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Viernes, 26 de junio de 2015

Locas, histéricas, brujas, ahora lloronas...

 Por Ana Franchi *

En una entrevista posterior a sus declaraciones discriminatorias, el Premio Nobel Tim Hunt reconocía el error cometido al pronunciar aquellas palabras, pero reclamaba que el precio que tanto él como su esposa tuvieron que pagar por ellas fue “extremo e injusto”. “Estaba nervioso y algo confuso, sí, cuando hice aquellos comentarios, que, por otro lado, no tienen excusa. Pero los hice en un tono jocoso, irónico”, explicó. Parece que los comentarios de esta índole como millones de chistes machistas están naturalizados, o quizás estaban. La rápida reacción de mujeres científicas en las redes sociales ha llevado al Dr. Hunt a presentar su renuncia. Algo parece estar cambiando...

La relación de las mujeres con la ciencia no ha sido fácil, y la historia de esta relación está determinada por procesos históricos y sociales y por diversas instituciones que se han entronizado en lugares del “saber” religioso o académico. El poder nunca ha dejado de organizar hogueras para hacer cenizas nuestro conocimiento, nuestra experiencia, nuestra sabiduría, nuestra rebeldía.

Entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, decenas de miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera, acusadas de brujería, y otras tantas fueron torturadas y enviadas al destierro. Las brujas eran mujeres de ciencia, que ponían en práctica conocimientos heredados sobre plantas medicinales o ungüentos caseros, con lo que prestaban un importante servicio a la comunidad, pero molestaban a las elites eclesiásticas, políticas y académicas y por ello fueron perseguidas y asesinadas. No tenemos que ir tan lejos, universidades de prestigio internacional como Princeton no aceptaron a su primer estudiante mujer en ciencias hasta 1975. Fue necesario, en el cercano 1997, un fallo de la Corte Suprema de Justicia para que las mujeres ingresaran al Colegio Nacional de Monserrat, dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba.

Una reciente investigación realizada en la Universidad de Indiana y publicada en la prestigiosa revista Nature muestra que si una investigación científica ha sido dirigida por una mujer, es menos probable que sea citada después por otros investigadores que si ha sido dirigida por un hombre. Incluso cuando se trata del reconocimiento las mujeres científicas siempre quedan relegadas a un segundo término. Nombres como Gertrude Elion, Emmy Noether o Gerty Cori han sido opacados por sus contrapartes masculinas, aun cuando éstos hayan tenido menos relevancia en los estudios presentados. Uno de los casos más notorios es el de Jocelyn Bell Burnell, una de las grandes mujeres científicas de la historia, que descubrió el primer quásar trabajando para Anthony Hewish, quien recibió individualmente el Nobel.

Después de siglos de discriminación, cuando aumenta la cantidad de mujeres que se incorporan a la tarea científica, parece que nuestras lágrimas podrían ablandar a la dura ciencia.

* Investigadora del Conicet. Presidenta de la Red Argentina de Género,Ciencia y Tecnología (RAGCyT).

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