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Viernes, 25 de junio de 2004

DICCIONARIO

Virtud: disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral

Tratándose de chicas bien dispuestas y comprometidas con el mantenimiento del orden universal, las virtudes –como aprendimos esta semana gracias a un decreto de la vaticana Congregación para la Causa de los Santos– pueden llevar por el camino del reconocimiento y demostrar(nos) a las demás que todo es posible cuando una se lo propone seriamente. Dos, amables lectoras, son los tipos de “virtudes heroicas” reconocidas por la Iglesia Católica: las teologales (fe, esperanza y caridad) y las cardinales (prudencia, justicia, templanza y fortaleza). Imaginan que si ostentar las primeras es fundamental (vean, si no, el alboroto que genera la falta de fe de Carmen Argibay), tener las segundas ya es cosa digna de honrar, que casualmente es lo que está sucediendo con nuestra María Crescencia Pérez (née María Angélica): por haber sido tan humilde en vida y haber muerto en olor de santidad (cuando nos dejó, en 1932, el living de la casa se inundó de aroma a violetas), su cuerpo es considerado “incorrupto” y ahora recibe el tratamiento de “venerable”. Ya saben, nada de pecar de mujercita soberana por ahí.

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