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Domingo, 5 de diciembre de 2010

LITERATURA › GELMAN, PILAR DEL RIO Y UN HOMENAJE A JOSE SARAMAGO

Cómo recordar a alguien que no está ausente

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

“No subió a las estrellas porque a la tierra pertenecía.” Este será su epitafio, cuando sus cenizas reposen en Lisboa, frente a las aguas del Tajo. Su voz perdura. Se mantiene en pie de lucha contra el olvido y las injusticias. José Saramago acuna el recuerdo de sus lectores y amigos a través de otra voz aguerrida, la de su viuda, musa y traductora, Pilar del Río. En esta sala de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), rebosante de jóvenes que tanto lo quieren, que íntimamente se niegan a usar ese modo verbal imperfectamente fúnebre del pretérito, don José está en una pantalla donde se proyectan imágenes. “A veces le hablo a mi mujer como si él estuviera presente”, reconoce Juan Gelman, el amigo que siente que la muerte del escritor portugués es “una pérdida enorme”. El poeta evoca dos momentos capitales de su relación con el autor de Ensayo sobre la ceguera. Saramago escribió una carta al entonces presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, para interceder en la búsqueda de la nieta de Gelman, “robada en el fragor de la represión de la dictadura y criada por otra familia como si fuera suya”.

“Esa carta ayudó muchísimo, le dio un impulso muy fuerte a la campaña”, recuerda Gelman cómo ese gesto de Saramago apuntaló un movimiento de más de 100 mil firmas que Sanguinetti “no pudo ni supo contestar”. El poeta destaca que el escritor portugués lo acompañaba en una empresa difícil: cómo encontrar a alguien 23 años después, con la identidad cambiada y robada. “A José le gustaba apostar por lo imposible; por su obra es el hombre que entró tanto en sí mismo que entró en los demás.” El otro momento evocado por Gelman es cuando fue invitado por la Fundación Saramago para presentar un libro suyo, en Lisboa, junto al autor de Todos los nombres. Saramago envió una grabación en video por Internet para estar una vez más con el amigo argentino. Poco tiempo después falleció, el pasado 18 de junio. “La amistad de José es un don invaluable que me va a acompañar hasta que me vaya a tocar el violín a otro bar”, subraya el Premio Cervantes.

Pilar del Río responde la pregunta de la escritora y periodista Patricia Kolesnicov, encargada de moderar el homenaje: ¿De dónde sacaba tanta fuerza Saramago? “La sacaba de su espíritu”, asegura. “El decía que detrás de cada carta que recibía y contestaba hay un ser humano. Los años que ha vivido no los vivió en balde.” En el último tiempo, ya muy enfermo –comenta– escribió tres libros. “Su amor por la literatura persistió incluso cuando la medicación le impedía sentir el tacto del teclado.” Uno de esos libros, una novela sobre un fabricante de armas, “un honesto trabajador” que sabotea su labor para que lo que hace no destruya vidas, se publicará el próximo año. Corajuda y con gracia, sin que la emoción la quiebre, Del Río retruca a aquellos que se burlan del compromiso político del Premio Nobel de Literatura y dicen que hacía “turismo revolucionario”. “Si lo fuera, que no lo es, qué mal tendría. El sentía que tenía la obligación de prestar su voz. ‘Mi voz será la voz de los que la necesiten’, me decía. Mi casa parecía una especie de Naciones Unidas, pero eficaz –aclara– porque se resolvían cosas.”

Del Río confiesa que en un momento, para evitar las discusiones, optó por salvar el matrimonio y dejar de preguntarle sobre las traducciones con las que trabajaba. “¡Pero qué demonios de idioma tenés que no existe esa palabra!”, se quejaba Saramago cuando objetaba algún aspecto de la traducción de su esposa. “Me gustaría revisar algunas traducciones de sus libros, aunque no sé si tendré tiempo. Pero por Dios: nunca lean otra traducción que no sea la mía”, pide medio en broma, medio en serio. “Quien crea que José Saramago está ausente de esta feria está equivocado”, plantea. “El está omnipresente, casi como Dios; lo he visto entre la gente.” No han pasado cinco meses de su muerte. Y se lo extraña. Hace falta. “Me parece que socarronamente José debe estar cruzando por aquí y me está diciendo: ‘¡Vaya que te estás pasando!’. Tengo la sensación de que está en los libros, pero creo que también está en nuestros corazones.”

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