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Viernes, 5 de agosto de 2005

TEXTUAL

“Soy el junco. Y como junco, yo junco y junco. Es entendible que alguna pájara, al ver mi porte de totora y mi marrón clarito, desespere por amarme y ya lo sé. Soy libre como un junco, pero puedo romper tu corazón, ¡oh, Golondrina! No porque yo quiera, claro, sino porque juncar tiene esas cosas: no es desdén, ni es olvido, no tengo mucho para olvidar. En mi universo juncal la palabra ‘libertad’ no es más importante que la palabra ‘viento’, ‘sapo’, ‘pececito de siete colores’, o ‘anémona’. No es que sea frío, querida gaviota... ah, perdón... Golondrina. Los besos que te daría si encontraras la boca mía... Y si acaso estás demasiado ocupada, mañana podríamos; no, mejor –mañana tengo que juncar– podría ser el archimiérocles, o el jundruli, que es un día especial que tenemos los juncos. En el calendario azteca, la totora y el junco equivalen al número ‘chento’, y jundruli, justamente, es el día de los enamorados, por eso diría que... no, eh... mejor... mejor hoy me amo un poco a mí mismo, porque no te culpo, las alondras siempre sobrevuelan mis penachos. Perdón... golondrinas. Eh, perdón... penachos...
Perdón, Golondrina, no quiero que pienses que me hago rulos con tu cariño, ni quiero sentirme culpable por ser como soy, que te hayas quedado es parte de tu historia, yo hago mi camino y por ningún otro voy.
Y cuando el viento me azote, ¿con qué brazos te abrazo?
Querida Golondrina; vete a un convento...”
* “El junco”, por Alfredo Casero.

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