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Lunes, 16 de agosto de 2004

La nefasta Comisión 49

La cosecha de medallas de oro del deporte argentino se interrumpió en Helsinki 1952. Podría haber continuado cuatro años más tarde, en Melbourne 1956, pero un aberrante instrumento político la abortó, iniciando la larga sequía que aún se sufre.

Por Gustavo Veiga

A la Comisión Investigadora de Irregularidades Deportivas le habían asignado un número, el 49. La carne, en el lenguaje de los sueños. Ese engendro pergeñado por la Revolución Libertadora resultó determinante para que Osvaldo Suárez no pudiera competir en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956. ¿Por qué? Lo acusaban de ser peronista. Tenía 22 años y no lo dejaron continuar con la tradición ganadora de maratonistas como Juan Carlos Zabala y Delfo Cabrera. El fondista nacido en Wilde el 13 de marzo de 1934 ni siquiera pudo pisar el aeropuerto de Ezeiza. Como él mismo diría tiempo después, “el día que me lo anunciaron volví solo y llorando. No lo podía creer. Esos eran mis Juegos...”.
A Suárez, los esbirros del régimen encabezado por Aramburu y Rojas le reprochaban que había viajado “por acomodo” a ciertas competencias internacionales durante el gobierno de Perón. “Por más que les explicara que nadie era capaz de ganarme en los Panamericanos y que mis tiempos eran los mejores del mundo, me dejaron afuera de la delegación antes de subir al avión. Siendo peronista de corazón, jamás me había involucrado en la política. Lo mío fue y es el deporte. Antes, entrenar y correr; después entrenar a otros, enseñar, ayudar, alentar a los atletas...”, sostiene el triple ganador de la San Silvestre en el libro Historia Política del Deporte Argentino, de Víctor Lupo, un extenso trabajo que se convertirá en fuente de consulta permanente para todos aquellos que pretendan conocer en detalle este tipo de historias olvidadas.
El atleta tenía razón. Melbourne lo hubiera encontrado en el techo de su rendimiento deportivo. Esos eran sus Juegos y no otros. En la noche del 31 de diciembre de 1957 al 1º de enero del ’58, Suárez se convencería de aquello una vez más. En la tradicional San Silvestre derrotó al soviético Vladimir Kutz, ganador de dos medallas de oro en los Olímpicos de 1956. Al campeón sudamericano, panamericano e iberoamericano en los 5000 y 10.000 metros, en medio maratón y maratón también, la Libertadora no le perdonó, entre otras cosas, haber recibido premios durante el justicialismo en su apogeo, como la Copa Maratón de los Barrios, la misma que le sería robada desde su casa después del golpe del ’55.
Haberle impedido concurrir a los Juegos de Melbourne fue un acto de brutalidad política que no tendría remedio. Ya en Roma, cuatro años más tarde, harían su aparición arrolladora los fondistas africanos, con Abebe Bikila como abanderado. Y comenzarían a imponer una supremacía que continúa hasta hoy. El etíope corrió descalzo delante de Suárez hasta el kilómetro 35 del maratón. Iban primero y segundo. Pero el argentino comenzó a deshidratarse por el calor, paró para tomar agua y tuvo que continuar su marcha doblado por el dolor. Terminó noveno y sin medalla.
Suárez no fue el único que pagó su simpatía por Perón con la ausencia a los Juegos Olímpicos de Melbourne. Ni ése fue el único castigo aplicado a los deportistas a partir del ’55. Hubo suspensiones por 99 años –que más tarde fueron levantadas– a los campeones mundiales de básquetbol del ‘50, al ganador de la última medalla olímpica, el remero Eduardo Guerrero, a la tenista Mary Terán de Weiss e incluso a un campeón de bochas sudamericano, “Chilín” Juárez. A todos los investigó la ominosa Comisión 49, basada en el Decreto 4161/56 de la Libertadora. La misma que reivindicaba en su ideario la política de “suprimir todos los vestigios de totalitarismo para restablecer el imperio de la moral, la justicia, el derecho, la libertad y la democracia”.
Con los años, ya retirado como deportista, Suárez continuó su labor como entrenador y guía de muchos atletas federados. En Independiente –uno de los clubes para el que había corrido, además de River, San Lorenzo y Velocidad y Resistencia– tuvo como discípulo a Miguel Sánchez, el fondista tucumano desaparecido el 8 de enero de 1978. La última dictadura militar lo secuestró cuando acababa de correr la San Silvestre que Suárez había ganado tres veces consecutivas en 1958, 1959 y 1960. El profesor recordaría con el tiempo un instante de aquella relación con el alumno. Fue cuando Miguel le pidió que leyera un poema que había escrito: Para vos, atleta. Es el mismo texto que se convirtió en un emblema de todos los maratonistas que desde hace un puñado de años se reúnen en Roma y en Buenos Aires para rendirle tributo al fondista desaparecido. Y que lo hacen corriendo como Suárez en las décadas del ’50 y el ’60, y como el propio Sánchez hasta su desaparición.
En su libro, Lupo, ex subsecretario de Deporte en los ’90 y actual miembro del Consejo Nacional del Deporte (CoNaDe) por la provincia de Tucumán, habla de “genocidio deportivo” para definir los episodios que provocó el Decreto 4161/56 con la “prohibición de elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista” durante la Revolución Libertadora.
Los cincuenta y dos años sin medallas de oro en los Juegos comenzaron a sumarse cuando se creó la Comisión 49, de la que Suárez fue una de sus víctimas. Hoy, a nadie se le hubiera ocurrido suprimir a un deportista de Atenas 2004 por las ideas que profesa. En esto, al menos, evolucionamos.

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