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Lunes, 2 de diciembre de 2013

LITERATURA › MARIO VARGAS LLOSA Y DAVID GROSSMAN EN LA FERIA

“Necesitamos literatura porque despierta el sentido crítico”

En diálogo literario y político entre el Nobel peruano y su colega israelí sirvió como apertura del Salón Literario Carlos Fuentes. El moderador Juan Cruz advirtió que ambos sintieron la pulsión de escribir desde la infancia.

Desde Guadalajara

El río de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) corre rápido como el tiempo. La apertura del Salón Literario Carlos Fuentes reunió a cientos de lectores y escritores que luego de sortear medidas de seguridad extremas –Israel, el país invitado de esta edición, se quejan algunos en voz baja, “ocupó” la FIL– no se iban a perder el diálogo literario (y político) entre el escritor israelí David Grossman y el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, en la Expo Guadalajara. “Si queremos que el mundo siga cambiando, que la humanidad siga derrotando a todos los grandes demonios que hacen la vida difícil o insoportable para mucha gente, necesitamos literatura, esa fantasía que nos saca de la realidad tal como es y nos acerca a la realidad tal como quisiéramos que fuera”, dijo el narrador peruano. “¿Qué se necesita para que haya paz entre nosotros y los palestinos? Yo creo que los palestinos tienen que tener su propio Estado libre, independiente y soberano. Tienen que tener privilegios, no ya como palestinos, como seres humanos”, afirmó el escritor israelí. Muchos lo aplaudieron y ovacionaron de pie. “Les deseo de manera sencilla (a los palestinos) que tengan una vida normal, que no sean humillados como bloques, que no sientan la carga de la ocupación que, si yo estuviera en este tipo de ocupación, mi vida sería un tormento”, reconoció el autor de La vida entera. Grossman, que tiene un hijo muerto en la guerra, admitió la imperiosa necesidad de resolver el conflicto en Medio Oriente y que haya paz.

El pecado que no se puede nombrar

Juan Cruz, en su rol de moderador, advirtió que ambos escritores sintieron la pulsión de escribir desde la infancia. “Saul Bellow decía que un libro cura. Escribir, dicen Vargas Llosa y Grossman, cura”, razonó el periodista que citó una frase del escritor israelí: “Hoy sé que a los 10 años descubrí que los libros son el único lugar en el mundo donde pueden coexistir las cosas y las pérdidas”. Grossman agradeció “la cálida bienvenida” del público. “Yo era un amante de Sholem Aleijem. Como mi padre no me dijo mucho de su niñez, darme a leer Sholem Aleijem era como darme su niñez. Había algo en la melodía de esas historias que me atraía profundamente”, comentó el narrador israelí. “Aprender a leer fue descubrir un mundo riquísimo de aventuras que podía ser mío –aseguró el Premio Nobel de Literatura–. Recuerdo nítidamente el inmenso placer que me dio la lectura. Pude viajar hacia el pasado, hacia el futuro, convertirme en pirata o explorador.” Pero también Vargas Llosa asumió que muy pronto empezó a asociar la literatura con lo prohibido. “Mi madre tenía un libro de poemas que me prohibió leer. Era Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Lo leía a escondidas y no entendía muchos versos que me inquietaron: “mi cuerpo de labriego salvaje te socava/ y hace saltar el hijo del fondo de la tierra”... ¿Qué es lo que pasa aquí? –agregó Vargas Llosa y pronto el público estalló en carcajadas–. Esos versos me mostraron que la literatura podía ser lo pecaminoso”.

El escritor peruano habló de la pasión por la lectura, la razón de ser de un escritor. “Mi madre me contó que si no me gustaba el final de las historias que leía, lo cambiaba. Desde muy chico me di cuenta de que no sólo leer sino escribir podía enriquecer la vida con la imaginación. La vida tal como uno la vivía no bastaba. Uno quería más de lo que podía vivir. Y aquello podía encontrarlo en los libros.” A pesar de la diferencia de edad –Vargas Llosa nació en 1936, Grossman en 1954–, Cruz mencionó un puñado de autores preferidos por ambos: Thomas Mann, Virginia Woolf y Franz Kafka. “Todos los escritores que están aquí darían la misma lista. Nunca conocí a un escritor que me dijera que Woolf o Kafka no es importante para él”, preludió Grossman. Leer a Ana Frank, la chica que describió el exterminio nazi en primera persona, fue una diáspora inesperada. “Las víctimas eran mis nombres y hombres sagrados. El arte es donde las cosas y las leyes pueden existir simultáneamente. Escribir es donde la vida toca la muerte; es en el arte donde está este contacto, tan impactante en la relación.” La diferencia entre leer un periódico y un libro le permitió bosquejar un puñado de reflexiones. “Son los medios de comunicación los que convierten a los seres humanos en masa por la manipulación y el intento de darnos a todos la sensación falsa de que cuando leemos un periódico somos iguales. Cuando diez mil personas leen un libro, el diálogo más íntimo que tiene el lector con un libro llega de manera diferente.” Puso un ejemplo “ideal” que calzó como anillo al dedo de Vargas Llosa: la escena del fiacre de Madame Bovary, de Flaubert, cuando Emma está con su amado en un carruaje, buscando un lugar para estar solos. Como no lo encuentran, hacen el amor en el carruaje. Todo el pueblo los ve pasar por las calles de Rouen y señala con la mano el coche. “Cuando estamos leyendo el periódico, somos el pueblo que señala con las manos. Nosotros acá, en cambio, somos como la pareja”, ironizó el narrador israelí.

Escribir la propia tragedia

No fue una elección casual de Grossman. Vargas Llosa es autor de La orgía perpetua, un ensayo en que analiza la novela de Flaubert y pone el foco en esa escena. “Los libros han organizado mi vida, han sido la mayor influencia en mis gustos y mis pasiones. Estoy seguro de haber descubierto la importancia de la forma leyendo a Faulkner –precisó el escritor peruano–. Fue el primer escritor que leí papel y lápiz en mano, saltando hacia el pasado, el futuro, con varios narradores-personajes que se iban pasando la voz narrativa.” El autor de Conversación en la catedral destacó la importancia que tuvo Madame Bovary, novela que leyó en 1959. “Me cambió la vida, descubrí el tipo de escritor que quería ser y el tipo de escritor que no quería ser. Se podía ser un escritor realista, algo que entonces yo desdeñaba, y al mismo tiempo no quería ser un escritor abundante, sino que ciñera el lenguaje, donde no sobrara ni faltaran palabras.” La escena del fiacre que narra el devaneo por las calles de Rouen “obliga a nuestra imaginación a trabajar y nos empuja adentro del coche”, añadió. “Es una de las escenas más eróticas de la literatura, una de las escenas más bellas y conmovedoras que enseña a narrar por omisión. Una novela se puede venir abajo si se dice demasiado.”

Cruz volvió sobre una declaración de Grossman en una entrevista en la revista Paris Review de 1990: “Escribo para escapar de la pena”. “Estoy en desacuerdo conmigo. No escribo para escaparme de la pena. No soy un escritor ‘escapista’. Mi modo de enfrentar la vida es con la escritura. En ocasiones pienso que la única libertad real es escribir nuestra propia tragedia con nuestras propias palabras. Tratan de imponernos las palabras, pero hay que rebelarse contra eso. El escritor se siente claustrofóbico en las palabras de otro. Los escritores son gente que por naturaleza sospecha de las palabras. ‘Esta palabra no es la precisa, no es la correcta’. Cuando escribimos, nos estamos enfrentando a los materiales más relevantes de uno y de su país. ¡Qué afortunados somos de ser escritores, porque le damos nuestro nombre privado e íntimo al mundo!”, celebró Grossman.

Cuando la muerte golpea

No hay puntos de fricción ni desacuerdos significativos. “Escribir produce una felicidad inmensa, por eso me río de esos escritores jóvenes que dicen que sufren. ¡Mentira: has gozado como un cochino!”, exclamó Vargas Llosa en un tono rayano con la indignación. “La literatura despierta el espíritu crítico. Sería un vía crucis para los seres humanos, si la literatura llegase a desaparecer. Necesitamos literatura, esa fantasía que nos aleje de la pesadilla orwelliana de una sociedad modernísima, de autómatas sin espíritu crítico y totalmente subordinados y conformistas a una realidad autoritaria.” Cruz evocó otra frase de un libro de Grossman, Más allá del tiempo: “Cuando la muerte golpea, se rompen todas las reglas”. Fue el prólogo hacia lo político. Vargas Llosa repasó su época de estudiante, cuando las ideas que tenían arraigo en América latina llegaban de Francia, de Jean-Paul Sartre y Albert Camus. “Sartre nos decía que escribir era una manera de actuar que influía sobre la realidad. Esa idea sé que hoy es obsoleta; es una pretensión ridícula y absurda creer que escribir un poema o una novela va a cambiar el mundo.” El escritor peruano elogió la obra de Grossman por su valentía y “heroísmo discreto”. Vargas Llosa contó que en los años ‘70, cuando estaba decepcionado con la izquierda latinoamericana, viajó a Israel. “El único país donde me sentía de izquierda es en Israel. La izquierda israelí es profundamente democrática y no ha perdido la tolerancia”, subrayó Vargas Llosa. Leer a Grossman o Amos Oz –según confesó el autor de El héroe discreto, última novela que presentó en la FIL– le permite conocer lo que significa simplemente la existencia de Israel. “He criticado a Israel en muchos temas, pero siempre desde la solidaridad hacia un país que vive plenamente la democracia”, ponderó el Premio Nobel de Literatura en uno de los tramos más polémicos y provocadores de este diálogo.

Grossman nació y vivió toda su vida en Israel. “Es el único lugar en la Tierra donde no me siento extranjero”, admitió con la inflexión sincera de un vínculo perdurable. “¿Qué se necesita para que haya paz entre nosotros y los palestinos? Creo que los palestinos tienen que tener su propio Estado libre, independiente y soberano, tienen derecho.” Luego de una sentida ovación, con buena parte del público de pie, llegó el momento de los augurios. “Les deseo de manera sencilla (a los palestinos) que tengan una vida normal, que no sean humillados como bloques, que no sientan la carga de la ocupación que, si yo estuviera en este tipo de ocupación, mi vida sería un tormento.” El escritor israelí, entusiasmado por el tema, continuó. “No quiero que nadie tenga sombras. En tanto estemos ocupando a otra gente, no tendremos aire para respirar –pronosticó–. Siempre está la tierra temblando bajo nuestros pies. Sólo si tenemos paz con los vecinos vamos a poder existir por más generaciones. Necesitamos tener un diálogo. Critico a Israel cuando deber ser criticado y critico a los gobiernos que durante años han sido incapaces de llegar a la mesa de negociaciones”. Después de la lectura en hebreo de un fragmento de Más allá del tiempo, extrañamente familiar para un puñado de miradas aguijoneadas por la emoción, el público, otra vez de pie, aplaudió con la certera impresión de que el sonido ininteligible del hebreo iluminó la penumbra de una vieja herida que aún duele.

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Grossman y Vargas Llosa coinciden en su aprecio por la literatura de Thomas Mann, Virginia Woolf y Franz Kafka.
 
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