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Domingo, 16 de abril de 2006

OPINION

Ejercicio de aprendizaje y resistencia

Por Sylvia Iparraguirre

Fue un amigo de la facultad el que me llevó por primera vez a una reunión de el escarabajo de oro. Me había dicho: ¿querés conocer escritores? La pregunta me inquietó. Tenía 21 años, era extensamente provinciana, cursaba Letras y nunca había visto un escritor vivo en mi vida. En la facultad sólo tratábamos con los muertos venerables. Mi incorporación a la revista fue, en principio, lateral y a través de Abelardo Castillo, con quien nos casamos unos años después. Fui conociendo a un grupo que me intimidaba. Hablaban de literatura y de política de una forma completamente nueva, con un desparpajo y un humor que yo no conocía. Los cuatro años posteriores, hasta que El escarabajo... dejó de salir, fueron para mí una época de enorme aprendizaje. No sólo aprendí cómo se hacía una revista en un sentido práctico, sino que alcancé a comprender el significado que tenía publicarla. Sobre todo, el significado ideológico, el valor y peso que podían llegar a adquirir las palabras, las ficciones, la poesía, en un contexto determinado. Aprendí que ser escritor no era solamente publicar un libro. En 1977, con la fundación de El ornitorrinco junto a Liliana Heker y a Abelardo, y también junto a Bernardo Jobson, ese amigo tan querido, la decisión de seguir publicando la revista bajo un nombre nuevo y adaptada a los años de la dictadura adquirió otra dimensión. Fue el modo (compartido con otras revistas, con Teatro Abierto) de no quedarnos callados, pero sobre todo de seguir haciendo aquello en lo que creíamos, pese a todo. El humor de la revista nos preservó del miedo, las reuniones fueron el medio de saber qué había sido de amigos y conocidos, si estaban o no vivos, si estaban o no en el país, los talleres literarios que surgían de gente cercana a la revista nos permitió sobrevivir bajo la sospecha o la amenaza. Una vez, recuerdo, la carta de un preso, a quien nunca supimos cómo le había llegado un ejemplar, justificó la perseverancia de seguir sacándola. Esto es lo más personal que puedo decir. Lo demás está en el extraordinario trabajo de investigación de Elisa Calabrese y Aymará de Llano.

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