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Viernes, 13 de agosto de 2004

MODA

Díscolas niñas bien

Educadas en instituciones inglesas, desertoras de su propia fiesta de presentación en sociedad, las hermanas de origen griego Magdalena e Isabel Palandjoglou abrieron en este invierno un local para su marca Kukla, en el que ofrecen ropa “ponible”, con estampas que remedan viajes y un tono nostálgico por los dorados ‘70.

 Por Victoria Lescano

La expresión kukla significa muñeca en griego y designa a la marca de Magdalena e Isabel Palandjoglou, dos mujeres rubias, espigadas y con rasgos de muñecas rara avis (sin el facilismo de Barbies ni las nuevas y más freakies Living Dead Dolls). Desde el último invierno, Kukla tiene una boutique en la calle Bulnes 2677 (y que comparte local con la zapatería Mishka) que conjuga el toldo de una vieja panadería, un cartel de neón, un sillón de mimbre y vestidores con cortinas similares a las de las carnicerías y que fueron desarrolladas ad hoc por el artista Daniel Joglar.
Los diseños se abocan a la ropa de día, el elegante sport, transmiten adaptaciones de la ropa de camping, de deportes como el cricket y existen buzos con construcciones sastreriles y adaptaciones de las camisas de secretarias y de estudiantes de colegios privados.
En sus colecciones hay constantes homenajes a la estética de las mujeres de los años ‘70 y las estampas sobre algodones y jacquards hacen a su marca de fábrica: así como la del invierno reproduce y reinterpreta cuadros con escenas de caza y, en las anteriores producciones, irrumpieron citas a las calaveras mexicanas o mapas de rutas argentinas, para el próximo verano anuncian influencias del folklore griego.
Por puro capricho esteticista, cada año rescatan estampas de colecciones anteriores y las usan para las colecciones de zapatillas símil básquet o los interiores de los abrigos.
Magdalena estudió Indumentaria en la Universidad de Buenos Aires y su hermana, Isabel, cursó Relaciones internacionales en Estados Unidos, juntas predican la elegancia relajada, de un trench coat con zapatillas o un jogging combinado con zapatos muy elegantes.
—¿Cuál es el concepto que rige sus colecciones?
–Me gusta la idea de que la ropa tiene que durar, tengo una relación muy personal con la idea del uso. Y me remito a recuerdos de esa ropa de la infancia que no queríamos sacarnos ni para bañarnos porque era muy suave, me encantaría que nuestra ropa provoque eso. De hecho hay clientas que vienen a buscar la misma prenda otra vez y en la colección de este invierno fue muy buscado un modelo de buzo muy parecido a una campera, con la particularidad de que luce gastado por el paso del tiempo. Además nos planteamos hacer ropa ponible y que tenga un tema nuevo cada temporada. La marca está vinculada con los viajes, y con frecuencia en las campañas gráficas aparecen modelos rubias y bronceadas al estilo de las modelos argentinas de los ‘70 posando sobre Torinos o motor-homes. La primera colección fue en el verano 2001, y coincidió con la gran crisis económica y la vuelta a viajar por el país: aparecieron carteles indicadores de rutas reales e inexistentes, campings, influencias de la pesca y lo militar, la remera que la sintetizó tenía la estampa “Visite Bariloche”. Luego usamos iconos rescatados de un viaje por México, cuando tomé fotografías de los murales de Posadas. Después las modifiqué con la computadora, las calaveras aparecieron bailando y les agregué falda, zapatillas y corbatas, y el resultado fue sin dudas rockabilly y morboso. Estuvo acompañado de remeras de pin ups, en homenaje a las divas del glamour latino que se hacían fotografiar en Acapulco.
–¿Cómo explican la lectura del estilo inglés, que este invierno fue un tema de tendencia internacional, y que ustedes reinterpretaron con guiños a lo angloargentino?
–Siempre me pareció muy raro que pese a las raíces griegas, crecimos y nos educamos en colegios donde sólo te dejaban hablar en inglés. Rescatamos los uniformes del colegio San Andrés y del Club Hurlingham, y tomamos detalles tanto del blazer como de la camisa con estampa collage en tonos de celeste y blanco, y los combiné con detalles de los ferrocarriles y el fútbol. También decidimos representarlo en estampas sobre algodón de escenas de caza, rescatados de un tapiz de tema ecuestre, y donde los tonos tradicionales de rojo y verde se modificaron con rosa fuerte sobre una base beige. Además volví a ver la película Miss Mary y me llamó la atención qué tan poco argentinas eran las familias típicas argentinas, pensamos en las presentaciones en sociedad y en las desaparecidas fiestas de COAS, de las que nosotras no quisimos participar porque no hubiéramos resistido la pompa de la vestimenta y los zapatos obligatorios, forrados en el mismo tono que el vestido.
–Pertenecer a una familia vinculada con la tradición textil –su padre es uno de los fundadores de la Algodonera San Nicolás–, ¿desató el interés por la moda?
–No tuvimos el imperativo de ingresar a la empresa familiar, tal como le pasó a mi padre. Al principio, el mundo de la moda me parecía muy frívolo y entré a Bellas Artes y a Imagen y Sonido, pero finalmente caí en Indumentaria y entendí que en los procesos de diseño podía involucrar mis intereses. Aunque podemos pedir que nos tiñan un hilado que no conseguimos, entendemos lo complicado de detener las producciones de una fábrica. Creo que la herencia tiene que ver con que nos gusta respetar los procesos industriales y siempre diseño con la idea de que esa prenda se pueda repetir y volver a hacer en el futuro.
–¿Cómo es la lectura del estilo griego que proponen para el próximo verano?
–Nuestra abuela trabaja en la colectividad y nos trajo los trajes típicos, preferimos no ser literales y sólo rescatamos el pantalón de baile llamado cholla y que en lugar de paño hicimos en modal, y jugando con los gags que aparecen en cada colección hay una remera con el slogan “Zorba dancing school”, hay detalles de macramé en algunos vestidos, y descartamos la estampa típica griega con la figura del Partenón. También ideamos una línea de noche con plisados, aplicadas a la siluetas contemporáneas. Pero lo que más nos influenció fue volver a mirar un álbum de fotos de nuestra madre, en sus vacaciones en Grecia durante los años ‘70, con lo que ella usaba día a día. Mamá es bastante fashionista, a diferencia de nosotras prefiere usar nuestra ropa en conjunto, pero igual nos encanta el resultado. Sin dudas, los ‘70 son nuestra década favorita, cuando diseñamos pensamos en Jane Birkin con sus canastas, en Charlotte Rampling, en Anita Pallenberg, Bianca Jagger en la época del club Studio 54. Y nuestro libro de moda de cabecera es un manual de estilo de los ‘70 llamado Cheap Chic y que enseñaba a las mujeres de la época cómo vestirse elegantes con poca plata.

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