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Domingo, 8 de marzo de 2015

CINE › MAGICAL GIRL, DE CARLOS VERMUT, REVELACION DEL CINE ESPAÑOL

Un director para tomar con ingredientes

Tras ganar los dos premios más importantes de San Sebastián (Mejor Película y Mejor Director) y el Goya a Mejor Actriz, Magical Girl se dio en Mar del Plata, estuvo en la muestra Espanoramas, pero para quienes se la perdieron está en la web.

 Por Horacio Bernades

En la última edición del Festival de Mar del Plata fue miembro del Jurado Oficial. Pasó bastante inadvertido, aunque dos meses antes había sido la gran revelación de San Sebastián. En septiembre de 2014 había ganado los dos premios mayores del festival de las Conchas, aupado por la crítica de su país y alguna que otra celebrity de gran predicamento, como Pedro Almodóvar. Unos y otro afirman que Carlos Vermut es el cineasta más interesante que el cine español haya dado en los últimos años. En 2012, su ópera prima, Diamond Flash, fue saludada tal vez con exceso de euforia. Dos años más tarde, Magical Girl vino a confirmar que sí, que lo de Vermut no era un brindis pasajero. Tras ganar los dos premios más importantes de San Sebastián (Mejor Película y Mejor Director) y el Goya a Mejor Actriz Protagónica, Magical Girl se proyectó en Mar del Plata y más recientemente fue parte del festival Espanoramas, que acaba de llevarse a cabo en el cine Incaa Gaumont. En total, y en lo que el propio Vermut llamaría un triunfracaso, la habrán visto, acá, unos centenares de espectadores. Magical Girl no va a estrenarse, así habrá que recurrir al nunca bien ponderado manotazo de ahogado de las “bajadas” para verla.

Vermut no se llama Vermut. Nació en Madrid en 1980 con el nombre de Carlos López del Rey. En la adolescencia, cuando escribía historietas, se acordó de que su abuelo producía esa clase de aperitivo y empezó a firmar con ese apellido. Rara clase de madrileño projaponés, Vermut es fan de todo lo que huela a pop de esas tierras, siendo capaz de nombrar, sin repetir y sin soplar, pilas de animés, mangas e ilustradores nipones favoritos. Y de homenajearlos, como hizo con la serie Dragonball en algunas de sus historietas y como hace, desde el propio título, en Magical Girl. En la tierra de Takeshi Kitano se les da ese nombre a unos comics de fantasía para chicas, muy populares allí. En la película, el padre de una chica enferma de leucemia descubre que lo que más ansía su hija es un vestido de fantasía surgido de esos comics, que se vende con talismán incluido. El vestido es modelo único, cuesta ocho mil euros... y el padre, un profesor “en el paro”, decide comprárselo, para satisfacer ese último deseo. Está claro que el principio narrativo de Vermut no consiste en copiar “las cosas tal como son”.

A partir de esa decisión a contramano de la razón, la película se rige por el mismo principio de esos juegos de pelotitas de acero, en los que el golpeteo mutuo sostiene el movimiento continuo. Las otras pelotitas de Magical Girl son una señora muy bonita pero ligeramente sadomaso (la morocha Bárbara Lennie, con un look entre monástico-hispano y kabuki), un ex profesor de secundario que, tras pasar diez años en prisión, lo único que quiere es olvidar a esa señora (José Sacristán, convertido en un fantasma triste y ceniciento), un círculo secreto de prostitución muy pesada, una pistola y un rompecabezas al que le falta una pieza. “Me gusta que el espectador complete el sentido de la película”, dice Vermut con respecto a esa falta de fichas o el encastre no del todo previsible de algunas de ellas. Parece no importarle tanto la lógica externa como la interna. Si motivaciones, conductas y un par de detalles narrativos no terminan de responder a un verosímil naturalista, es un poco por la estructura del relato y otro poco porque lo que interesa no son tanto las causas como las consecuencias.

Como sucedía en Diamond Flash, en Magical Girl Vermut arma con rigor matemático una estructura aparentemente inconexa, algo más interrelacionada aquí que allí. Diamond Flash estaba integrada por cinco historias cuya relación no era aparente. Las protagonizaban una madre soltera cuya hija fue secuestrada; las dos secuestradoras, una pareja lesbiana; una mujer golpeada y una asesina que levantaba sus “presas” en los bares. El punto en común entre todas resultaba ser un enmascarado que podía llegar a ser un superhéroe y que daba nombre a la película. La estructura episódica, las referencias pulp, cierto espíritu lúdico (aunque servido con cuantiosas dosis de melodrama realista) y los inesperados cruces de género llevaron, en ocasión del estreno de Diamond Flash, a mencionar a Tarantino. No suena descabellado.

Si bien sigue mostrando referencias pop, Magical Girl tiene un tono bastante más misterioso. Oscuro, grave, incluso. Tarantino queda más lejos y el que parece ahora más cerca es el Almodóvar de La piel que habito. Lennie hacía, de hecho, un papel en esa película. La película está dividida en tres partes: “Mundo”, “Demonio” y “Carne”. Vermut desalienta referencias bíblicas, aclarando que les puso esos nombres en homenaje a un tema homónimo del grupo Los Brincos, estrellas del pop hispano de los ’60. “Me gusta tu nueva cicatriz”, le dice una madama de alta gama a Bárbara, el personaje de Lennie, casada con un psiquiatra que la sobremedica. “Me imagino la cara que pondrían si lo tirara por la ventana”, reía Bárbara unas escenas antes, mientras sostenía en brazos al bebé de una amiga. La broma, claro, no es muy bienvenida.

Si Magical Girl es españolísima, no lo debe tanto a una banda sonora dominada por “La niña de fuego”, del cantaor Manolo Caracol, un par de referencias al toreo o la grisura de algún bar madrileño, sino al aire mortuorio que la tiñe. Pálida, hierática y huesuda, Bárbara parece muerta. Alicia, la niña del vestido, tiene un plazo de vida breve. El ex profesor de matemáticas que interpreta Sacristán estuvo diez años como muerto, en prisión. Los decorados parecen claustros o cenotafios modernizados: el piso en el que viven la protagonista y su marido, arreglado con simetría japonesa; el apartado caserón en el que se conciertan fiestas heréticas; “la puerta del lagarto negro”, pasada la cual se celebran esas fiestas. La fijeza de la cámara, la geometría de los encuadres, la calculada morosidad con que se suceden los planos no hacen más que resaltar ese carácter. Entre plano y plano, entre una elipsis y otra, parecen yacer tumbas narrativas, lugares oscuros en los que el relato se hunde.

“No les cuento a los actores el pasado de los personajes, quiero que sean ellos mismos los que lo construyan”, dice Vermut. “Del espectador espero lo mismo.” El pasado pesa en Magical Girl. El de Bárbara, que se descubre con la misma lentitud con que ella se desviste ante un catador; el del profesor, que no termina de develarse del todo; el del padre de la chica, que no puede seguir viviendo de su oficio (profesor de literatura: de allí tal vez su oposición al personaje de Sacristán). “Creo que mi experiencia previa como historietista influye tanto en el hecho de que trabaje con storyboard previo como en la composición de los planos, a la que doy mucha importancia”, asegura Vermut, que en Magical Girl contó con un presupuesto más profesional que en Diamond Flash.

Filmó aquélla tres años atrás, disponiendo de 20 mil euros propios (lo que cuesta una producción económica argentina), en su casa y en la de amigos, filmando largamente con la cámara de un celu, actores de escasa experiencia y tomando a cargo él mismo la cámara, la edición y los efectos sonoros. Estrenada no en cines sino online, Diamond Flash resultó la película más vista de la plataforma Filmin (una Netflix española) en su primera semana y una de las más ensalzadas por la crítica en la temporada 2012. Magical Girl fue otra cosa: contó con productores, un presupuesto de 400 mil euros, actores conocidos, estreno en cines, San Sebastián, los Goya, su ruta. Ruta que llevó a Vermut, como era previsible, a Japón. Allí escribe su tercera película, de la que lo poco que se sabe es que espera empezar a rodarla antes de fin de año. A Vermut le gustan las brumas del misterio.

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La morocha Bárbara Lennie curte un look entre monástico-hispano y kabuki, y se ganó el Goya por su protagónico en Magical Girl.
 
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