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Viernes, 24 de julio de 2009

La lluvia de fuego

La obra Invenciones será, para Marilú Marini, la segunda oportunidad para reencontrar a S. O. en el teatro. La primera se produjo en París, 1997, en el teatro de Bobigny, y tuvo ribetes emocionales muy fuertes y de alguna manera históricos en el mundo literario y social porteño. La propia Marilú se acuerda y lo cuenta, hoy, en Buenos Aires. Desde la génesis.

“A comienzos de los ’90, yo había comprado, en un viaje a Buenos Aires, una primera edición de La Invención de Morel, de Adolfo Bioy, en la librería de Alberto Casares, para regalarle a mi marido Rodolfo de Souza. Y quise que el autor, a quien todavía no conocía, lo autografiase. Fue Daniel Tinayre (h), quien era muy amigo de Bioy y Silvina, quien le pidió que firmara para mí el ejemplar. Así lo hizo en su departamento de la calle Posadas, finalmente.

Pero, además, esa misma tarde, me ofreció como regalo de incalculable generosidad un texto teatral nunca editado y mecanografiado y corregido con una birome por Silvina. Se llamaba La lluvia de fuego.

Ese fue el primer contacto y luego de que lo leyera quedé fascinada con esa mezcla de amor y de suspenso, genial y sofisticado. Una vez más allí estaban su poesía, su mirada alerta, que está haciendo visible lo que está oculto.

A partir de entonces empezó la gestación del proyecto y producción para estrenarla en París. Antes, y especialmente, había que encontrar a un traductor acorde con el calibre del texto y de su nivel. Fue Silvia Baron Supervielle, residente en París y gran poeta, además de íntima amiga de la propia Silvina, quien hizo un trabajo fiel y al mismo tiempo creador. Nunca traicionó el texto, respetando el contenido tanto como la forma y el espíritu silvinesco. Sin caer en lo literal.

En cuanto al teatro de Bobigny, lo elegimos porque en ese momento estaba dirigido por Ariel Goldemberg, un argentino de gran presencia en la cultura francesa y europea, hasta hoy.

La lluvia de fuego fue dirigida por Alfredo Arias. Yo fui protagonista y el elenco incluía a actores de enorme sensibilidad: Rodolfo de Souza, Fanny Marcq, Magali Pinglaut, entre otros.

El vestuario fue confiado a Françoise Tournafond y los decorados a Roberto Plate, quienes supieron captar la esencia poética y fantasiosa de la autora, con gran calidad y refinamiento.

Por su lado, el libro con el texto de La lluvia de fuego fue publicado por el editor Christian Bourgeois y celebrado por la crítica.

Era septiembre de 1997 y el día del estreno, se puede decir que hubo dos estrenos. Uno teatral, rigurosamente realizado en el colmo de la exaltación y otro de carácter privado. Justo después de estrenar me llamó Adolfo Bioy, que había venido a París para ver la obra. Pero quería avisarme que vendría al teatro con una sorpresa. La sorpresa fue la presentación pública de su hijo Fabián, acompañando a su padre. No teníamos idea de que asistíamos a una verdadera primicia, de la que se ocupó la prensa porteña al conocer a Fabián, su hijo secreto hasta entonces. Fue emocionante. Me acuerdo de que nos encontramos en un espacio, dentro del teatro, que correspondía a una situación posficción, como cuando uno sale de la representación y vuelve a la realidad.

Eramos como figuras irreales entre el decorado apagado y mi camarín iluminado.

Allí estábamos flotando en la penumbra, como fantasmas que deseaban reencarnarse en seres reales. A. B. C., con su habitual elegancia e irónica privacidad, nos presentó a su hijo Fabián, bello y sutilmente elegante, como su padre.

De alguna forma era como si Bioy hubiera querido mostrar su hijo a su gran amor, a Silvina, su íntima cómplice.”

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