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Viernes, 25 de junio de 2004

INUTILíSIMO

Las horas más felices

Probablemente andaban ustedes extrañando el irreductible optimismo, el mágico voluntarismo de Marabel Morgan, la norteamericana autora de manuales de autoayuda que se han vendido por millones en varios países, salvando matrimonios y promoviendo la dicha de sus lectoras y, lo que es más importante, de sus respectivas familias. Volvemos hoy, entonces, a ese compendio insustituible de reflexiones, exhortaciones y admoniciones titulado La felicidad total (Plaza & Janés, Barcelona, 1978), donde básicamente se nos enseña la ruta propicia para el bienestar de la vida de pareja (legalmente casada, claro), sin descuidar a los hijos ni al entorno. Marabel, que se enorgullece sanamente de haber remontado un matrimonio rutinario hacia cimas de romanticismo, propone claves para que las mujeres descubramos quiénes somos, adónde vamos y cómo podemos encontrar la anhelada felicidad hogareña.
“Encontrarte a ti misma puede llevarte algún tiempo, pero mientras tanto descubrirás algunos maravillosos beneficios marginales”, nos alienta la arrolladora Morgan. “Primero, has de hallar que ya no te sientes celosa de los logros ajenos sino que te alegras verdaderamente de tu buena suerte. Te llenará de gozo que ellos sean ellos, y te sentirás jubilosa de ser tú.” Una vez lograda esta generosa disposición del espíritu, conviene asegurarse de erradicar “el sentimiento de inferioridad, que es una tragedia y un despilfarro”. Para lo cual, la regla indicada es: “Encuentra tu estilo y tu ritmo de vida. Acepta y desarrolla tu especial individualidad, lo que te hará sentir vigorizada, positiva y llena de empuje, con la vibrante alegría de lograr tu propia expresión”.
Por supuesto, ese hallazgo y desarrollo de la propia personalidad debe ponerse al servicio del marido, y así las horas de felicidad serán incontables y plenas. Para que no haya equívocos, Marabel señala la diferencia entre sumisión (actitud que ella fomenta) y subordinación: el segundo concepto tiene que ver con la esclavitud, mientras que la sumisión es voluntaria: “Siempre que yo opto por adaptarme al plan de mi marido, la decisión es mía”, aclara muy convencida. Sabias palabras las de Marabel Morgan, una republicana de pura cepa que, naturalmente, no desdeña segundas intenciones en su tan femenina conducta: “Cuando decidí adaptarme, descubrí que mi esposo no era nada arbitrario. De hecho, cambia con frecuencia de idea y hace lo que yo había dispuesto desde un principio”. Quedan ustedes enteradas: la cuestión no es ser sumisas sino parecerlo.

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