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Jueves, 27 de abril de 2006

CINE › TERRENCE MALICK, UN PANTEISTA SUELTO EN HOLLYWOOD

Tragedia del paraíso perdido

 Por Luciano Monteagudo

Badlands (1973), Días de gloria (1978), La delgada línea roja (1998) y ahora The New World: cuatro largometrajes en algo más de tres décadas puede parecer muy poco, pero Terrence Malick es quizás el último individualista de Hollywood, el único director estadounidense que –a la manera de Stanley Kubrick– se sigue reivindicando como “artista”, lo que lo ha llevado a filmar solamente cuando estaba en condiciones de asegurarse el control absoluto de su cine. Esa ambición –cada vez más a contrapelo de la industria que le financia su obra– se confirma con este El nuevo mundo, su personalísima, sinfónica versión de uno de los mitos de origen de los Estados Unidos: el encuentro del explorador británico John Smith con la joven aborigen Pocahontas, hacia 1607. Suerte de Tristán e Isolda americana, la historia de ese mutuo descubrimiento, de características trágicas, es visto por Malick como un inexorable choque de culturas, que dejará huellas –y heridas– muy profundas en ambas.

A la manera de un panteísta (siempre lo fue, desde su primera película, que celebraba las planicies doradas y los cielos infinitos de Dakota), Malick se preocupa por percibir la realidad en todos sus sentidos, persigue las entidades cambiantes de la naturaleza, para después darle a su historia una dimensión de orden casi místico. A diferencia de la concepción de Werner Herzog en Aguirre, la ira de Dios o Fitzcarraldo, que veía a la naturaleza como un enemigo a someter, y de Francis Coppola en Apocalypse Now!, donde la selva vietnamita era el corazón de las tinieblas, Malick ve a esa tierra virgen –Virginia se llamaría luego esa región a la que llegó el pionero John Smith– como la veía el poeta Walt Whitman: como un canto a la libertad y a una espiritualidad libre de dogmas y preceptos. La comunión con todos los seres, la vida agreste y el trabajo duro prometen un lugar donde todo es posible. Pero el germen de la tragedia se encuentra en ese mutuo descubrimiento, que se convertirá en conquista.

Malick es el cineasta de la voz interior, del discurso libre indirecto, del fluir de la conciencia. Y su cámara fluye de la misma manera, como si lo que registra no fuera necesariamente la realidad, sino la visión ebria, rabiosamente subjetiva de esa realidad. Siempre elegíaco y fiel a la concepción de sus films anteriores, donde prevalecía constantemente el espíritu de la pérdida de la inocencia, Malick no puede dejar de percibir aquí, aún más profundamente, de qué manera el Edén se convierte en un paraíso perdido. El amor de John Smith y Pocahontas sugiere la posibilidad de la coexistencia de dos mundos –Europa y América, meditación y acción, alta cultura y género popular– pero la Historia se ocupó de probar que el santuario fue violado y Eldorado terminó destruido, al menos en su sentido primigenio.

Que Malick logre transmitir todas estas ideas casi sin palabras, apelando a los recursos más genuinos del cine– la puesta en escena, el montaje, el sonido– es algo infrecuente, de un lirismo casi radical en una producción de más de 30 millones de dólares. El irlandés Colin Farrell puede resultar quizás una elección poco afortunada para el personaje de John Smith, y sin duda hay que sobreponerse a su estigma de estrella: uno siempre ve primero al actor y recién después al personaje. Pero la joven debutante Q’Orianka Kilcher, como Pocahontas, parece la persona ideal para encarnar la idea de la película: una página en blanco en la que Malick es capaz de escribir esta elegía a un mundo perdido.



8-EL NUEVO MUNDO
The New World. Estados Unidos, 2005.
Dirección y guión: Terrence Malick.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
Música: James Horner.
Diseño de producción: Jack Fisk.
Intérpretes: Colin Farrell, Q’orianka Kilcher, Christopher Plummer, Christian Bale, David Thewlis, Jonathan Pryce.

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Un choque de culturas que deja huellas –y heridas– profundas.
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