchos recursos desde lo instrumental. Entonces, cuando nos separamos, cada uno siguió investigando desde los lugares en que tiene más dominio.

–¿Qué le provocó la separación en términos subjetivos? ¿Recuperó ciertos rasgos del Skay pre Redondos o lo siente como una continuidad?

–Como una continuidad. Yo me fui haciendo músico desde los 14 años, me fui formando de tocar y tocar. Cuando empezamos con los Redondos éramos unos perros totales, y fuimos mejorando con el tiempo. Comenzar solo es como seguir el mismo camino, con otras particularidades.

–De vuelta a Caín: en “Tal vez mañana”, la historia habla de un personaje desconsolado que sueña con ir a Katmandú, un lugar al que también apelan Pappo, Luca Prodan, Fito Páez...

–Es que fue el lugar mítico de toda nuestra generación... era la Meca del hippismo, el lugar donde uno iba a encontrar algún tipo de iluminación.

–La tierra sin mal.

–Posiblemente. Una tierra espiritual donde uno podía pasar otro tipo de experiencias y realidades.

–La canción es paradójica, porque el tipo que quiere ir a Katmandú es un loser que duerme entre andenes y vagones. Un desamparado que no puede moverse de ahí. ¿Es una manera de describir un escepticismo respecto de aquellos sueños?

–Yo veo al rock como una cultura que nació paralela a la oficial, como una contracultura que tenía paradigmas, valores, cuestiones relacionadas con la celebración de la existencia, diferente de lo que proponía la cultura del consumo. Era otra manera de vincularse con el trabajo, Dios, la naturaleza, la vida y la muerte. Lo que ocurrió es que toda esa contracultura fue absorbida por el sistema. Se transformó en slogan. Se perdió el sentido de red de cultura y todo quedó reducido a una cuestión de mercado. De todas maneras, son los mismos viejos sueños de la humanidad desde el principio de los tiempos. Y siguen siendo los grandes motores que impiden que el mundo se autodestruya en cualquier momento. La canción habla un poco de eso.

–Dados estos ideales colectivistas, más de anonimato, ¿cómo bancó haber sido parte de la banda más popular del rock argentino con el nivel de exposición que ello conlleva?

–Justamente, fue bueno entender que, cuando las cosas empezaron a carecer de aquel fuego que hacía que fuesen los Redondos, el tiempo ya había pasado. No sé si volverá a repetirse, pero uno debe ser fiel a sí mismo. También tiene que ver la edad. Cuando uno tiene cierta edad, hay un montón de cosas que dejan de tener el brillo, la zanahoria que tenían en otro momento. Las cosas más importantes empiezan a ser las más pequeñas y sutiles.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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