Viernes, 10 de julio de 2015 | Hoy
ARTE
En Los años psicodélicos, Marta Minujín narra en primera persona esa alianza idílica entre ácido y arte que marcó
a la década del 60 para la eternidad.
Por Malena Rey
¿Cuántos años tienen que pasar para que se puedan ventilar los secretos de las fiestas del pasado? A juzgar por la experiencia de Marta Minujín, unos cuarenta, aproximadamente. Ese es el tiempo que se tomó para decidirse a hablar en primera persona y con lujo de detalles de sus “años psicodélicos”, y los testimonios, tan refrescantes, lúcidos, juguetones y sinceros acaban de reunirse en un libro que resume en un cúmulo de páginas la energía avasallante de la reina pop. La historia, entonces, se remonta a los tempranos sesenta: Marta en Nueva York, guiada por el chileno Claudio Badal, prueba el ácido lisérgico y tiene un mal viaje: “Probé y nos fuimos juntos al museo Metropolitan y fue terrible, terrible, terrible, porque veía que la gente se transformaba en esqueletos y calaveras. Después, inmediatamente, te entra la curiosidad de tomar más y yo llegué a tomar todos los días, todos los días, todos los días. No sé cómo estoy viva. Llegué a pesar 45 kilos, ahora peso 58, y se me quebraba el pelo. Se me quebraba todo. Porque te mata el físico; te mata el cuerpo. Entrás en otro mundo, tenés las puertas de la percepción abiertas”, cuenta entre otras anécdotas que la pintan de cuerpo entero entre lxs hippies del Central Park como una sacerdotisa poderosa e iluminada que se codeaba con Janis Joplin, sin ir más lejos.
A los pocos años, la inquieta Minujín trasladó literalmente sus aventuras y su impronta a una bohemia Buenos Aires (donde realizó la instalación Importación/exportación), y repartió ácido entre sus conocidxs y otrxs asiduxs al Instituto Di Tella y sus alrededores: la movida que protagonizaba con tanto entusiasmo se trasformó entonces en Lo Inadvertido, una publicación que se creía perdida y que codirigió con el también artista Daniel Beilinson (el hermano de Skay, al que Marta rebautizó así). Esta suerte de diario colorinche se hacía íntegramente a mano, se repartía en fotocopias entre conocidxs, y era una puesta al día de las experiencias psicodélicas del momento, en el que colaboraron, por ejemplo, Tanguito, Miguel Abuelo y Spinetta. Ahora se puede leer por primera vez gracias al rescate del periodista Fernando García, que además de convencer a Minujín de publicarlo se ocupó de diseccionar sus pasajes más salientes, situarlos y contextualizarlos, de enmarcar la publicación en la tradición de una serie de revistas contraculturales de la época, y de extender la influencia que Lo Inadvertido tuvo en la formación de una escena underground porteña. El libro cierra con tres entrevistas imperdibles: a la propia Marta, a Beilinson y a Badal, como una suerte de careo para confirmar las versiones que cada unx conserva de lo que sucedió en el pasado.
“La conspiración necesita gente todas las tardes de 7 a 9 en Plaza San Martín”, “Usted realmente no baja más del ácido. Usted se reintegra en ese nivel”, “El amor supera la eternidad, es todo, todo, todo, viva el amor”, entre otras frases de algunas canciones o palabras en inglés se dejan leer todavía de entre estos papeles vistosos, desprolijos y algo desgajados. Indicios de un pasado en el que la experimentación con drogas era cotidiana, y en el que el arte se salía de los patrones institucionales para transformarse en escena, con sus propios órganos de difusión. Porque se trataba de una práctica tan intensa y colectiva que era imperante registrarla, expandirla, contrarrestar la alienación del ciudadano común con altas dosis de psicodelia. Minujín, como una abanderada del riesgo y de la fiesta, entendió como nadie la importancia de poner su cuerpo, hacerse cargo y prestarse al juego. Y le salió tan bien que su arte sigue vivo y sus experiencias siguen incomodando.
Marta Minujín. Los años psicodélicos
Colección Popular de Arte Argentino / Mansalva
80 páginas
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