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Viernes, 25 de octubre de 2002

ARTE

la berlinesa

Aunque del lado rico de Berlín está el Museo erigido en su honor, del lado pobre quedó su alma: la artista plástica Käthe Kollwitz retrató, a principios del siglo pasado, perfiles memorables de la clase obrera.

 Por Sandra Chaher

En una plaza desértica y abandonada de Prenzlauerberg hay una estatua en bronce de una mujer sentada, con un largo vestido amplio, cara andrógina, sosteniendo algo que podría ser una carpeta de dibujos o un gran maletín. Es el homenaje que Berlín del Este le hizo a Käthe Kollwitz, que vivió junto a su esposo, el médico Karl Kollwitz en este barrio, cobijo de la clase obrera berlinesa, antes de que su casa fuera volada durante la Segunda Guerra. Cuando ellos se mudaron allí, en 1891, el Prenzlauerberg era uno de los lugares más pobres de la ciudad (tenía la mayor densidad demográfica por edificio de todo el mundo). Hoy, es uno de los pocos barrios con los que todavía no arrasó la ola moderna y futurista que invade Berlín. Sus calles son tranquilas, de tanto en tanto hay algún café acogedor, y existen aún pequeñas tiendas atendidas por sus dueños.
Pero como el dinero en las últimas décadas estuvo en el Oeste, es allí, en la Fasanenstrasse, una de las calles más exclusivas –con casas de alta costura, galerías de arte, y edificios de comienzos de siglo–, donde está el Käthe-Kollwitz-Museum. Ahí pueden verse sus cuadros, tallas en madera, esculturas y dibujos al carbón. Ahí, en una casa sencilla pero imponente, está su obra pero no su alma. Kollwitz es la artista realista y comprometida de la Alemania moderna, la que retrató a la clase obrera, a las mujeres, a las madres, a los líderes socialistas, la que se manifestó contra la guerra y tuvo conciencia de la muerte antes de que llegara su propia hora. Su obra –que abarcó una amplia gama de las artes plásticas– no sólo, y quizá no principalmente, fue una gran obra pictórica: Kollwitz dedicó su vida a las “causas justas”. “Mi trabajo no es puro arte -escribió en su diario en diciembre de 1922–. Sin embargo, es arte. Todos los artistas trabajan de acuerdo con sus motivaciones. Yo deseo que mi arte sirva a un propósito; yo quiero que tenga un impacto ahora, cuando la gente está tan desesperada y necesita ayuda.”
Käthe Schmidt nació en 1967 en Königsberg, al este de Prusia. Su interés por la condición humana, la vida que llevaban hombres y mujeres de su tiempo, estuvo influenciada por sus padres y su entorno, antes de que Prenzlauerberg despertara todos sus instintos. Su padre era un albañil opuesto a los mandatos eclesiásticos, su hermano un científico socialista, y su madre no se quedaba atrás en los cuestionamientos al status-quo. Además de lo que pudo haber recibido de su familia, Kollwitz se nutrió solita con Goethe, Tolstoy, Freiligrath, Heine. El padre fue quien la apoyó para que estudiara artes plásticas y a los 14 años tomó sus primeras lecciones; sus primeras aguafuertes son de 1990.
En el ‘91, a los 24 años, Käthe se casó con el médico Karl Kollwitz y se establecieron en el Prenzlauerberg con la intención de que él atendiera a los más necesitados de la ciudad. Su mujer entró entonces en contacto con la realidad física de la clase obrera. Lo que había leído o supuesto tomó forma ante sus ojos y en sus trabajos. En 1892 nació su hijo Hans, y en 1896, Peter, quien moriría en la Primera Guerra Mundial, hecho que determinó la vida y el trabajo de la artista. Desde 1898 hasta 1903, Kollwitz enseñó en la Escuela de Artistas Mujeres de Berlín, y en 1919 se convirtió en la primera miembro femenina de la Academia Prusiana de Arte,cargo del que fue apartada por el nazismo. En toda su obra se registra una preocupación particular por la situación de las mujeres. En The Survivors, 1923, una mujer parece ser la sobreviviente más entera, que protege a los chicos y detrás de la cual aparecen los hombres, y desde 1902 a 1908 trabajó en la serie Campesinos en guerra, basada en un hecho real ocurrido en 1925 en el cual una mujer soltera, la “negra Ana”, inspiró a los campesinos a rebelarse contra impuestos altos, poca paga, ausencia de derechos civiles. En Campesinos en guerra aparece otro rasgo de la pintura de esta mujer identificada con el realismo artístico y, con los años, con el comunismo político: aunque la serie muestra las violaciones e injusticias contra los campesinos, su posterior rebelión, y finalmente cómo ésta es aplastada, en ningún momento éstos dejan de ser desafiantes, como si dijeran “fracasamos esta vez, pero no nos derrotaron”. Con el tiempo, en sus trabajos empezó a aparecer cada vez más la imagen de la muerte, que siempre había estado presente. Pero el ascenso del nazismo -que en 1936 prohibió la exhibición de sus obras–, la inminencia de una nueva guerra y su propia vejez, hicieron que en parte influida por lo vivido, y en parte visionaria, entre el ‘34 y el ‘35 trabajara en una serie de litografías llamada Muerte. En 1940 falleció su marido, en la Segunda Guerra su nieto, y ella se vio obligada a exiliarse de Berlín y aceptó la invitación del Príncipe Ernst Heinrich of Saxony (quizá una ironía final del destino: ella que se había llamado revolucionaria y después socialista, debiera su vida a la ayuda de un noble) que la alojó en Moritzburg, cerca de Dresden, donde murió en abril de 1945.
En un libro autobiográfico llamado Retrospectiva de los primeros tiempos, publicado en 1941, Kollwitz afirma su condición de artista antes que de militante: “Yo elijo retratar casi exclusivamente al proletariado simplemente porque ese mundo me dio a mí lo que yo consideraba belleza. Para mí, belleza era el portero de Königsberg, belleza era la grandiosidad de la gente y la gracia de sus movimientos. La burguesía no tenía atractivo para mí mientras que los trabajadores me afectaban profundamente”.

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