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Sábado, 11 de septiembre de 2004

NOVEDADES EN CIENCIA

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TERREMOTO ESPACIAL

Sky & telescope Si bien sus años dorados ya quedaron en el pasado, el telescopio espacial Hubble no para de sorprender a los astrónomos con los increíbles objetos estelares que encuentra perdidos (y ocultos) en el espacio. El último de los cuerpos celestes en salir del anonimato es ni más ni menos que una supernova, catalogada como SN 2004dj, que se encuentra en un extremo de la galaxia NGC 2403 en la constelación Camelopardalis. Pero eso no es lo más curioso: la moribunda estrella –que explotó emulando la luz de 200 millones de soles– es la supernova más cercana y más brillante de la que se tiene idea en la última década (la última gran explosión la detectó el español Francisco García, quien descubriera la supernova 1993J), lo suficiente como para haber sido confundida hasta ahora con una estrella furibunda dentro de la Vía Láctea.
Descubierta originalmente por el japonés Koichi Itagaki, la supernova (de tipo II) está a 11 millones de años luz de la Tierra y su magnitud es de 11,2. “Tuvo que haber sido una estrella masiva rica en hidrógeno que explotó a una edad muy temprana”, comentó el astrónomo Alex Filippenko (Universidad de Berkeley, Estados Unidos), quien estima que su masa estelar habría sido quince veces la del sol.
Con el tiempo, este cataclismo cósmico deja de ser tan misterioso: ahora, un equipo de astrónomos liderado por Jesús Maiz del Space Telescope Science Institute descubrió que la estrella formó alguna vez parte de un cúmulo compacto de estrellas conocido como “Sandage 96”.
“Probablemente haya en varios cúmulos cientos de otras estrellas como ésta listas para explotar”, dijo Filippenko, quien de repente hizo una pausa y continuó: “...aunque tal vez no ocurra en lo que queda de nuestra historia”.

POR UN PELO

NewScientist El pasado marca de diversas maneras a la gente: con recuerdos, heridas, pesadillas, o en la profundidad del orgullo. Y, según el geoquímico Stuart Black y sus colegas de la Universidad de Reading (Gran Bretaña), lo hace también dejando rastros en el pelo.
Para llegar a esa conclusión, Black y los suyos desarrollaron un nuevo método para detectar los lugares en los que seres humanos vivieron en diferentes épocas midiendo la proporción de isótopos de oxígeno e hidrógeno en sus tejidos y fluidos. Ocurre que los isótopos de un elemento –átomos que sólo se diferencian del elemento original por el número de neutrones, o sea, por la masa del núcleo– tienen la particularidad de ser absorbidos por la materia orgánica (en este caso el cuerpo humano) en forma de agua, así como también sirven como marcadores de diferentes áreas geográficas, reconocibles por su clima, presión atmosférica y humedad.
“En los seres humanos, los mejores tejidos para usar son los cabellos, ya que crecen un centímetro al mes –explicó Black–. Y así guardan en su interior no sólo el registro de las zonas visitadas sino también de todo lo que comió y bebió la persona analizada.”
El método de Black se basa en el estudio de dos tipos especiales de isótopos: oxígeno 16, oxígeno 18, hidrógeno y deuterio que se suman a la bandada de isótopos que han recibido numerosas aplicaciones en química, bioquímica, y medicina para detectar, por ejemplo, anemias, lograr imágenes del tiroides, para destruir lesiones malignas y para aniquilar tumores óseos. No sea ahora que estos elementos químicos y estos métodos caigan en las manos equivocadas y sirvan para rastrear a inmigrantes,perseguidos políticos o a todas aquellas personas que abandonaron su hogar por la simple razón de pretender vivir mejor.

 

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