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Martes, 23 de agosto de 2011

CINE › VIUDAS QUEDó 3ª EN EL RANKING DE ESPECTADORES EL úLTIMO FIN DE SEMANA

Las razones de una buena sintonía

La película de Marcos Carnevale tuvo un promedio por pantalla superior incluso al tanque El planeta de los simios.

 Por Juan Pablo Bertazza

En Anita, el anterior trabajo de Marcos Carnevale, había una escena que además de decidir la trama del film, generaba un verdadero trastorno con respecto a lo que se esperaba encontrar en la película; una comedia ligera sobre la discriminación que sufren las personas con síndrome de Down se terminaba transformando en una película extraña y distinta que mostraba desde otro ángulo una de las heridas más recientes de nuestro país: al mismo tiempo que explotaban los vidrios del negocio donde trabajaba su madre, Anita (Alejandra Manzo) salía literalmente volando de la escalera en la que estaba subida, como consecuencia directa del impacto del coche bomba que detonó en la AMIA el 18 de julio de 1994.

Ahora, en Viudas, sucede algo similar pero exactamente al revés: “Salí de acá, cojo horrible” dice todavía entre risas y lágrimas el personaje de Valeria Bertucelli a Graciela Borges en el clímax de una discusión violenta acerca de la calidad del sexo que tenían con el hombre de su vida, una pelea terminal que esconde, sin embargo, cierta dosis de ternura. “Salí de acá, cojo horrible.” Esa es la explicación de un chiste del cual se acuerda, el chiste sobre una mujer que es atacada por un violador cojo. Si Marcos Carnevale –director de cine con mucha experiencia en la televisión– siempre contó con la extraña virtud de escenificar una serie de lugares comunes y clichés para que, una vez que el espectador se acomoda sin sobresaltos en las butacas, reciba una sorpresa contundente (algo que también sucede con respecto a la vejez en Elsa & Fred), en esta película esa característica llega a su cumbre. Viudas no puede ser encasillada en ningún género: pasa del drama a la comedia, de la tragedia al humor en un instante. Y para eso la selección de la dupla Graciela Borges y Valeria Bertucceli, dos grandes actrices opuestas como el agua y el aceite pero que también saben atraerse –y mucho–, parece ser ideal.

Ellas pelean y discuten porque, según los papeles, deberían disputarse el amor de un hombre que ya no está, la disputa por la memoria que ya no genera ni presente ni futuro, contrincantes que sólo tienen como premio poder seguir peleando por una sombra, por un fantasma.

La película, que en el ranking del último fin de semana quedó tercera en materia de taquilla, con 92.000 espectadores en 60 pantallas, un excelente debut para una película argentina, con un promedio por pantalla superior incluso al tanque de El planeta de los simios, empieza con una ficción a la manera de la obra dentro de la obra de Hamlet, uno de los documentales sobre el amor que filma Elena (Graciela Borges), y termina con la brillante interpretación que hace Vicentico de “Paisaje”. Durante esa filmación del comienzo, ella recibe la noticia del infarto de su marido. Cuando llega al hospital, apenas ve a la extraña joven que lo acompaña en silencio y muy ligera de ropa, advierte la muerte y todo lo que está por venir. Luego, las líneas horizontales que confirman el deceso de Augusto pasan sin solución de continuidad a mostrar las luces difusas de los autos, en un plano secuencia de la ciudad de Buenos Aires que es una marca registrada de la película; permanentes tomas en movimiento desde el interior del auto manejado por Elena, hasta los lentos pasos que marcan la condición de peatona de Elisa, quien además trabaja como reportera de tránsito en una radio. Cada una de esas escenas urbanas tiene como propósito mostrar la intemperie, la desprotección que genera la muerte pero también lo que queda del amor cuando se va la persona amada, algo especialmente bien resuelto en la escena en la que, antes de morir, Augusto le manifiesta a su mujer su última voluntad: le pide que ella cuide de su amante –sin decirle que lo es– porque no puede sola.

La vulnerabilidad digna del personaje de Valeria Bertucceli encaja como un perfecto rompecabezas con la fortaleza con grietas del personaje de Graciela Borges, que emprende el duelo con mucha determinación: siguiendo con sus películas, riñendo con el revelador personaje de travesti rolinga de Martín Bossi y amparándose en su asistente y amiga Rita Cortese. En cambio la otra, la amante, la joven, contradiciendo todos los prejuicios, pierde su trabajo, cae en una profunda depresión, no puede pagar el alquiler de su departamento y sólo trata de aferrarse a la vida, mediante llamados nocturnos a la esposa de su amante.

El estribillo de aquel bolero revisitado por Vicentico resulta tan pertinente porque plantea algo que es desmentido y hasta ridiculizado por la película. Esa voz entre quejumbrosa, extasiada y demandante que dice “tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor” es ni más ni menos que lo primero que habría que aprender sobre los límites y las flaquezas del amor que, se sabe, nunca es perfecto: podemos estar solos aun cuando la persona amada esté cerca.

Viudas es, sobre todas las cosas, un film acerca del amor; pero su gran virtud radica en que no constituye una apología ni un himno ni un canto épico sino más bien una sensible pero sutil radiografía capaz de mostrar sus miserias y puntos más flacos.

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Graciela Borges y Valeria Bertucceli, dos grandes actrices, opuestas como el agua y el aceite.
 
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