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Miércoles, 4 de mayo de 2011

CINE › CRISTIAN HARBARUK CODIRIGIó VIENEN POR EL ORO. VIENEN POR TODO

Cuando Esquel paró a la minera

El documental, que se estrenará mañana en el Malba y la semana siguiente en el Espacio Incaa KM 0 Gaumont, retrata los días en que la ciudad patagónica rechazó la instalación de una mina a cielo abierto (con utilización de uranio) para extraer oro.

 Por Oscar Ranzani

Cualquier pueblo se modifica muchísimo con la llegada de una empresa multinacional que tenga la idea de realizar una extracción de metales preciosos en una mina cercana. Pero el caso de Esquel es paradigmático para entender cuánto vale la participación popular a la hora de evitar desastres ecológicos, que traen como consecuencia no sólo efectos muy nocivos para el medio ambiente y la salud humana, sino también en el plano social y económico. En 2002, una empresa canadiense llegó a Esquel para extraer oro y plata con una metodología que, en la jerga técnica, se conoce como “minería a cielo abierto”. Para entender el desastre que deja en la zona, basta con mencionar que utiliza cianuro para la extracción.

A cambio de poder hacer su negocio, ofrecía 400 puestos de trabajo y la inyección de 120 millones de dólares en la economía local. Por aquellos tiempos, posteriores a la crisis de diciembre de 2001, de los 30 mil habitantes que tenía Esquel, el 40 por ciento estaba desempleado. Al principio, algunos vieron la posibilidad de salvarse, pero muchos otros también entendieron que, a largo plazo, la cosa empeoraría. Y mucho. Poco a poco, el pueblo se fue enterando de los desastres que ocasiona la minería a cielo abierto y fue tanta la conciencia social adquirida que se creó un potente movimiento social contra la mina. Debido a la presión popular, el 23 de marzo de 2003 se realizó un plebiscito no vinculante y el 82 por ciento del pueblo –muchos desempleados– le dijeron que no al proyecto minero. La crónica de esa lucha es narrada con precisión destacable en el documental Vienen por el oro. Vienen por todo, de Pablo D’Alo Abba y Cristian Harbaruk, que se estrena mañana en el Malba y el próximo jueves en el Espacio Incaa KM 0 Gaumont.

Ambos cineastas habían llegado a Esquel con objetivos muy diferentes al que terminaron logrando. “Con Pablo estábamos haciendo un programa de aventuras, tipo Expedición Robinson, era una competencia entre países”, relata Harbaruk en diálogo con Página/12. La dupla llegó en diciembre de 2002, dos meses después del nacimiento de masivas asambleas populares. Como los realizadores vieron que era algo muy fuerte lo que estaba sucediendo, decidieron registrar con sus equipos de filmación lo que se estaba gestando, sin saber que iba a terminar teniendo un carácter histórico. “Era una movilización muy fuerte”, recuerda Harbaruk. Y en ese momento, el dúo comenzó a plantearse “qué era lo que pasaba, qué era lo que ofrecía este emprendimiento minero y en qué se oponía al desarrollo turístico y al medio ambiente que está en los alrededores de Esquel”.

Después de enterarse de que este tipo de minería nació en Montana, Estados Unidos, durante los ’70, y que en los ’80 el Estado terminó haciéndose cargo de las consecuencias, ambos cineastas empezaron a investigar “qué sentido tiene que se haga este tipo de extracción en la Argentina y cómo es que de pronto aparecen todas estas explotaciones”. “Entendemos que tiene que ver con las modificaciones de la Ley de Extracción de Recursos Naturales, modificada en el ’96 por Carlos Saúl”, considera Harbaruk.

–A pesar de algunas excepciones, el pueblo de Esquel pareció unirse mucho ante este hecho. ¿Cómo observaron ustedes la resistencia?

–Confusa, en un momento. Cuando a la gente le dijeron que iba a tener una mina de oro, no es que automáticamente se movilizó y dijo: “No la queremos”. En un comienzo, la gente dudó. Hasta algunos se pusieron felices: “Vamos a tener empleo”, decían. Había hambre, de- socupación, desesperanza. Sabemos lo que era la Argentina de ese entonces y lo que pasaba en el interior: estaba sometidísimo, no tenía ninguna alternativa de crecimiento. Y Esquel no era la excepción. Todo lo contrario, el empleo público era (y sigue siendo) el empleo número uno del lugar. Y no tenían esperanzas. Entonces, cuando llegó la mina de oro, muchos abrieron los ojos y dijeron: “¡Uy, qué bueno!”. Pero después, con la investigación se fue armando un grupo respetado dentro de la sociedad. No eran políticos, era gente anónima que se interesaba en qué era lo que le iba a pasar.

–Las multinacionales suelen defender sus proyectos mineros con la excusa de que llevarán solvencia económica y puestos de trabajo a los pueblos donde desean efectuarlo, pero el documental lo desmiente. ¿Cómo incidió esto en Esquel?

–Las multinacionales mineras tienen un desarrollo de la palabra completamente estudiado. Ellos hablan de desarrollo sostenible, del uso responsable del cianuro. Estas empresas dicen que están haciendo algo que va a provocar un bien. Hay un manejo del lenguaje completamente estudiado y apuestan a que la gente que tiene algún interés diga: “Pero si la minería es buena, si la hacen en todo el mundo, ¿por qué no la van a hacer acá?”. En la Argentina hay cuatrocientos proyectos mineros de este tipo llevándose adelante en diferentes estados de producción. ¿Por qué éste fue tan diferente al resto? ¿Por qué hubo un pueblo que lo frenó? Porque estaba a siete kilómetros. Mirabas y estaba ahí arriba: la montaña de la punta era la que se iba explotar.

–¿Y hasta qué punto el proyecto modificó la cotidianidad del pueblo?

–Ciento por ciento. Se enfrentaron en los senos de las familias. Fue el disparador de las diferencias de criterios sobre la vida misma. Hubo hermanos enfrentados porque uno pensaba que este tipo de emprendimiento no iba a servir sólo para el beneficio de algunos pocos y el otro estaba en pareja con alguien que estaba trabajando en una empresa minera. Porque, en definitiva, el que va a trabajar en una empresa minera también es alguien que está buscando el pan. No es un ser diabólico por querer trabajar para una empresa minera. También es una forma de subsistencia. Lo que sucede es que si uno lo analiza profundamente, dice: “¿Para qué se explota el oro?, ¿cómo se explota el oro?, ¿para qué va a servir ese oro después?, ¿a quién le va a servir?, ¿cuáles son los beneficios que da?, ¿cuál es el pasivo de desastres ambientales posibles que van a quedar?”. Entonces, en toda esa ecuación, estamos de acuerdo en que por suerte se haya frenado este emprendimiento minero. Y ojalá se frene este tipo de emprendimientos en todo el país y en los lugares donde está pasando esto, que son todos los países del tercer orden que tienen una legislación armada para que se explote.

–El film muestra la complicidad de los políticos con las multinacionales mineras y, en algún punto, hasta los ridiculiza. ¿La idea fue no solo denunciar, sino también reivindicar la resistencia?

–La única forma de construir algo es participando. La resistencia no es la palabra que más me gusta, sino la participación. Resistir contra lo que está armado sin que vos tengas una voluntad es correcto. Pero participar es aún más correcto. Lo que nos hace falta es participar. El gran ejemplo que dio el pueblo de Esquel es que con la participación se puede decidir. Tu participación no es en vano, sino que da un fruto: que se haga lo que te parece que es correcto.

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“El gran ejemplo que dio Esquel es que con la participación se puede decidir”, dice Harbaruk.
Imagen: Pablo Piovano
 
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