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Viernes, 25 de octubre de 2002

TENDENCIAS

CONSUMIR EROTISMO

En plena crisis, el consumo de erotismo ha crecido. Y ha cambiado su perfil. Mujeres solas, parejas grandes, jóvenes, jubilados, de todo un poco se puede ver entre el público que se acerca a las ferias eróticas y a los locales especializados en el ramo. Gente que posiblemente busca algún tipo de satisfacción.

 Por Soledad Vallejos

Sostiene la Real Academia que lo erótico es aquello “perteneciente o relativo al amor sensual”. Que lo sensual abarca las sensaciones de los sentidos, “las cosas que los incitan o satisfacen, y a las personas aficionadas a ellos”. Definición amplia y libertina si las hay, se extiende casi como el mapa de un territorio en perpetua mutación, de un mundo guiado por, lo dice bien clarito, el amor hacia todo lo que sea capaz de provocar los sentidos para llegar a ese punto marcado con una x roja: la sensación. Y últimamente pareciera que en Buenos Aires la búsqueda de sensaciones anda a flor de calle, o de trazo de mapa, que las cosas y sus aficionados repentinamente explotaron contrariando toda ley de sociología casera sobre un escenario de crisis económica y sus efectos posibles, que los sibaritas de lo sensual, vamos, andan con ganas de conquistar espacios para convertir a desprevenidos en nuevos aficionados o, por qué no, por lo menos divertirse un rato. De algo habla que en una semana hayan coincidido dos exposiciones autodefinidas como eróticas, que la pequeña industria local relacionada con el sexo esté aprovechando la devaluación para no desaparecer y llenar los baches que dejó el encarecimiento de lo importado, o que repentinamente algo tan frío como una cámara gessell se convierta en el escenario hot de la temporada. Tal parece que el deseo está puesto en la mirada.

“Sensual: quien se deja llevar por los deleites” (1739) (los aficionados)
Víctor dejó de usar su apellido verdadero cuando abandonó la producción de éxitos televisivos como “Feliz domingo” o “Calabromas” para dedicarse a dirigir películas “condicionadas, o XXX”. Doce años han pasado de eso, los suficientes para haber firmado una cantidad considerable de videos porno realizados con bajo presupuesto y todos los estilos posibles, desde los proamateurs (“no hay un guión, es simplemente el deseo y la voluntad de hacer determinadas cosas... es como el Dogma, ¡sería un porno dogmático!”), hasta un thriller (Delito de corrupción) y, por supuesto, pasando por las parodias bizarras que lo convirtieron en director casi de culto como Las tortugas mutantes pinjas, Los pornosinson y Los pinjapiedras (que, productor de La Cicciolina mediante, llegaron a ser las más alquiladas en Italia, luego de pequeñas adaptaciones como el doblaje y las musicalizaciones con zambas, chacareras, y hasta “El cóndor pasa”). Pero el hombre que a pesar de llevar un apellido artístico no se niega a las entrevistas ni las fotografías es todavía un poco más complejo. Si por un lado plantea que “hacer porno es difícil porque siempre está el tema de lo que hace calentar, ¿y qué es lo que hace calentar? A mí, por ejemplo, las películas porno me aburren muchísimo, a no ser que tengan una trama y una situación creada donde hay cierta investigación de lenguaje”, por otro parece intuir lo necesario sobre los mecanismos del deseo local como para saber qué funciona. Por algo cuatro de las siete revistas condicionadasnacionales (Relaciones ardientes, Atracción sexual, Confesiones y Sin límite) lo cuentan entre sus gestores. “Son de relatos, de contactos. Revistas porno, en realidad, en la Argentina no hay, porque Duhalde firmó un decreto en el ‘93, cuando era gobernador de la provincia de Buenos Aires, que dice que las revistas porno, eróticas o subidas de tono están gravadas por ingresos brutos para su distribución en la provincia. ¿Y qué pasa? Que los kioscos son exentos, y no van a inscribirse para vender una revista, entonces directamente no la venden si tiene esa calificación. Es una forma muy inteligente de censura, pero que establece algo tan ridículo como que vos cruces de provincia a Capital y tengas derecho a ver otra cosa. Por eso, por la posibilidad de que te la califiquen mal y no puedas venderla en provincia, no la hacés más zarpada. Por eso ninguna revista pasa cierto techo, no porque seamos moralistas.” Porque el público habitué, él está convencido, no pondría el grito en el cielo si al abrir un ejemplar encontrara fotos como la censurada el año pasado, una de “dos pibas en malla tomadas de la mano que iban al mar y alas que se les veían los pechos”. “Eso no lo podés poner porque es lesbianismo. Y si una chica se está tocando, tiene que tener los ojos abiertos para que no sea porno. Si los tiene cerrados, sí es porno... o sea que para el comité de censura es obligatorio masturbarse con los ojos cerrados.” Como sea, las ventas no sólo no han bajado desde que se agudizara la recesión, sino que se mantuvieron a pesar del aumento del precio de tapa, y por ese tipo de cosas Víctor y su productor, Matías, están por lanzar a la calle Cafirulo, un comic “sobre un vivillo muy liberado sexualmente, al estilo de Isidoro Cañones” pero con épica de perdedor.
Expo Sensual y Erótica fue un evento que, en tres días, llevó cerca de cinco mil personas a ver qué podían encontrar en una discoteca (La France) convertida en centro de eventos. Montada a la manera de una exposición comercial, ofrecía recorrer stands de revistas, sex shops, lencería, bombones, películas, y cualquier otra cosa que pudiera relacionarse “con lo sexual y lo erótico, pero no con lo pornográfico”, como explica Carlos Gallarín, uno de los cuatro organizadores que desconocían por completo el “ambiente” hasta que notaron “que hay todo un público, que es la persona común a la que este tipo de cosas le gustan para participar y disfrutarlas, pero con altura”. La idea era algo así como montar un gran paseo de compras en el que no fuera excluyente llevar dinero, pero sí “curiosidad, ganas de ver, de conocer, ganas de enterarse”, y no discriminar: “Era un evento para mayores de 18 años, por una cuestión de ética, pero sin importar su tendencia sexual”. A las cuatro de la tarde, cuando abrían las puertas, ya había gente esperando para entrar, y la cuestión se ponía más animada a partir de las seis de la tarde, justamente cuando termina el horario laboral, y no paraba hasta la noche. “Vino público heterosexual, travesti, público gay (aunque no fueron muchos, pero los que vinieron se fueron muy contentos), de la comunidad lésbica, swingers... La gente estaba muy enganchada con los swingers, se acercaban, les preguntaban, les daban los datos para que les mandaran información.” Por los pasillos, entre promotoras que repartían llaveros y descuentos para hoteles alojamiento y el periódico swinger El suceso y chicas en ropa interior promocionando un bar, hubo “mucha gente mayor, muchos jubilados, docentes, matrimonios, muchas mujeres, y más jóvenes, a partir de 25 años”. Si recorrían un poco más y se detenían en el local adecuado, se encontraban con un señor de pelo blanco rodeado de chicas que accedía a sacarse fotos con el público para que, luego, una revista se las enviara por correo electrónico y pudieran usarlo de fondo de pantalla. Era Víctor Maytland, el director de cine, que fue para conocer a parte del público que mes a mes consume una tirada cercana a los 7 mil ejemplares de cada una de sus revistas y conoce a stars locales como Fiamma, Héctor Lachiessa o Selena Bravo. Fundamentalmente se encontró con curiosos deslumbrados por conocer, en vivo y en directo, a un auténtico director porno. Pero elasombrado terminó siendo él. “Honestamente, a mí me sorprendió qué tipo de gente era: parejas de 40 para arriba, muchísimas mujeres solas, y también la típica mujer elegante que viene con las amigas a la salida del laburo, de nivel. Se acercaban, me preguntaban.” ¿Qué preguntaban? “Cómo se hacía esto, dónde se conseguía, decían qué bárbaro. Veían a las pibas ahí, a las actrices, y veían que eran personas normales, que no eran chicas encerradas en una mazmorra a la que le dieron falopa para que haga una película.” Porque Víctor ha dicho más de una vez que no soporta trabajar con actrices que sólo lo hagan por dinero, él prefiere que ellas deseen hacerlo. Y las encuentra, si ellas no lo buscan primero a él, como sucedió con la actriz Sabrina Jiménez.
Si algo rescata Gallarín, además de haber logrado “un momento de distensión para que la gente se olvide de Lula, Menem, el riesgo país, el valor del dólar, y se fuera con una sonrisa en el rostro”, y de sentirse feliz porque “había mucho respeto de las promotoras hacia el público y del público hacia ellas”, fue la respuesta comercial: algunos stands duplicaron sus ventas habituales y muchos están seguros de haber contactado un público nuevo que les será fiel. No por nada, al retirarse, algunos visitantes preguntaron cuándo sería la segunda exposición y elevaron un ruego de lo más pertinente: “Que no decaiga”.
Desde hace unos fines de semana, cuatro casas de San Telmo que alguna vez fueran caballeriza de Juan Manuel de Rosas y luego inquilinatos cambian su aspecto habitual de galería de arte y hogar del arquitecto Osvaldo Giesso para convertirse en sede de un evento erótico multidisciplinario. Es de noche. La calle Cochabamba repentinamente se llena de gente (“es un piquete erótico”) que se dedica a ver la performance del Teatro Sanitario de Operaciones: dos personas duchándose en sendos nichos de la pared. Con agua, jabón, cortina semitransparente, todo. De la nada, una monja arria a la gente látigo en mano, “¡esto no es erótico! ¡erótico es lo de adentro!”. Así empieza Urania Erótica, “un pelotero erótico para adultos”, prefiere describir Néstor Farkas, uno de los organizadores maravillados de que lo planeado para dos fines de semana (viernes y sábados, en realidad) terminara extendiéndose hasta principios de noviembre por la razón más sencilla del mundo: un público tan fervoroso como para regresar una y otra vez, hacer correr el rumor, y multiplicarse hasta promediar las mil personas por semana. A la hora de evaluar el impacto de esos encuentros que combinan a cien artistas para generar un mundo de hadas provocadoras paseándose por ahí, chicas à la Carmen Miranda, teatro japonés, concurso de orgasmos, muchachos que vendan los ojos y voyeurismo interactivo, cree tener una hipótesis comprobada: “Es que yo creo que lo erótico llama... y llama de fuego, ¡es la llama que arde!”. Enfrentar la erótica como pulsión, como lo sensual, el glamour, el humor, “la puerta de inicio a diversas miradas”, que obligue a participar, parece ser la consigna. “El lugar es de entretenimiento, todo lo que pase lleva implícita una participación activa. Si uno no participa, no se mete con sus miedos, no pasa nada. Tenés que meter el cuerpo a lo que sucede, y pasan cosas.” Pasa, por ejemplo, que muchas de las personas que atraviesan un pasillo descubren de un segundo al otro que a sus lados no hay paredes sino telas elásticas que encubren manos, que esas manos se mueven, y que tocan algo de alguien pero sin saber qué. Es el famoso pasillo de manos, claro, uno de los juegos preferidos por los asistentes al pelotero, quizá porque da derecho a ser uno de los tocadores después de haber sido tocado. También pasa que el agujero de una pared permite espiar lo que sea que haga una chica del otro lado, tanto puede estar cambiándose o leyendo un libro, lo cierto es que toda la noche muchos se descubren voyeuristas. “A veces pareciera que si no hay una chica desnuda no es erótico, y todo lo contrario, en realidad. Lo erótico es un clima, son sensaciones, esto de espiar, todo tiene que ver con tomarte el trabajo de hacerlo erótico.” Cuando la mayoría de los locales nocturnos empieza a quejarse por la baja del consumo, Urania Erótica está descubriendo que el concepto de juegoestimulante no sólo divierte, sino que también atrae a un público nada despreciable. ¿Por qué? “Creo que tampoco bajó el consumo de papas, y lo erótico es alimento. Uno come erótica todo el tiempo, lo ves en la tele, en las revistas. Esto es alimento, es placer, y por ahí la gente deja de consumir otras cosas, pero no lo que le da disfrute y placer. Además, si no es erótico no pasa nada... Buenos Aires debería ser diez veces más erótico.”

“Sensualidad: delicias del cuerpo” (1852) (las sensaciones)
Viernes a la noche. En el pasillo (convencional, no de manos) de Urania que está atestado de gente se escucha algo de expectativa por presenciar uno de los éxitos de la noche. Adentro, 16 espectadores comprueban que, cuando se apaga la luz, ellos pueden ver sin ser vistos todo lo que pasa en el cubo de espejos. Hay un stripper ensayando una rutina... con una almohada. Finalmente se duerme, sueña con dos niñas, dos colegialas de película clase z que lo encuentran en la playa y juegan a seducirlo. El pretende tocarlas, ellas saltan desde la pecera y se esconden entre el público, algunos las tocan. El las busca, el público recuerda los cumpleaños infantiles y gritan: “¡No están las pibas acá, che!”. Finalmente, ellas regresan al escenario, tiran el uniforme al piso y quedan vestidas con prendas sado-trash: un corpiño de látex negro con corazoncitos, pequeños látigos armados con filitas de penes de goma en miniatura. La función termina después de la ronda “tipo Flashdance” que hacen entre todos, cuando los actores salen a la pista y provocan a los demás a bailar. Carla tiene 27 años, voz de nena, un trabajo como maestra de alemán e inglés en escuelas primarias y, por cierto, además de música, es una de las dos colegialas (la otra es pintora y dueña de un bar, el stripper porno-trash, además de ser trompetista y bajista, trabaja en comercio exterior). “La gente se divierte porque es re-bizarro lo nuestro, pero también un poco se calienta. El show que hacíamos antes era un poco más caliente, estaba yo con mi novio y una amiga que tienen unos cuerpos imponentes, yo hacía de pendeja malcriada, me enfiestaba con la mucama y mi novio, y la gente se iba en llamas. En primera fila, por ejemplo, vi al mismo tipo cuatro o cinco veces, y nosotros estábamos muertos de risa. El de ahora, como somos todos chiquititos, re-prendejos, nos decidimos a hacerlo bien bizarro, algo más humorístico. Pero igual la gente un poco se calienta, y nos dijeron que es precisamente porque se nota que no somos sado, que sería violento. Es como los videos amateurs, que se venden más que las películas porno, donde se nota que la actriz está baqueteada.” Entre show y show, Carla y la otra colegiala se pasean por los distintos sectores del evento para invitarlos al cubo, “me preguntan si soy actriz, les digo que no, que lo hago porque me divierte jugar con la sexualidad y porque para mí es algo natural. Y hay mucha gente que no lo entiende, que me dice que eso es porno, porque estoy desnuda, pero porno es una intención, no una teta”. En el espectáculo anterior, ese que ponía tenso a más de uno que estaba con su novia (“algunos se quedaban petrificados, nerviosos... pero otros me gritaban y me tiraban manotazos”), cuando una de las chicas bajaba a buscar a alguien, fue cuando empezó a descubrir que la “interacción con el público es re-fuerte”, y que lo suyo pegaba, por lo menos lo suficiente como para que hayan recibido propuestas de seguir representándolo en un restaurant especializado en lo afrodisíaco.
Acaba de terminar la actuación de Baccarat y un gemido anuncia que Karina ya se enfundó en ese vestido escotado que deja ver un tatuaje en su pecho. Desde las gradas, el público se apresta a participar del Concurso de orgasmos que cierra las noches (“el tema es así: cuando acaba la muestra, acaban todos”). Karina entra en escena subida a unos tacos imposibles, perfectamente producida para alimentar ese “imaginario popular que piensa que la fogosidad tiene que ver con la masa corporal”, y soltando un tono meloso que su título de locutora le permite modular consoltura. Para esa altura de la noche, ya investigó lo suficiente entre los asistentes para saber cuánta desinhibición o inhibición hay (lo que incluye pegar en su ropa un sticker de un color determinado, según la persona esté dispuesta o no a ser abordada por los actores ambulantes con vendas para los ojos, hielos, “y hay algunos que se me quejan porque los tocaron poco”), y tiene cierta idea de quiénes subirán al living del escenario para contar algunas experiencias, recrear fantasías en público y esmerarse en dar el mejor orgasmo de la noche. “Puede llegar a pasar cualquier cosa. El otro día me pegaron, por ejemplo. Había un nene que no quería jugar si no agarraba un cinturón y le pegaba a alguien. ‘Vení, pegáme a mí’, le dije, pero no se animó, me pegó un par de cintazos así nomás y era un papelón. Así que le dije ‘dámelo, mi amor, sentáte ahí, ponéte en cuatro’, ¡y le terminé pegando yo!” Claro que no todo es trabajo de riesgo. Además de contar con el auxilio de un “toquetero” y una “toquetera”, Karina, desde su rol de conductora “con doctorado teórico y práctico en educación sexual”, también tiene la suerte de encontrar casos como el de la chica de 18 años que llegó al orgasmo masturbando a una flor, el chico que subió de rollers, peluca y micrófono-vincha, o el de “la flaca que contó la peor noche de su vida: había ido a un telo con un pendejo que estudiaba medicina. Dice que ella trabajó lo mejor, y no pasaba nada, no se le paraba... y que encima él le cuenta que una vez se había excitado en una práctica, ¡viendo una pelvis de mujer, un hueso!”. Y también hay historias con animales, elementos extraños y lugares tan cómodos como baúles de autos. Los espectadores, los mismos que hacia el final decidirán con una suerte de aplausómetro de gemidos cuál de los concursantes ganará una botella de champagne, intentan desafíos desde sus asientos. “Me gritan cosas, ‘¡entregá el tatuaje’, y yo, como soy la madama de la noche, tengo un personaje de arrolladora, les respondo ‘vení, corazón, que te lo muestro de cerca’, y no se animan. Es muy loco, porque te das cuenta de que hay muchos tabúes, que están todos muy contenidos, pero les gusta participar. Son como nenes jugando, es una cosa lúdica, y hay una cosa curiosa, de ver cosas nuevas. Los grandes, salvo que nos enojemos, no gritamos, y cuando elegimos el ganador del concurso terminan todos a los gritos, más que a los gemidos. Todo el mundo saca eso que tiene adentro reprimido, se van como aliviados, como realmente después de un orgasmo.”

“Erótico: cosa amatoria” (1732) (las cosas)
“Argentina for export”, dice hacia el final el video entre institucional y manual de instrucciones de la “silla erótica ergonómica con columpio anatómico” que Guillermo Marconi fabrica desde hace cuatro años. Héctor Lachiessa y Fiamma, dos de los porno stars criollos, acaban de mostrar las mil y una bondades de un aparato que Marconi diseño después de conocer un modelo más simple en un hotel alojamiento. “Me di cuenta de que podía cubrir otra particularidad en el tema sexo, fui desarrollando y agregando algunas cosas según mi criterio, aunque también tuve el aporte de amigos que venían por el taller y me decían ‘agregále esto para tal fantasía’.” La silla tiene partes, claro, de silla, otras de banquito con altura regulable, y puede incluir mesa para el cenicero y el whisky, espejo y accesorios para atar manos y pies. Por lo que se ve, no se trata de algo pequeño y fácilmente disimulable, digamos, bajo una maceta del balcón. Quienes conocen el mercado, aseguran que este tipo de aparatos son algo pasados de moda, que tuvieron un éxito modesto en Estados Unidos hacia los años ‘70, con el nombre de “love machine”, pero Marconi, sin embargo, desde su página de Internet da los datos de los más de treinta albergues que lo cuentan como “valor agregado de algunas habitaciones”. “Sé de alguna gente que se hizo cliente habitué de la habitación que tiene la silla, pero también he tenido comentarios de parejas que se han encontrado una, y la parte femenina ha pedido cambiar de habitación. En realidad,apunto a venderla en albergues y departamentos privados, pero son de difícil acceso. Y no entiendo por qué. La silla es realmente erotizante, permite una amplia gama de poses... y en una de ésas, para los que somos veteranos, tiene bondades en cuanto a la ayuda llegado el momento de concretar la erección. No es lo mismo estar en una cama planchado, tener que estar soportando un peso corporal, que tener las manos en libertad de acción. Eso ayuda mucho.”
“Erotidia” quiere decir fiesta de Eros, pero además identifica un local de Palermo que vende “absolutamente todo lo que puedas necesitar para preparar una noche sensual”: desde saleros en forma de espermatozoides, hasta tarjetas de felicitaciones con caricaturas porno, jabones, accesorios de decoración y juegos. Todo comenzó hace un par de años, cuando Clementina vio que el boom design de Palermo Viejo homogeneizaba las vidrieras. “Consulté a gente de distintas edades a ver qué le parecía la idea de un local con cosas eróticas, y muchos me decían que las esposas y las máscaras eran un poco heavy, pero tanto me piden cuero, látigos, esposas y corsetería que tuve que incorporarlos.” Algunos diseños propios, como las fustitas con puntas de goma y varillas de acrílico negro, resultaron ser éxitos casi instantáneos, “y supongo que tiene que ver con una postura, con tener la fustita como fetiche en la mano”, o como el par de dados de aluminio que simplemente indica “dónde” y “cómo”, convertidos en el hit del momento. Muchas mujeres, dice Clementina, son las que agotan existencias y curiosean para luego hacer compras de entre 20 y 200 pesos, pero también hay algunos hombres. Disimulado en el design, el sexo y lo erótico vende básicamente como humor, quizá por eso de asumir algo haciendo de cuenta que no, quién sabe.
En Buenos Aires, parece que el amor por lo que provoca a los sentidos crea climas, personajes, cosas y lugares. Pero habrá que ver, siempre está en mutación.

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Una escena del sado-trash del cubo de espejos.
 
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