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Sábado, 2 de mayo de 2009

La memoria furiosa

La nueva muestra de Marcia Schvartz, Fondo, logra traer a la superficie una serie de personajes poderosos que claman venganza, intimidades de amigos que ya no están, fragmentos de historias tan personales como colectivas. Con sensibilidad y maestría la artista desata la belleza y la densidad que, por lo visto, habitaba en lo putrefacto y en los restos del naufragio. Esta serie realizada durante los años recientes confirma que Marcia Schvartz es una de las artistas más interesantes del siglo que se fue y también del que nos toca vivir.

 Por Liliana Viola

Quien haya cometido un crimen las conoce. O las conocerá. Implacables, hambrientas, feroces, las mujeres que acuden apenas se traspasa el umbral de la galería de arte de la calle Alvear han nacido para esto: rabiar y vengarse. Acotaremos que vistas de cerca su tamaño atormenta y supera aun a quien se jacte de ser el más alto. El rictus de alerta de estas damas de los primeros cuadros acusa su pacto con la desmesura. A algunas les brota un río de sangre por la boca, están verdes, el esternón de una de ellas parece haberse rebelado del orden vertebral y está a punto de desmembrar a la misma mujer que rabia y a todo aquel que se le acerque. Una de por allá tiene más dientes que un tiburón y nadie querría ser besado por esa boca. Los ojos se le desorbitan como si estuviera condenada a escuchar los alaridos del Guernica desde Picasso hasta el fin de la historia del arte. Están en el fondo de un mar azul que, en realidad, es tan turbio...

Cubiertas por las algas, flacas de desconsuelo, te acosan hasta la parálisis. El cartelito al pie aporta el nombre. Son las Erinias.

Las Erinias, deidades clásicas, tuvieron nombre propio antes de que surgiera el de Zeus y, por lo tanto, no responden a sus órdenes. Se diría que están ahí abajo desde siempre y que no han envejecido, encargadas de ejecutar la venganza entre los vivos. Cargarse a quienes juran en falso, a los que sacrifican la sangre de sus hermanos, a los que desperdician su tiempo en la Tierra.

La nueva muestra de Marcia Schvartz en la galería Rubbers Internacional se llama “Fondo” y que la artista haya decidido colgar ya en la entrada a estas hórridas deidades vengadoras es una prueba elocuente de lo que tiene en mente. Por lo pronto, al continuar adelante por la espaciosa sala, otra Erinia, fuera de cuadro, se encuentra hablando animadamente por teléfono. Acuerda citas para próximas entrevistas que le van solicitando desde otros diarios, admite. Ruega a sus cielos no estar dando citas superpuestas, porque no todo lo va anotando en la agenda. Parece que le han preguntado si ella acostumbra a pintar furiosa y sin inmutarse contesta que por supuesto. “La verdad es que soy una persona bastante nerviosa, bastante rabiosa.” La fama ya está hecha, si no acompañara sus dichos con una sonrisa hospitalaria y con un gesto de invitación a buscar un lugar donde sentarse para conversar, la lógica manda huir. “Pero acá no es cuestión de lógica, el trabajo en este caso es con lo irracional, lo que queda en el sustrato después de que tus amigos han muerto, han desaparecido, se han enfermado, pasaste los cincuenta años, las cosas no salieron como uno las soñaba.”

UN FANTASMA AMIGABLE

Marcia termina de colgar el último cuadro de esta vasta colección de obras que ha venido realizando en los últimos años. El salón resultó más grande de lo que suponía así es que entraron todas, desde las Erinias, hasta los pajaritos típicos de los litorales, la zanja más macabra que se haya visto jamás, las mujeres inundadas, la matanza, las orillas... La elección del título (que ella agradece públicamente a su amigo Roberto Fernández, porque con esa palabra “la salvó”) es un hallazgo. Afianza una coherencia que de por sí ya tienen estos trabajos bien diversos y sitúa al espectador ante un aspecto dramático, estadio entre lo muerto y vivo, siempre húmedo, subterráneo. Si alguien infiere que este “Fondo” podría ser el fondo del mar donde se hallan los tesoros escondidos, las criaturas bellas y exóticas que nos legaba Jacques Cousteau en cada inmersión, corre por cuenta de cada cual. Este es el Fondo de “tocar fondo”, aclara Marcia.

Lo que está abajo tratando de salir para agarrarte de las piernas. Las mujeres de la entrada fueron surgiendo en estos últimos años pero se trata de espectros que no son nuevos en su obra. Ella misma reconoce que siempre hubo sirenas y figuras fantasmagóricas rondando. “Y sí, también lo reconozco, yo misma soy una de ellas.”

Sin embargo, al menos a mí, estas mujeres tremendas que pintaste no me dan miedo. ¿Sabés por qué será?

–Sí. Porque por más tremendas que sean, y que lo son, te lo aseguro, yo nunca pierdo el sentido del humor. Fijate que, por ejemplo, si a una le empieza a salir sangre por la boca, y de pronto en lugar de un hilito se le sale un chorro gigante, yo lo dejo ir. Y ahí está, eso de un poco de risa en el medio del horror.

La furia de las mujeres suele ser objeto de burla. ¿Pensás que tenemos una furia diferente?

–No sé si es diferente. Tal vez sí. Lo que pasa es que yo conozco la furia de las mujeres. Los hombres tendrán la suya y también son víctimas de ella. Hay una cosa muy femenina en la furia. Estas Erinias mías son como las mujeres que atacan a los marineros de Ulises. Me siento muy identificada con su potencia irracional y efectiva a la vez. Tengo mis razones.

¿Hay un rencor hacia los marineros, los hombres?

–Y bueno viste, un poco es así. No es un rencor, somos víctimas todos de esa furia salvaje, femenina. No es un rencor contra, es una furia que es nuestra. Se habla mucho del hombre victimario, pero el hombre también es víctima de todo esto. Yo sé que esto no se puede decir, que resulta polémico, pero la verdad es que creo que es cierto eso de que muchas veces somos mujeres que pensamos como hombres. Muchas veces la mujer también provoca. No se dice en pos de esa figura que nos han vendido de la mujer madre y la mujer santa. Pero eso no es así y ni siquiera nos hace justicia. Todos tenemos un sustrato de violencia en todas las relaciones, incluida la relación entre mujeres.

¿Creés que tenés tanta capacidad de venganza como tus criaturas?

–No sé si ellas tienen poder de venganza. Lo que sí sé ahora y es innegable es que por lo menos existen. ¿Las ves? Ahora están en mis cuadros, están ahí en la tela y habrá que atenerse a ellas a partir de este momento.

Algunas de ellas tienen una mirada benévola, son un poco traicioneras...

–No... Ellas no traicionan a nadie. (Acompaña esta negación con una sonrisa sesgada que parece contradecir sus dichos.) Ellas cantan dulcemente... Después a los marineros les pasa lo que les pasa, pero ellas no traicionan.

No estoy tan segura de eso...

–Bueno, en general, lo maravilloso de la pintura, es que no tiene una definición. Le pones una palabra de título como Erinias, por ejemplo, palabra que yo desconocía y que empecé a buscar luego de que me surgieron estas mujeres. Pero la palabra es apenas una pista.

Y luego de las Erinias aparecen estas señoras más realistas que pertenecen a la serie de Las Inundadas. ¿Qué están haciendo ellas aquí?

–Las Inundadas llegan porque yo siempre hago retratos. Los hice para esta misma época y además los puse porque me encantan. Stupía, en el catálogo, dice que miran pacíficamente. Pero yo no estoy tan segura, no son tan pacíficas. Julia, por ejemplo, la de los pelos largos, es una Erinia total. Tiene una complejidad muy fuerte en la mirada. Es bella. Pero da miedo. Bueno, tampoco mala mala, pobrecita.

En general la furia no tiene muy buena prensa. ¿Vos le encontrás su lado bueno, reivindicable?

–Le veo de bueno lo que hace en mí. Toda esa cosa que ves en esa muestra ha sido concebida por mí en estos últimos años, el último trabajo lo hice hace un año y desde entonces no he vuelto a hacer nada más. Es un trabajo terminado y no sé lo que vendrá después. Aquí lo que aparece es una furia personal y colectiva. Estás viendo los fondos del mar y del Río de la Plata, aquí hay huesos, restos de nosotros, de personas que se perdieron aquí. Acá en realidad están los amigos que no están conmigo y que, sin embargo, yo encuentro cuando voy a ciertas playas, a ciertos lugares donde estuvimos juntos. Ya sé que si lo digo la gente puede pensar que estoy loca, pero acá están, lo hago por mí, pero lo hago con ellos y por ellos también. Un amigo me escribió a raíz de esta muestra interpretando que lo que él ve es como un deseo de que vuelvan a la vida. Puede ser. Ya lo hice. Ahora es como que me quedé sola.

NIEBLA DEL RIACHUELO

“Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo... Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena.”

Al dejar atrás a las Erinias y avanzar unos pasos en esta expiosición, el aire se vuelve más denso y es difícil no escuchar las frases sueltas de Melville y de su Moby Dick, esa búsqueda irracional pero implacable, esa insitencia de vengarse y matar a la ballena asesina.

¿Quién o qué ocupa para vos el lugar de esa ballena maldita?

–Para empezar, para mí fue la cuestión técnica que me superaba. Yo hace muchos años que vengo intentando pintar orillas, reproducir esa mezcla de barro, de arena, de requechos que van quedando. Pero no me salía, esa es la verdad. Yo quería llegar justo a esto que ves acá, el charco.

¿Por qué no podías?

–No sabía concretamente. Me faltaban algunos datos y conocimientos que me dio, Adrián Paiva a quien vas a ver que le agradezco en el catálogo de la muestra. Empecé con trabajos pequeños que están por aquí, el uso de la resina, la mezcla con arena y finalmente llegué a esta obra monumental que es La Zanja, por ejemplo.

¿La asociación con la ballena de Moby Dick te parece muy descabellada?

–Para nada. De hecho muchos de los huesitos que se ven incrustados en estas obras que yo prefiero llamar relieves, son huesitos de ballena y de otros restos marinos.

¿De dónde sacaste ballenas?

–Yo voy mucho a las playas y de ahí fui encontrando caracoles. Pero además, por ejemplo, me contacté con un tipo que juntaba huesos. Yo iba a buscar caracoles en realidad, pero me encontré con este hombre que es una especie de un desguazador de ballenas, fui a hablar con él, me vendió una caja con huesos.

¿Le dijiste para qué querías este material?

–No, no hablé mucho, me llevé la caja, pagué y me fui. Como en un policial. Pero el otro día me llamó una amiga que lo conoce para contarme que el tipo la llamó porque me vio en la tele hablando. Así que ahora sabe cuál fue el destino de sus huesitos.

Estos fondos son bastante tenebrosos, parecen tener encerrados varios huesos, varias historias...

–Es que es así. Yo voy mucho a La Paloma, a Polonio, por ejemplo. Y ahí para mí está Liliana Maresca, está ella ahí. Y te aviso que no está tomando sol precisamente, está con toda la rabia.

Esas playas son algo así como el súmum de la tranquilidad...

–De ninguna manera. Es un lugar rarísimo, es un lugar de matanza de lobos, en el fondo hay unos 18 o 19 barcos hundidos. Es una punta que se mete en el mar y que da esa sensación de violencia contenida que a mí me resulta tremenda. Es un lugar muy fuerte, hay muchos restos de focas, ecos de cosas.

Da la impresión de que no has estado haciendo estas obras completamente sola...

–Y bueno, no, es lo que te decía antes. La Zanja por ejemplo, la fui haciendo cuando mi amigo estaba internado en el hospital. Hablábamos por teléfono y él me iba diciendo, preguntando si le iba a poner esto o aquello. Me aconsejaba poner un pedazo de arpillera, se le ocurrían cosas. Es una obra que se hizo a través de la conversación, y él está allí. Para mí es así.

Inmediatamente después de dicho esto, Marcia desvía la mirada y la va depositando en ciertas obras elegidas. Le pone nombre al amigo que está en los pájaros, a la amiga que aparece en la matanza, la amiga desaparecida de la cual hace poco, gracias a un trabajo de investigación compartido, fue descubriendo fotografías viejas, lugares por donde estuvo, fragmentos de vida perdidos. Cada cuadro tiene un nombre propio. El programa de la muestra anuncia que el 10 de mayo la artista hará una visita guiada. Insólita y difícil tarea guiar a los visitantes por la propia obra. Le pido que improvise con uno de los cuadros más tenebrosos, donde un agua viscosa y rojiza carga con pedazos de pájaro, de cabellera, de caracolas y tal vez de sangre. Ella entonces improvisa. “Bueno, acá podemos ver que este cuadro está lleno de ojitos. Yo veo en ese caracolito que tiene rojo, un ojo que te mira. En el fondo todo está lleno de ojos que miran. Por ahí los mirás y no lo ves. Acá hay un ojo enorme, por lo menos para mí.” Irrumpe de pronto la gente de la galería con pedido de algunas precisiones, detalles de la muestra. Le pregunto si está nerviosa y responde que sí, pero que si no llega a la instancia de mostrar lo que hace, de poco sirve tanto trabajo.

¿Te da miedo?

–No. Una vez que hago las cosas, que sé yo para dónde voy, soy muy segura. Pero la mirada de los otros, sobre la obra, que es el propio cuerpo, siempre te pone nerviosa.

No tengo nada para decirle para intentar darle un poco de calma que se merece. La muestra es increíble. Apenas atino a agregar:

“Ese corte de pelo que te han hecho para la ocasión te queda muy bien. No sé si te resulta importante este detalle”.

Claro que sí... Es un problema menos. Pero me lo estás diciendo en serio.

Y claro que es en serio. ¿O algún ser en sus cabales se atrevería a mentirle a una Erinia en la inauguración de su muestra y en su propia cara?

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