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Viernes, 29 de agosto de 2003

Esperanza de muerte

Silvina Benguria*

No hacía falta ser demasiado sensible para quedar marcada por ese clima represivo, de terror, que se vivía en el Santa Unión, donde además de perseguirte con el Diablo por todas parte y de reprobar el más leve signo de rebeldía, se echaba a las profesoras por divorciarse y no se aceptaba a hijas de divorciados (ahora creo que sí, porque si no el número de alumnas se achicaría mucho, pero no sé si esto significa que se hayan aggiornado de verdad). Detesto a esas monjas por el daño que me hicieron con su intolerancia y dogmatismo, así como admiro a las Esclavas que frente a la plaza Vicente López cocinan y dan de comer a tantos pobres. Sufrí mucho, y no les perdono que en una edad tan vulnerable, de crecimiento y aprendizaje, en que tanto se necesita estímulo y afecto, hicieran conmigo todo lo contrario. En ese colegio, sentía que no tenía ningún derecho, que no podía ni empezar a protestar. Por supuesto, las prácticas religiosas eran obligatorias, se hacía la señal de la cruz para todo, había que rezar, ir a misa, a comulgar, confesarse con un cura muy severo, que te hacía preguntas sexuales insistentes, frente al cual todas temblábamos. La indicación para las pupilas era: ‘dormir con las manos sobre el pecho por si acaso la muerte te sorprende durante la noche’. Es decir, que recibíamos esperanzas de muerte, no de vida. Creo que de todos modos, gracias a ellas, al rechazo que me provocaban, me afirmé en mi deseo de ser pintora. Cuando se supo en el colegio que yo quería seguir Bellas Artes, se armó un escándalo tremendo. Me salvó el arte, me dio todas las oportunidades que las monjas me negaban.”

* pintora.

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