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Domingo, 11 de febrero de 2007

UN PASEO POR LA FERIA, LUGAR DE ENCUENTRO PARA CUBANOS Y EXTRANJEROS

El arroz frito y el alimento cultural

 Por S. F.
Desde La Habana

Aunque el día está nublado, los cubanos viven la fiesta de la Feria sin importarles las gotas de lluvia que amenazan con empapar a chicos y grandes. Caminan, entran en los pabellones, llenan las bolsas con sus libros –los que más se venden son los infantiles–, comen sentados en los cordones arroz frito, “la comida china”, como ellos la llaman, toman refrescos y helados. En la Fortaleza San Carlos de la Cabaña hay lugar para todos, incluso la presencia omnisciente de Fidel. Basta transitar las callecitas empedradas, levantar la vista, observar los faroles, las columnas y el horizonte para sentir que la experiencia se asemeja a una suerte de carnaval medieval recreado por esa gran máquina de “aplatanar” que tienen los cubanos. Los pocos extranjeros que están dando vuelta por ahí –la mayoría argentinos y algunos españoles– parecen cubanísimos. Una joven argentina no puede más del hambre, pide su plato de arroz frito (a cinco pesos cubanos), se tira en el suelo y con la cuchara de papel come rápido, integrándose al paisaje habanero como una más. No sólo las comidas se adhieren, a veces las palabras también empiezan a mezclarse: no falta quien pida un refresco “a tiempo” (en Buenos Aires es natural) o se le escape algún “chévere”.

Miriam Alonso está sobre el césped de la terraza de la Fortaleza, comiendo y descansando. “Me gusta mucho venir a la Feria”, dice esta mujer de 57 años, jubilada del rubro de las confecciones textiles, con tres nietos. Cuenta que compró muchos libros infantiles y cuando Página/12 le pregunta cómo es la vida ahora que no está Fidel, dice: “Desde que tengo uso de razón que él está con nosotros, pero se levanta otra vez, se recupera porque cerebro como ése hay pocos”. Su nieto Igniel, de 7 años, no para de hablar, cuenta que compró “una pila de libros”, entre otros la saga de Guaso y Carburo, de Luis Castillo (Editorial Gente Nueva). Su abuela, mientras avanza con su porción de arroz frito, señala que la Feria es popular “porque los cubanos leemos mucho”.

Ivonne Valera Céspedes es jefa de recursos humanos de una empresa estatal de transporte. Tiene 38 años, un cuerpo escultural; sus piernas largas, negras y lustrosas, no conocen lo que es la grasa. La acompaña su hija Daiana de la Caridad, de 8 años. “Me encanta venir, sabes, porque aquí tienes todo lo que necesitas para complacer a los niños y nos permite desarrollar el sentido cultural de los muchachos”, explica. “Es un ambiente sano y saludable”, agrega. “Acá promocionamos mucho la lectura para el desarrollo del hombre; la capacitación en Cuba es constante, por eso todo el mundo viene a la Feria a buscar los libros que necesita”. Respecto de la ausencia de Fidel confiesa: “Estamos preocupados por la salud del Comandante, pero esté o no esté, tenemos que continuar viviendo y luchando, aunque se lo extraña bastante”. Oscar Delgado Beovides tiene 38 años, es de Güines, un municipio de provincia Habana (lo que ellos llaman “el campo”). “Siempre que puedo vengo, pero este año fue muy fuerte por la cantidad de personas que vinieron”, advierte. “Yo calculo que debe haber más de un millón de personas circulando por acá”, exagera. El viernes, el primer día de la Feria, según informó la prensa cubana, visitaron la Fortaleza más de 50.000 personas. Y los organizadores estimaron que ayer se duplicaría esa cifra. “La vida sigue sin Fidel, todo está normal, tranquilo, no lo vemos mucho, pero sabemos que él está ahí”, añade Beovides.

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El primer día, la Feria atrajo a más de 50 mil personas.
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