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Sábado, 18 de febrero de 2012

CULTURA

Textual

“Ya se viene el carnaval / por la Quebrada del Toro...”, lo anuncia la copla popular.

Súbito llega. Aluvión o tormenta de verano.

Viene como un jinete alucinado que va despertando caseríos para que vuelva al inicio de la vida, al júbilo y al canto.

Memoria del caos y afirmación del esplendor y la lujuria.

El carnaval no nace, no sucede, resucita. Y como todo resucitado, se yergue encendido de todas las visiones que han ensombrecido a los hombres durante el año. Las hace estallar en alegría, en tonadas y en vino:

... pa’ divertirme cantando

aquí estoy, de cuerpo entero.

Viene de la mano de la música, que tiene cierta el ánima de su geografía, pero insalvables sus límites.

En su visita alocada no distingue al humano del árbol, del animal ni de la piedra. Tanto se embriaga el zorro como aventa nubes el árbol, tanto gimen las piedras como florece el hombre.

Funciona como una fuerza de la naturaleza. Trae la multiplicación y el exceso.

Busca en el desorden la restitución de una antigua armonía.

En carnaval se mezclan, cambian y desaparecen apariencias y jerarquías.

El que nada tiene, invade todos los ámbitos, y el poderoso halla ocasión para liberarse de las trabas que su condición le impone.

Nos empareja a todos (...).

El carnaval viene para que uno deje de ser y, paradójicamente, sea.

Por eso la restitución de la máscara, la voz del otro de la máscara, el inescrutable antifaz.

Ya no soy el que antes era

ni el que mañana será,

yo he de ser poquito a poco,

lo que mande el carnaval.

Miguel Angel Pérez (Perecito), “El cantar del carnaval”.

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