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Jueves, 30 de junio de 2016

TELEVISION › MARTINA GUSMáN Y JUAN MINUJíN HABLAN DE EL MARGINAL

“Vemos la cárcel como un espejo oscuro de lo social”

Ambos componen la pareja protagónica de la ficción producida por Underground con un equipo similar al de Tumberos y con una historia de policial negro que se centra en un ex agente infiltrado en la cárcel para desbaratar un secuestro.

La historia del El marginal, que va los jueves a las 22.30 por la TV Pública, se ha contado infinidad de veces. Lo sabe y se lo dice a este diario Juan Minujín, el protagonista de la serie de Underground, surgida del plan de fomento estatal a las ficciones durante el gobierno anterior. Pero hay algo en este relato sobre el sujeto que ingresa encubierto a una prisión para resolver un asunto peligroso y urgente, que lo vuelve, sin dudas, una de las ficciones más relevantes de 2016. Los motivos son varios. Tras el mojón que significó para la productora de Sebastián Ortega el éxito de Historia de un clan, nuevamente tras la dirección está Luis Ortega (junto a Javier Pérez y Alejandro Ciancio). También hay que apuntar el retorno a la temática y espacio que sorprendieran hace más de una década con Tumberos (de hecho, Adrián Caetano, su realizador, estuvo a cargo de estos libros). Y un elenco en el que se destacan, además de Minujín y Martina Gusmán, Gerardo Romano, Cristina Banegas y Carlos Portaluppi, entre otros.

En el centro de los trece episodios está Miguel Dimarco, un expolicía que es extorsionado por un juez (Mariano Argento) para limpiar un delito que cometió: tuvo que infiltrarse en la cárcel de San Onofre con una identidad falsa para rescatar a la hija del magistrado, que había sido secuestrada. “Es alguien que está muy jugado cuando arranca y lo lanzan a algo sin ninguna opción. Tiene que construirse de cero ahí adentro haciéndose pasar por otro. En parte, el nombre viene de ahí. Este tipo es marginal ahí y en la policía de donde lo echaron, pero también en su propio contexto familiar: está expulsado de todos lados. Un poco su refugio es la religión y después empieza a reconectarse afectivamente con algunas cosas más”, dice el actor. Dentro de esa espiral de identidades, en la que hay traiciones, intentos de fuga, transas, caldo de hiperviolencia y desidia, lo único positivo para el personaje principal parece ser su vínculo con Emma, la asistente social interpretada por Gusmán. “Ella lo ayuda a resolver ciertas cuestiones puntuales de lo que hace ahí pero también con su orfandad”, asegura la actriz acostumbrada a realizar papeles de este tipo (Carancho, Elefante Blanco). “Quizá lo que la distingue a Emma es que acá hay una mayor vulnerabilidad e idealismo, es alguien muy utópico en el sentido de que cree que con su granito de arena ayuda a cambiar las cosas, pero a la vez es el motor que le ayuda a vivir esa realidad, tener fuerzas día a día para ir a un lugar así”, añade la coprotagonista de una ficción que, con 3 puntos de promedio (y episodios que superaron los 5), se convirtió en el programa más visto de la Televisión Pública.

–En el comienzo de la trama se percibe que ambos personajes se necesitan mutuamente.

Juan Minujín: –Para ellos, el encuentro tuvo que ver con eso. Alguien que creía que estaba resignado a que su universo afectivo estuviese liquidado empieza a vincularse con algo bueno. Todo en el medio de una trama policial muy compleja.

Martina Gusmán: –Es un acompañamiento dentro de una situación bastante trash. Un punto concreto que los une es la paternidad/ maternidad. Mi personaje se entera que está embarazada dentro del transcurso de la historia y decide ser madre soltera. El personaje de Juan tiene un hijo del cual se tiene que hacer cargo sólo él. Es un padre soltero. Desde ese lugar, ellos encuentran una comunión especial, incluso fantasear con tener una familia. Es una historia de amor al revés. No empieza por lo físico sino por la necesidad de estar juntos, de cubrir las falencias que tienen.

–Mencionó el embarazo, algo que resuena con su personaje de Leonera. ¿Cómo fue el proceso de llevar adelante la gestación durante el rodaje?

M.G.: –Estábamos en preproducción cuando me enteré de que estaba embarazada, así que vine a hablar con Pablo (Culell) y Sebastián (Ortega) en plan de liberarlos, porque todavía tenían tiempo de buscar a otra actriz. Pero ellos se súper coparon, plantearon que esto podía darle un matiz más interesante a Emma, con una ambigüedad mayor. Y el personaje creció mucho porque, justamente, hay una vitalidad por ese motivo que contrasta con ese mundo tan oscuro y trash.

–Adrián Caetano rodó en Chile la serie Prófugos, donde Benjamín Vicuña interpretaba un papel muy parecido al de Minujín. ¿Qué es lo distintivo de esta versión de la historia del “policía que entra a la prisión”?

J.M.: –No vi la de Vicuña… La propuesta del poli dentro de una cárcel es viejísima. Lo que suma, lo que me interesó a mí, es la mirada de la cárcel como un espejo oscuro de lo social, de la réplica de los funcionamientos que hay de los dos lados de los muros. Ahí también está la diferencia de clases, ascensos y descensos, y todo el tiempo hay intercambios para conseguir algo. La mirada sobre eso es bastante aguda, cruzada por una trama con secuestros y el intento de desbaratar a la banda criminal. El funcionamiento es muy parecido salvo que ahí es descarnado, mucho menos amable y a la vista.

M.G.: –Para mí es la conjunción: está lo social, lo policial, un poquito de historia de amor, y la historia está narrada de una manera muy vertiginosa. El ámbito de la cárcel es muy seductor y por eso se han contado tantas historias de manera tan diferente. Acá hay un collage, un mosaico que impresiona.

Rodar en los márgenes

Además de la mítica locación de la vieja cárcel de Caseros, en Parque Patricios, el comienzo de El marginal, donde el personaje de Minujín fue apresado, también fue de alto impacto. Fue realizado íntegramente en la Villa 31 de Retiro, un entorno no demasiado frecuentado por la ficción local (con la excepción del director Julio Arrieta). Allí se vieron pasillos, ladrillos sin revocar, sus habitantes y la presencia militarizada de las fuerzas del orden. Sin embargo, la puesta en escena de El marginal se aleja del documentalismo y la denuncia, para apelar a un desparpajo de color, una cotidianeidad cruda y cierta iconografía mística que recuerda a santuarios populares. “Es un gran proyecto y la puesta en escena es una de las claves –apunta Gusmán–. Al guión, que es súper potente, se le agrega la visión de Luisito que es muy singular, siempre rebelde. Los decorados, el arte, todo está muy, muy cuidado”. En busca de la verosimilitud, otra clave de la producción es el trabajo con actores no profesionales provenientes de los entornos que la serie representa. “A nivel humano, fue extraordinario por poder acercarme a historias de vida sorprendentes, de pibes que estuvieron presos de los 16 a los 22. Andábamos todo el día juntos tirados en un colchón. En lo profesional, es un desafío enorme porque tenés que pararte con cierta inteligencia para componer algo que no quede de garpe. Estás haciendo algo con alguien que tuvo ese recorrido real”, distingue Minujín.

–Una de las frases más impactantes entre ellos dos es la que dice Dimarco a Emma: “Acá el chorro se vuelve más chorro, el asesino más asesino, ¿vos crees que con un tallercito de teatro vas a cambiar a la gente acá?”. ¿Qué valor tiene una ficción sobre problemas tan palpables?

M.G.: –En cuanto a mi personaje, revela su idealismo. No es que piense que sólo hace un “tallercito”, sabe que él la está subestimando. Lo que ella piensa, y sirve en relación al resto de la historia, es que necesita darle un sentido a ese estar ahí adentro. Pero sí, ella piensa que aporta un granito de arena y que ayuda a que los presos puedan reinsertarse en la sociedad. Obviamente, al personaje de Juan esto le parece un absurdo.

J.M.: –Hay algo de la serie que para mí es muy interesante y resuena mucho más allá de la cosa social, de la delincuencia y de la trama policial. Tiene que ver con la libertad. Alguien enfrentándose a la posibilidad de ser libre o no serlo. Portaluppi hace de un preso y tiene un diálogo buenísimo con un penitenciario. “Vos estás tan preso como yo”, le dice. “No te confundas, yo salgo de acá, y me voy de putas y visito a mis nietos”, le retruca el otro. “Sí, pero yo un día voy a cumplir mi condena y salgo de acá, vos en cambio, vas a estar toda tu vida acá”. Todos los diálogos tienen esa clase de resonancia.

–El personaje de Portaluppi la pasa entre golpes, casi más que el suyo.

J.M.: –Creo que yo la paso peor (risas). Me pegan más.

M.G.: –Pobrecito…

J.M.: –Su personaje tiene un kiosquito ahí adentro, pero para eso tiene que chuparle las medios a otro, y así sucesivamente. El entramado de los jueces, los penitenciarios, los policías, los abogados, los delincuentes… está hecho con profundidad muy buena. A veces leés guiones con supuesta profundidad de policial negro y no tienen eso que acá sí se nota.

–Ambos tuvieron experiencia con la producción y hasta con la dirección (N. del R.: Minujín fue el realizador de Vaquero). ¿Aplican esas facetas en una manufactura de este tipo o solo se dedican a actuar?

J.M.: –No es que la sumo o la saco... Sé que me entrego completamente a mi trabajo de actor. No puedo dirigir mientras actúo, pero tengo la mirada integral de lo que estamos contando. Pienso en una escena determinada y cómo se podría contar. Igualmente, hay todo un equipo que te facilita las cosas. Lo que hago no sé si viene de haber dirigido, realmente, pero me relajo. No es que estoy “este plano debería ser así o asá”. Eso sí, sostengo, defiendo y señalo si hay algo que no estamos contando y podría llegar a enriquecer. Al menos, estar atento a eso.

M.G.: –Mi experiencia de productora me ayuda. Soy productora de mis propios personajes. Pienso como lo construyo. Con qué asistente social me voy a reunir, buscar el contacto, ir a Devoto. Cómo organizar el guion de una manera más global. Pedir todos los libros para ir armando las boyas sobre hacia dónde va el personaje. Te ayuda a entender lo que vos hacés dentro de un engranaje.

–La serie se publicitó como “de los creadores de Historia de un clan y Tumberos”, pero en este caso no pareciera ser sólo un latiguillo del márketing, sino una mezcla que se adecua con la propuesta.

J.M.: –En este caso, sí (se ríe): Dirigió Luis, los guiones son de Caetano y (Guillermo) Salmerón. Está imbuida de ese universo.

M.G.: –Claramente sí. Los elementos que eligieron y como están trabajados dan ese resultado. Es Caetano, con todo lo que implica en lo social, de narración y marca en los libros. Es Luisito, que genera cosas muy visuales y atractivas. Y es la locación que no puede más, es imposible superarla. Los actores están bien escogidos para cada papel. Eso es un atributo de la producción. Chapeau…

–La producción fue realizada durante 2015, incluso hubo algunos artículos periodísticos que interpretaron a la serie como una crítica directa sobre el sistema judicial en consonancia con la gestión anterior. ¿Creen que el contexto político actual alienta una mirada diferente sobre El marginal?

M.G.: –Para nada. Trasciende lo político. Acá prima lo social.

J.M.: –La serie va mucho más allá del contexto actual y del cambio de gobierno. El rumbo de las políticas implicaron un cambio de 180º, pero la situación de la corrupción ligada a la justicia es desde hace cinco, diez años, ahora y probablemente siga siendo un lugar muy complejo. Es un espacio de mucha concentración de poder y que nunca enfrenta una situación electoral. Después, uno siempre puede tener y hacer una mirada política de las cosas, pero la serie habla de algo atemporal que es la connivencia entre las fuerzas de seguridad, la cárcel, los jueces y abogados. Son poderes que intercambian poder. Y adentro tenés a los presos que viven como en una villa, buscando una covacha en el patio para resguardarse de algo.

El marginal se aleja del documentalismo y la denuncia.

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“La relación entre los personajes empieza por la necesidad de cubrir las falencias que tienen”, afirman Gusmán y Minujín.
 
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