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Martes, 20 de julio de 2010

TELEVISION › OPINIóN

El gato Oscar y la ley de medios

 Por  Daniel Rosso *

La mujer, vestida de rojo y de pie, sostiene entre sus brazos a un gato negro enroscado y adormecido. La cámara recorre la extensión del felino que apenas se mueve, los ojos cerrados, las patas estiradas. Es el gato Oscar. O Beleza, su nombre original, de cuando aún convivía con Graciela Alfano y Matías Ale. Alfano lo ha llevado al estudio poblado y bullicioso de Showmatch, pero el animal no se mueve, parece adormecido, inconsciente. Ale desconfía: Oscar está raro. Oscar es maltratado por Alfano. Oscar ha sido drogado. Oscar es el nuevo detonante de un conflicto entre dos participantes de Showmatch que luego es exportado a otros programas de la tarde y de la noche de la televisión argentina. Con su espontánea aptitud semiótica, Tinelli lleva la metáfora a cero: para quienes dicen que en su programa hay gatos, pues bien, sí, lo confirma. Hay gato. Con estos temas y con estos recursos, alcanza un rating de 30 puntos. Varios millones de personas atentas al desenlace del conflicto por la tenencia del gato Oscar. O por la elección de la novia de Ricardo Fort. O por la suerte de Tito, el guardaespaldas mudo. Conflictos supuestamente vacíos. Artificiales, armados para el entretenimiento televisivo. Diferenciados de los conflictos políticos y sociales. Los que curiosamente son cuestionados. Los que son imprescindibles para la conformación de ciudadanía. Para la promoción de individuos interesados e involucrados en el devenir de la ciudad donde viven, de su comunidad, de su grupo, de su país. Los conflictos vacíos no forman ciudadanía. Pero la producción constante de ciudadanía es imprescindible para profundizar los procesos democráticos. No es que haya que impugnar el entretenimiento. Ni necesariamente a Tinelli, a Rial o a Canosa. Pero, seguro, es necesario producir otras televisiones. Otros productos. Otros contenidos. Que sirvan para extender la ciudadanía y profundizar los procesos democráticos. Otras audiencias. La nueva ley de medios abre un proceso de democratización. Lo abre, pero no lo consolida ni lo asegura. Concluir que la ley resuelve la democratización sería caer en una reducción jurídica: considerar la ley como principio y fin de un proceso. La coalición de los 21 puntos, los trabajadores organizados, los hombres y mujeres de la cultura, las distintas minorías, entre otros actores sociales, políticos e intelectuales, estuvieron en la génesis de la ley, en su impulso y en su aprobación. Pero deberán estar aún más en su despliegue e implementación: sin nuevos actores, sin nuevos recursos económicos, técnicos e intelectuales será difícil lograr cambios de las relaciones de fuerzas en el plano de la producción cultural y del sentido común. La ley habilita a avanzar con los cambios en el plano de la propiedad. Ahora, hay que lograr que esos cambios se extiendan a la generación de medios que alteren y modifiquen el sentido común. Hay que desarrollar medios que construyan nuevas audiencias. La televisión es el principal consumo cultural y es el principal productor de sentido común. Por eso, los grandes medios han sido hasta ahora los que han tenido en sus manos la manutención o la alteración de las hegemonías simbólicas o discursivas. Alterar una hegemonía no es una tarea sencilla. No requiere sólo de nuevos medios sino también de un conjunto diverso de recursos, como actores comprometidos que difunden desde distintas perspectiva otros discursos, formatos de programas entretenidos, puestas estéticas novedosas, lenguajes innovadores, climas y subjetividades atrayentes. La presidenta de la Nación abrió e impulsó un proceso potente y novedoso que terminó con la aprobación y consolidación de una nueva ley de medios. Ahora es necesario pensar la ley y los procesos que abre no sólo desde la emisión. Es decir, desde la mayor oferta de medios. También es necesario pensarla desde la recepción: qué contenidos, qué lenguajes, qué climas, qué sensibilidades son necesarios producir para construir nuevas audiencias. Se trata, ahora sí, de pensar la ley desde el campo específico de la comunicación. Y lo mismo rige para los nuevos productos de la TV digital. El modelo neoliberal en los ‘90 no se alojó sólo en el Estado y en las corporaciones: se ramificó hasta extenderse a buena parte de la sociedad. Imperceptibles, disimulados, los conflictos “vacíos” de la televisión argentina suelen ser el lugar por donde transita aún el sentido común de los ‘90. Porque en ese entonces, mientras la política era producida secretamente por las corporaciones, la esfera pública era el espacio del entretenimiento y del vacío. Por eso, Oscar, o Beleza, no es sólo un gato drogado. No es sólo un gato rico con tristeza. Es un gato sin sentido. Como Fort, Marengo, Ale y Alfano. Porque desatan y protagonizan conflictos que parecen vacíos. Justo cuando la política es la sede de conflictos reales: los que desata la ley de matrimonio gay, los aumentos para jubilados y trabajadores, la implementación de la nueva ley de medios, entre tantos otros. Los grandes medios responden al despliegue de los conflictos reales con el vacío de sentido. El proyecto de país en marcha necesita otra esfera pública. Con nuevos medios que traten los conflictos reales con la creatividad y audacia necesarias para disputar audiencias.

* Jefe de Gabinete de Asesores de la Secretaría de Medios de la Nación.

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