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Viernes, 9 de marzo de 2012

Un trabajo que duele mucho

Hasta hace tres años, la abogada Ernestina Storni trabajó como defensora pública de Menores e Incapaces y recuerda con emoción esas tareas en las que, a pesar de todas las dificultades, pudo lograr, como dice ella, “encaminar algunas vidas”. Storni entró a los 19 en Tribunales, la echaron en el ’76 porque había fundado el gremio de judiciales, aplicándole la Ley de Prescindibilidad. La reincorporaron en el ’84, terminó la carrera de abogacía, trabajó en su profesión hasta que en el ’95 fue designada asesora de Menores e Incapaces, título que luego se transformó en defensora, es decir, magistrada de la Defensa Pública, equiparada con los jueces.

“Hay siete defensorías –detalla la doctora Storni–. El defensor o la defensora es representante promiscuo, palabrita ésta que suena horrible y que quiere decir ‘compartiendo la representación con los representantes legales de todos los menores e incapaces que estén actuando en un juicio’. Se interviene en casos muy variados, desde pibes abandonados a juicios de adopción o sucesiones en que un menor o incapaz es heredero. Hay un sistema de turnos que funciona semanalmente, de la Defensoría 1 a la 7, donde se presentan los distintos casos, por denuncia policial también.”

¿Algo que ver con la tan mentada Defensoría de Pobres y Ausentes?

–Para nada. En realidad, el defensor de Pobres –son cuatro en toda la ciudad de Buenos Aires– no puede defender mucho a gente careciente. Y ausentes son aquellos citados por edictos que hace veinte años se fueron a comprar cigarrillos y no volvieron nunca...

¿Desde cuándo existe la Defensoría de Menores e Incapaces?

–Desde siempre, el asesor de Menores es una figura que está en el Código Civil. En el ’94 se reforma la Constitución y se crea un órgano independiente y autónomo. Hasta ese entonces, el asesor de Menores era una especie de híbrido que estaba en el escalafón de los respectivos fueros, el Civil o el Penal, pero integraba el Poder Judicial. A partir de la Ley de Ministerios Públicos, a fines de los ’90, queda la Defensoría General de la Nación como cabeza de todos los defensores, y el procurador general como cabeza de todos los fiscales.

¿Cómo se compone una defensoría?

–Un titular o una titular, un secretario de juzgado, un prosecretario administrativo, dos asistentes sociales que hacen el trabajo de campo, se conectan con las familias. Como te decía, son siete defensorías que tienen repartidos los distintos juzgados, ya sean civiles, comerciales o laborales. Es decir, todos los que no son penales.

¿Siete no resulta un número muy exiguo?

–Por supuesto que no alcanza. Y te digo que se trata de una función que si ponés empeño, duele, duele mucho. Imposible no involucrarse con casos tan tristes, tan tremendos, que contadas veces pueden tener una resolución verdaderamente feliz, lo mejor que puede pasar es que se encaminen. Pero en términos generales, convivís con tragedias sucesivas, situaciones en extremo penosas, sin horizonte alguno. Sin duda, falta mejor asistencia del Estado. Porque aparte de los menores, están los casos de incapaces, insanos o con las facultades mentales disminuidas; los inhabilitados, adictos, alcohólicos; los pródigos, que son los que dilapidaron su patrimonio.

¿Es imprescindible un cierto grado de compromiso para trabajar en una defensoría?

–En mi caso, ésa era mi exigencia, que hubiese compromiso humano. Cuando a mí me nombraron, la lamentable realidad es que me encontré con personal que estaba instruido para sacarse a la gente de encima. Me pareció inadmisible, traté de cambiar esa actitud, que se pusieran un poco en el lugar de quien venía con un drama terrible a cuestas, al que hay que defender.

Te pido un par de historias que te marcaron.

–Te puedo contar el caso de una chica de 13 y su madre que fueron violadas por un vecino de Núñez, el tipo mató a la madre y a la adolescente la dio por muerta. Yo ya había intervenido en una denuncia hecha por un familiar contra el padre de la nena. Sin embargo, a pesar de las horribles circunstancias, salí reconfortada de este caso, porque acompañé a la chica y sus medio hermanas mayores en todo el trance del juicio. Al violador y asesino le dieron perpetua. Y ahora tengo la enorme satisfacción de saber que esta chica está bien, de novia, todavía nos escribimos con la hermana que fue su tutora. Hubo otro caso que sí me hizo de goma, el de Ezequiel Demonty. Cuando la policía lo mata, la novia del chico estaba embarazada, intervenía el defensor adjunto de la Ciudad, acompañando a la familia. En el sistema judicial no teníamos idea de que la policía obligaba a los pibes a tirarse al Riachuelo, y Ezequiel se murió después de haber sido maltratado. Conocí a su madre –que casualmente este fin de semana me llamó–, promoví el juicio de filiación del bebé que aun no había nacido, se hicieron los estudios, lo inscribieron con el apellido del papá que nunca conocerá... Y promoví una demanda de indemnización por daños y perjuicios, y la designación de un tutor. O sea, quedó todo encaminado, pero lloré mucho.

¿Cómo se defiende una defensora de semejante estrés emocional?

–Volví a hacer terapia, esta vez con una psicóloga del Cuerpo Médico Forense. Por la tarde, cuando todos se iban, ponía mi música favorita, la que me calma. En algún momento de mucha angustia, salía a la calle, me compraba un libro de poesía... Al volver a mi casa, trataba de disociar un poco, para poder seguir adelante con el trabajo.

Las defensorías de Menores e Incapaces funcionan, de la 1 a la 6, en Cerrito 536, 4384-1276, 4381-8621; la 7, en Diagonal Roque Sáenz Peña 1190, 3º piso, 4382-6891/4382, 7527. De lunes a viernes, de 7.30 a 13.30.

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