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Jueves, 7 de febrero de 2008

CINE › “MI MASCOTA ES UN MONSTRUO”, UNA FABULA BIEN CONSTRUIDA

El “caballo” que vivía en el lago Ness

 Por H. B.

“Basada en una historia real” no parece la frase más creíble para una película que narra la amistad entre un chico y... el monstruo del lago Ness. Sin embargo, es verdad: Mi mascota es un monstruo se basa en el avistamiento de la criatura inexistente más famosa del mundo, que un grupo de militares británicos habría llevado a cabo en los años ’40. Todo lo demás que cuenta la película no tiene, claro, un pelo de cierto. Por suerte. Porque ¿puede concebirse algo más aburrido que una película para niños absolutamente fiel a la realidad?

Como Peter Pan, la historia ocurre en tiempo de guerra. En este caso, no en Londres, sino en un bucólico paraje escocés, vecino al lago Ness. El papá de Angus (magnífico el pecoso Alex Etel) se halla de servicio en el Mediterráneo. Seguramente es por eso que a su hijo “le fascina el mar, tanto como le teme”, tal como se señala desde el off al comienzo. Esa mezcla de fascinación y temor eclosionará no cuando regrese el padre, sino cuando de un enorme huevo mohoso –que Angus recogió cerca de la orilla– salga una criatura cuya única diferencia con un cachorro de brontosaurio son unos simpáticos cuernitos. Sí, Mi mascota es un monstruo es la clásica fábula de amistad entre un chico y su mascota. No un perro, un gato, un pato o una foca, sino algo más parecido a E.T. Y llamado Crusoe, nombre que Angus le pone en atención a su condición solitaria. La del bicho y la del propio Angus: estas fábulas de amistad suelen fundarse en una variante especular de la psicología infantil.

Basada en una novela, producida por Walden Media (la misma compañía que estuvo detrás de Narnia y Terabithia), en el elenco de Mi mascota..., enteramente británico, destacan Emily Watson (como la mamá del protagonista), Ben Chaplin (como el único adulto que cree la historia de Angus) y el grandísimo Brian Cox, cuya narración coloca a la fábula en el lugar que mejor le sienta: el de relato oral. En su primera parte, la película dirigida por el estadounidense Jay Ru-ssell reflota dos subgéneros que el cine inglés transitó con frecuencia a lo largo de los años ’40/’50: el drama de retaguardia y la comedia costumbrista de pueblo chico, con el pub, la cerveza negra y los excéntricos aldeanos por protagonistas centrales. Allí, el espectador puede tener la sensación de que más que en una sala de cine lo sentaron en una máquina del tiempo, arrastrado más de medio siglo atrás.

Por suerte, en paralelo circula un segundo relato, en el que la cría cuelluda (notable creación del Departamento de Efectos Especiales) va haciendo destrozos en el granero donde Angus la tiene escondida. Con la fantasía ganándole terreno a ese realismo old fashioned, Crusoe escapa, se hunde en el lago y termina convertido en una bestia de diez metros. Allí, The Water Horse se sumerge decididamente en el espíritu de maravilla que debería subyacer a toda buena historia para niños. Trepado al cuello de su caballo acuático, Angus lo cabalga sobre (y debajo de) el agua, en medio de noches espectrales, que el gran director de fotografía Oliver Stapleton traduce en la más pura y sobrecogedora poesía visual. Perdido el miedo al agua (y a la milicada que, necia como siempre, intenta resolver el misterio de Crusoe a tiro limpio), Angus se ha entregado a la fascinación. La película también.

7-MI MASCOTA ES UN MONSTRUO

(The Water Horse)

EE.UU./Gran Bret., 2007.

Dirección: Jay Russell.

Guión: Robert Nelson Jacobs, sobre novela de Dick King-Smith.

Fotografía: Oliver Stapleton.

Intérpretes: Alex Etel, Emily Watson, Ben Chaplin, Brian Cox y David Morrissey.

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El film termina contagiando la fascinación del niño.
 
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