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Martes, 24 de abril de 2012

PLASTICA › RETROSPECTIVA DE ALBERTO GIACOMETTI EN LA PINACOTECA DEL ESTADO DE SAN PABLO

Un existencialista de la escultura

Una gran exposición itinerante de este artista clave del siglo XX se exhibe ahora en su escala paulista; pasa luego a Río de Janeiro y en octubre llega a la Fundación PROA, de Buenos Aires. Detalles de la muestra.

 Por Fabián Lebenglik

Desde San Pablo

La Pinacoteca del Estado de San Pablo presenta, en estos días y hasta mediados de junio, una gran exposición retrospectiva itinerante de Alberto Giacometti, que incluye 280 piezas provenientes de la Fundación Alberto y Annette Ciacometti (en París) y está curada por la directora de la Fundación, Véronique Wiesinger. La muestra sigue hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, donde será exhibida entre julio y septiembre, y luego viajará –en una versión reducida, de unas 130 piezas– a Buenos Aires, donde será expuesta en la Fundación PROA, entre octubre de 2012 y enero de 2013.

La muestra incluye pinturas, esculturas, dibujos, grabados y objetos realizados por el artista entre 1910 y 1960 y se complementa con fotografías y documentos.

Giacometti es un escultor clave del siglo XX, al que acompañó en varios de sus principales movimientos artísticos: su obra pasó por el cubismo, el surrealismo, la abstracción, y luego volvió a la figuración. La parte sustantiva de su obra está considerada como la versión existencialista en el campo de las artes visuales. Junto con artistas como Artaud, Dubuffet, Fautrier, Hélion, Michaux, Picasso y Wols, entre otros, conforman el núcleo de los artistas “existencialistas” cuya producción ayudó a reconstruir el arte europeo, especialmente en París –luego de la ocupación nazi– y durante la primera década de la posguerra (1945-1955).

El mote de “existencialista”, propiamente sartreano, no es sólo un atributo simbólico: Giacometti y Jean-Paul Sartre fueron amigos desde 1941, cuando el filósofo y escritor estaba terminando El Ser y la Nada (una obra que después fue capital, pero que cuando la publicó, en 1943, en plena ocupación nazi, pasó lógicamente inadvertida). Según Simone de Beauvoir, en aquel momento “Giacometti y Sartre apostaron todo a una carta: uno se jugó por la literatura; el otro por el arte. Era imposible decir cuál estaba más poseído de los dos. Giacometti era indiferente al éxito, la fama y el dinero... él solamente quería alcanzar su objetivo”. Mientras Giacometti hizo un retrato de Sartre y varios bocetos para una medalla (que finalmente no fue acuñada) y adicionalmente realizó algunas obras tomando como modelo al también filósofo Isaku Yanaihara, traductor de Sartre al japonés, Sartre escribió dos ensayos fundamentales sobre la obra de Giacometti. En la muestra de la Pinacoteca, que se compone de trece capítulos, repartidos cada uno en una sala, se incluye uno dedicado a la relación entre Giacometti y Sartre, en donde se muestran esculturas, dibujos y fotos alusivos. La exposición también incluye una “cabeza” que retrata a Simone de Beauvoir. Sartre apuntaba a señalar la universalidad, así como el carácter “genérico” de las esculturas antropomórficas de Giacometti: “Un hombre entero, hecho de todos los hombres...”, decía Sartre sobre estas obras.

En la escultura europea se puede trazar una genealogía que va de Rodin a Giacometti. Este se mudó de Suiza a Francia para estudiar en París con el célebre escultor Antoine Bourdelle, que a su vez había sido discípulo de Rodin. Pero esta secuencia no es sólo resultado de una relación maestro/discípulo.

Entre paréntesis, Bourdelle está relacionado con Buenos Aires porque la generación de políticos, escritores y artistas argentinos del ochenta era devota de la monumentalidad romántica de Bourdelle y le encargaron el monumento ecuestre dedicado a Carlos María de Alvear, que al escultor le tomó una década realizar. Finalmente la obra fue emplazada en el corazón del barrio de Recoleta. Y fue considerado por el propio escultor como su obra maestra en lo que se refiere a la escultura monumental.

Aunque Bourdelle fue menos osado estéticamente que Rodin, sin embargo la huella del maestro es notoria y directa. Por su parte, una de las series escultóricas más emblemáticas de Giacometti –sus hombres y mujeres longilíneos y delgadísimos que representan ese humano “genérico” sartreano– homenajea tanto a Bourdelle como a Rodin.

Las esculturas “caminantes” de Giacometti derivan directamente del “caminante” de Rodin. Varios críticos y teóricos del arte dicen que el “caminante” de Rodin configura la entrada de la escultura en el siglo XX y colocan a Rodin como modelo para la modernidad, porque fue uno de los primeros escultores que supieron marcar la autonomía del arte, más precisamente, por la separación entre lenguaje artístico y representación.

Giacometti, al mismo tiempo que avanza con su obra homenajeando a Rodin, también supera simbólicamente el concepto de monumentalidad de Bourdelle, mostrando que lo monumental no depende necesariamente de una cuestión de tamaño, sino más bien de escala y de concepción escultórica: así, una obra de dos o tres metros de Giacometti, pero muy delgada, ciertamente etérea en su materialidad, puede tal vez resultar aun más monumental que las varias toneladas de piedra y metal de Bourdelle. Giacometti, con sus esculturas (tanto con las mencionadas como con sus figuras “encarceladas” y sus miniaturas) cambió la percepción sobre la escultura, incorporando a la mirada el contexto que rodea a la obra, apropiándose de todo el espacio que circunda a sus visualmente frágiles y delicadas esculturas.

La exposición comienza con las piezas de juventud del artista (que nació en Suiza en 1901), realizadas en el atelier de su padre, Giovanni, también artista. Asimismo se exhiben aquí sus trabajos durante la primera etapa parisiense (1922-1928), donde es notoria la influencia académica de su maestro, tanto como los ecos de la admiración de Giacometti por la vanguardia de Lipchitz y Léger.

La secuencia expositiva continúa con el deslumbramiento que Giacometti, a través del cubismo, experimentó al descubrir el arte primitivo de Africa y Oceanía.

La experiencia surrealista se extiende en la sala tres de la Pinacoteca. Varias piezas fundadas en el componente onírico, el assemblage, la metáfora sorprendente. Y así como André Breton había recibido con los brazos abiertos al joven escultor, poco tiempo después, en 1935, lo expulsa por su heterodoxia escultórica. Más allá de la tutoría y el “permiso” bretonianos, Giacometti volvió una y otra vez a la veta surrealista. La exposición se completa con grabados, pinturas, dibujos, pasajes, retratos, objetos, junto con abundante material documental.

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Vista de uno de los trece espacios que ocupa la muestra de Giacometti en San Pablo.
Imagen: Fundación Giacometti/Autvis, Brasil 2012
 
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