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Viernes, 25 de octubre de 2013

INTERNACIONAL

Amor a la japonesa

El aumento de jóvenes de entre 16 y 20 años desinteresados en el sexo alerta al Estado ponja, preocupado como está por las bajas tasas de natalidad y las altas de soltería.

 Por Guadalupe Treibel

¡Terror en Japón! Y no justamente por un monstruo mutante que azota las costas orientales. El –aparente– enemigo íntimo al que el gobierno ponja ya le ha jurado una guerra de samuráis por considerarlo catástrofe nacional se llama sekkusu shinai shokogun o, en criollo, síndrome del celibato, y se trata justamente de eso: castidad. Parece ser que las personas con menos de 40 pirulos estarían perdiendo interés en tener íntimas relaciones sentimentales/carnales y, para un país con uno de los índices más escuetos en natalidad, la apatía sexual prende sonoras alarmas oficiales. A punto tal que Kunio Kitamura, director de la Asociación de Planificación Familiar Japonesa (JFPA), ha puesto el grito en el cielo demográfico al son de “Esto eventualmente nos llevará a la extinción”. Wow. ¿Para tanto?

Okey, las estadísticas indican que la población, de 126 millones, será un tercio menor para 2060, que 2012 fue un año record en escueta cantidad de partos (se vendieron más pañales para adultos que pañales para peques), que el 61 por ciento de los hombres solteros y el 49 de mujeres ídem no está noviando, que un tercio de las personas con menos de 30 nunca ha tenido una cita amorosa. Con todo, hablar del final de los tiempos –nipones– es digno de culebrón mexicano.

Curiosamente son los siguientes datos –previamente adelantados– los que más fuerte han hecho sonar la chicharra: según una encuesta realizada este año por la

JFPA, a un 45 por ciento de mujeres de entre 16 y 24 años no le interesa –o incluso desprecia– el contacto sexual, en cualquiera de sus variopintas expresiones. Mientras tanto, la platea masculina alcanza el 25 por ciento en símil franja etaria. Ergo: los jóvenes no quieren tener sexo.

Eri Asada, una estudiante de Economía de 22 años entrevistada por The Guardian para el artículo “Why young people in Japan stopped having sex?”, dice que hace tres años que –ejem, con perdón de mi francés– no coge: “No extraño tener novio ni tener sexo. Ni siquiera me gusta ir de la mano... Además, las mujeres no podemos tener encuentros ocasionales sin ser juzgadas”. Para el diseñador Satoru Kishino, de 31, andar en bici, cocinar y tener amigas platónicas es más que suficiente: “Claro que encuentro a algunas atractivas, pero he aprendido a vivir sin sexo. Los compromisos emocionales son demasiado complicados; no me interesan”.

¿Será que el pronóstico que ofrecía el film futurista de los ’90 El demoledor está viendo la luz? ¿Harán las personas como Sylvester Stallone y Sandra Bullock en la cinta de acción, usando simuladores VirSex, aquellos cascos estimuladores de los centros de placer del cerebro, para “relajarse”? Según el demógrafo Nicholas Eberstadt, citado por The Guardian para ahondar en el tópico de ocasión, la respuesta sería... un inesperado sí. “Gradualmente, aunque sin descanso, Japón está evolucionando hacia un tipo de sociedad cuyos contornos y funcionamientos sólo han sido contemplados por la ciencia ficción”, fueron las palabras del profesional cuyo punto de vista bien podría hermanarse con el del escritor japonés-norteamericano Roland Kelts, especialista en juventud y ferviente creyente de que el futuro de las relaciones sociales será impulsado por la tecnología en tanto dicho país “ha desarrollado mundos virtuales y sistemas de comunicación en línea increíblemente sofisticados”.

Para la educadora en temas de sábanas y ex dominatrix Ai Aoyama, “hay que educar a las personas sobre el valor de la piel con piel, de la intimidad. No es saludable que la gente esté tan físicamente desconectada”. Ahora bien, el sexo, ¿es salud? Pues, además de sus consabidos socorros en materia orgásmica y hedonista, la ciencia –en su afán honrosamente benefactor– da por buenos ciertos favores: que es la manera más placentera de estar en forma (obvio: quema calorías), que tiene beneficios para la postura y el corazón, que aumenta las defensas contra enfermedades y ayuda a controlar el dolor, que –para el señorito– eyacular con frecuencia reduce los riesgos de cáncer de próstata y –para la señorita– ayuda a regular el ciclo menstrual y a fortalecer los músculos pélvicos, mejorando el control de la pichina, entre otras gozosas cuestiones. Ojo, hay más: bien practicado, libera estrés y disminuye el mal humor, energiza, revitaliza, disminuye la presión arterial y habilita un mejor sueño. ¿Querés más? Bueno, no, ya es suficiente (y no es poca cosa).

Así y todo, el que quiera bailar que baile. Porque más allá de que algunos hablen de la falta de intimidad como un síntoma de la decadencia cultural, construyan profecías acerca de sociedades post-industriales anómalas, se figuren una humanidad desplazada, el desinterés en una vida sexual activa tampoco es un hecho extraño (a informarse si no sobre la autoproclamada “Generación Ameba” y la Asexual Visibility and Education Network, a admitir que el 1,05 por ciento de la población mundial es asexual –léase, 70 millones de personas– o, para el caso, a ver a Sheldon Cooper en The Big Bang Theory).

Si, en materia ponja, las novias/os virtuales, la pornografía on line o los dibujitos animé están reemplazando las media naranjas de carne y hueso (con pulpa y todo), nadie debería ocuparse/preocuparse –menos que menos, las oficinas estatales o las biocorporativistas–; básicamente porque no es asunto de nadie más que de quien decida cómo vivir su realidad. Como postula la web con corazoncito feminista Jezebel: “Las civilizaciones ‘decadentes’ o ‘declinantes’ son preocupación exclusiva de ridículos moralistas aterrorizados. Aparte, la gente nunca va a dejar de tener sexo del todo. Una vez que lleven a fondo el tema del celibato, van a mirar atrás y pensar: el sexo real es retro y cool. Como escuchar un vinilo, o algo por el estilo”. ¿Será...? El tiempo, como de costumbre, tendrá la última palabrita.

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