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Viernes, 13 de marzo de 2015

ESCENAS

Chocolate amargo

Un padre abusador, una madre encubridora, una niña que mira desde abajo el desamparo, la trama de Demasiado cortas las piernas, de Katja Brunner.

 Por Paula Jiménez España

La aparición de Katja Brunner en la escena teatral hace pensar en la irrupción de Sarah Kane durante los ’90: jóvenes dramaturgas atormentadas que con un discurso poético potente producen en lxs espectadorxs una indecible angustia, no sólo por los temas y las emociones que hacen jugar, sino también por cierta desarticulación narrativa que espeja profundamente el desmembramiento interior de sus personajes. Dos chicas desmadradas, Katja y Sarah, que cuestionan las seguridades del mundo que las rodea y muestran, de modo descarnado, el hueso de su desolación. En el caso de Demasiado cortas las piernas –la obra escrita por Brunner cuando tenía 18 años y con la que ganó el premio del Festival Mülheim, máximo galardón para la dramaturgia europea, habiendo cumplido 22–, esa desolación esencial es la herida de un abuso infantil por parte del padre y negado o, más exactamente, encubierto por la madre. Que es una historia inenarrable parece decir el texto de Brunner, ya que ni las palabras ni las acciones dramáticas son suficientes para reconstruirla y enmendar semejante agujero en la trama psíquica de la hija, por eso a su voz y a la de la madre se les sumarán las de un grupo de personajes, suerte de “peritos”, destinados a recomponer el hecho, cuya especialidad, psicológica o forense, resulta inespecífica. Tan inespecífica es que en el texto original, cuenta el director de la obra, Diego Faturos, la autora propone que éstxs sean interpretadas por cinco hombres y mujeres o, en su defecto, por trece muchachos vestidos en traje de baño. O sea: da lo mismo, lo importante es que hablen, que sus opiniones se independicen de toda carnalidad. Podría decirse que el objetivo de Brunner con estas intervenciones estructurales –ellxs son los rieles por donde avanza la historia– no es sólo obtener apoyo narrativo sino acentuar, de paso, el lugar objetual y teórico –en lo práctico poco se ha hecho por esta niña– con el que se aborda a una víctima (sobre todo si es mujer). Este discurso “reconstructor” alterna con el de la hija –representada maravillosamente bien por la actriz Julieta Vallina–, cuya subjetividad alienada se expresa en defensa del padre amado e ironiza contra quienes se escandalizan ante lo que para ella es una “historia de amor”. El alegato y el discurso amoroso resultan revulsivos, y a la vez sólo pueden interpretarse como únicos atajos del personaje para sobrevivir a la tragedia a la que se ha resumido su vida. En el centro del escenario, en la inteligente y dinámica versión que Faturos ha hecho de esta pieza, una habitación con un piso de colores y vivaces juguetes amontonados en la cama, parece resguardar un paraíso que, en verdad, la niña no conoció nunca. Rival de una madre que ha visto también en ella una competidora –cuando no tenía más de cinco años– y que la hija dice no poder odiar, pero sí entristecerse por no haber conseguido jamás su bendición al vínculo amoroso que la unía a su padre. Si cerramos los ojos y la escuchamos parecería tratarse de una novela sentimental donde dos mujeres, en igualdad de condiciones, pelean por el amor de un hombre, pero es imposible cerrarlos, compelidxs por la visión de un horror que Faturos sabe sostener como tensión teatral desde el arranque de Demasiado cortas las piernas, un título que sugiere que esa niña debiera tener el cuerpo de una mujer y no lo tiene o que nadie puede sostenerse en pie frente a una historia tan tremenda, ni siquiera lxs espectadorxs.

Funciones: viernes de marzo 20.30 hs., viernes de abril hasta el 14 de mayo, 21 hs. En Timbre 4, México 3554, CABA.

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