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Miércoles, 24 de septiembre de 2008

DISCOS › FORTH, EL áLBUM-REGRESO DE THE VERVE

Cómo resurgir de las cenizas

La tercera encarnación de la banda inglesa que reventó todos los charts con “Bittersweet Symphony” deja, precisamente, un gusto agridulce: por momentos convence, por momentos no parece tener rumbo. El futuro dirá hasta dónde llega.

 Por Roque Casciero

El sample armado con cuerdas de un tema de los Rolling Stones hizo silbar a una generación, mientras en la pantalla de MTV Richard Ashcroft chocaba despreocupadamente con todo el que se cruzaba por la calle. Era 1997 y The Verve, con “Bittersweet Sym-phony”, lograba ese suceso que su cantante pronosticaba con arrogancia y pocos resultados desde principios de la década. La paradoja fue que The Verve acababa de reunirse, porque la grabación pasada de química del disco A Northern Soul, dos años antes, había liquidado la relación entre los miembros de la banda, especialmente entre Ashcroft y el guitarrista Nick McCabe. El éxito de Urban Hyms fue descomunal, tal como lo marcan los 7 millones de copias que facturó. Sin embargo, eso no pudo impedir la nueva implosión, otra vez motivada por los egos desbocados y alimentados por cantidades industriales de drogas. Cada uno de los integrantes de The Verve siguió su camino como pudo. Ashcroft, “el mejor cantante del mundo” según Chris Martin (Coldplay), fue el que tuvo mayor visibilidad, pero sus tres discos solistas oscilaron entre la falta de rumbo y la intrascendencia.

Ahora bien, si dos tipos que apenas pueden verse las caras como Sting y Stewart Copeland fueron capaces de zanjar diferencias para reunir a The Police en 2007, ¿cómo no iban a hacer lo mismo Ashcroft y McCabe? La vuelta de The Verve se anunció el año pasado, se concretó con algunos shows y termina de cristalizarse con Forth, el cuarto disco del grupo. Ya no está el guitarrista Simon Tong, quien integró la formación más exitosa y luego se convirtió en mano derecha de Damon Albarn en Blur, Gorillaz y The Good, The Bad and The Queen. Por eso The Verve tiene hoy la misma formación que al principio, con el bajista Simon Jones y el baterista Peter Salisbury, y un sonido que, en buena parte, recuerda a los dos primeros discos de la banda.

Sí, pasaron diez años y la escena musical evolucionó, pero eso no impide que la apropiadamente titulada “Noise Epic” erice la piel, o que la garganta de Ashcroft flote entre las nubes psicodélicas de “Valium Skies”. Casi toda la última parte del álbum está en un nivel similar, porque “Columbo” tiene un ritmo trepidante, “herido” por los agudos de McCabe, y “Appalachian Springs” cierra con uno de esos himnos de space rock que sonarían a Pink Floyd si no fuera porque remiten indefectiblemente a... The Verve. En cambio, más allá de un comienzo interesante con “Sit and Wonder”, la primera parte de Forth muestra una falta de rumbo similar a la de la carrera solista de Ashcroft: “Love is Noise” insiste con un sample insoportable y un estribillo pobrísimo, “Rather Be” revisita el pasado del cuarteto sin imaginación, “Judas” apenas si se hace notar, y “Numbness” bien podría pasar por un tema que quedó afuera de The Wall interpretado por el Coldplay más terrenal. Si la tercera encarnación de The Verve dura más que las anteriores, quizás este disco sea la piedra basal para su evolución. Pero está claro que, tratándose de ellos, nunca se sabe cuándo empezarán las trompadas.

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The Verve tiene un historial algo tormentoso.
 
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