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Lunes, 19 de junio de 2006

FúTBOL

Pasarla bien

 Por Juan Sasturain
Desde la casa

De algún modo, entre otras cosas, el fútbol es el arte de pasarla bien. En el doble sentido, según el pronombre personal femenino en caso objetivo “la” reemplace a la vida o a la pelota. El que pase bien la pelota, la pasará bien –durante ese rato al menos– en el juego, digo en la vida. Y los adversarios la verán pasar –que no es lo mismo–, a la pelota. Y no la pasarán bien (durante ese rato al menos) en la vida, es decir: en el juego. Me parece un principio muy saludable ése: la idea de pasarla bien. O de intentarlo, al menos. No todos quieren/pueden/saben cómo.

Ayer, brasileños y franceses intentaron, en sus partidos respectivos ante Australia y Corea del Sur, pasarla bien. De a ratos lo hicieron en ambos sentidos. Incluso hicieron goles que fueron buenos “pases al arco” (Menotti dixit) que contribuyeron a que por un rato todos –menos los rivales ocasionales– la pasáramos bien: el de Adriano, poniéndola abajo, mirando, después de recibir una precisa, sabia cesión del Gordo, pararla y elegir; el toque de Fred –si bien tras un rebote en el palo de Robinho– y el de Thierry Henry, tras la fricción previa, tocando con limpieza y lucidez, como sabe. Pero hasta ahí. No tuvieron continuidad. Y los rivales juegan, claro.

A Brasil, con más y mejores pasadores, le salió bien y pasa –en el tercer sentido mundial de pasar: clasificar, pasar a octavos–; a Francia le fue regular y deberá esperar (y ganar) el partido con Togo. Ojalá pase, sin embargo, porque tiene con qué, pero para eso necesitará que a su entrenador se le pase el extraño síndrome de miserabilidad que lo aqueja. Habrá que atacar y, después de hacer un gol, seguir atacando, Domenech. Y poner delanteros, y un poco de ganas de ir... Si no, que se jodan.

Ahora algo aparte, que me pasa a mí. Soy naturalmente conservador –disfruto más con la confirmación de la vigencia de los valores/jugadores genuinos consagrados que con el ruido que hacen al caer– y me desagradaron, hasta bajar el volumen, las acotaciones de mala leche de los responsables de las diferentes transmisiones respecto de las actuaciones de los que sabemos notables jugadores –Ronaldo, Ronaldinho, Zidane sobre todo, alevosamente– durante las versiones televisivas de ayer. Un asco. Y no soy exitista, ni imbécil: no espero que jueguen “a la altura de los comerciales” que los muestran en malabares imposibles. Los he visto lo suficiente en competencia real. Tampoco digo que ésos hayan jugado tan bien, claro que no. Pero a los verbalizadores televisivos no los paso –otro sentido de pasar: soportar– cuando se ponen en ese soberbio lugar. El resultadismo más atroz les baja letra e ideología. Se mueven con la lógica perversa de la pirámide, del bajar a los que están para poner qué, de la carnicería competitiva. Hay mediocridad en el gesto porque se nota el regodeo en señalar la falencia del grande (alguien cuya cualidad futbolera todos los que queremos el juego compartimos...), es decir: disfrutan de que lo que debería andar bien no ande, de que lo que debería ser belleza y precisión no lo sea. Algunos lo vemos también, pero no lo disfrutamos. ¿Qué vamos a hacer cuando nos toque? ¿Qué vamos a hacer cuando a Román, el pibe Messi, Carlitos Tevez y al resto alguna vez les vaya mal, no jueguen bien, pierdan? ¿Ya se pusieron la servilleta para el festín?

Pasarla bien en el fútbol –desde el lugar del espectador, el nuestro– significa también saber elegir con qué pasarla. Por eso, a veces, mejor mirar las imágenes, ver cómo la pasan los que saben y bajar el audio.

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