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Lunes, 30 de julio de 2007

FúTBOL › UN FENOMENO ACELERADO POR LAS CIRCUNSTANCIAS

Cuando los mejores jugadores emigran, sólo queda la pasión

Los más destacados del Clausura no estarán en el Apertura y, entonces, al campeonato sólo habrá de salvarlo el sentimiento del hincha.

 Por Daniel Guiñazú

Lo de siempre, pero más que siempre. Entre el final del torneo Clausura a fines de junio y el comienzo inminente del Apertura a principio de agosto, han dejado el fútbol argentino Cata Díaz, Sosa, Pavone, Ledesma, Lavezzi, Carrizo, Farías, Ustari, Bergessio, Mauro Zárate, Castromán, Cardozo, Leto, Fabbiani, Llama, Leonel Núñez y Di María. Que es lo mismo que decir que todos, o al menos la gran mayoría de los jugadores que le sacaron lustre a la primera mitad del año, no estarán para iniciar la segunda.

El fenómeno no es nuevo. Viene sucediendo con mayor o menor intensidad en la previa de todos los campeonatos y temporadas, de 30 años a esta parte. Lo nuevo y lo inquietante es que la relación de calidad entre los que se fueron y los que llegaron resulta cada vez más desigual. De cada club se marcharon los mejores. No puede decirse lo mismo de quienes habrán de reemplazarlos.

Los dirigentes y los técnicos prometieron refuerzos de jerarquía. Pero la verdad es que casi todos los equipos tendrán menos de lo que antes tuvieron. Y este salto negativo hará sentir sus efectos en el nivel del juego que comenzará a verse a partir del próximo viernes. Una mirada crítica a los planteles que se están armando enciende todas las luces de preocupación. Boca sólo contrató al uruguayo Alvaro González y River, a Sixto Peralta, que terminó la temporada pasada siendo suplente en Racing, que a su vez se reforzó con tres paraguayos, un delantero de la B Nacional (Mauricio Ferradás) y el regreso a casa de José Chatruc.

Argentinos y Huracán trajeron cinco jugadores de la B Nacional; Newell’s, otros tres paraguayos, y llegaron dos venezolanos (César González a Colón y Vizcarrondo a Central). Y si de regresos al país se trata, hay que celebrar los de Nicolás Pavlovich, Julio Barroso, Alejandro Capurro, Franco Mendoza, Federico Nieto, Javier Páez, Walter Montillo y Lucas Alessandria, que vuelven luego de sus experiencias en equipos tan poderosos como el Lorca de España, el Sakaryaspor de Turquía o el O’Higgins de Chile.

No es casual que haya tanta pobreza dando vueltas a nuestro alrededor. Todos los actores del fútbol juegan su parte para que la sangría sea incontrolable y el empobrecimiento, inevitable. Los dirigentes tienen que vender sí o sí a sus gemas para disimular el rojo profundo de sus cuentas. Los jugadores y sus representantes meten presión para irse al exterior de la mano de la primera oferta que reciben. Y la apertura de mercados no tradicionales, pero poderosos en lo económico, termina por aspirar todo lo que queda dando vueltas por allí, lo bueno y lo no tanto. Antes, únicamente se marchaban los cracks, los consagrados. Ahora se va cualquiera. Todos tienen listo el pasaporte y el pasaje de ida. Los muy buenos, los buenos, los correctos y hasta los mediocres.

Antes eran irresistibles sólo los cantos de sirena que llegaban desde España, Italia, Francia, Portugal, México o Colombia. Ahora, los clubes, los jugadores y los empresarios se abren de brazos y piernas cuando reciben (o dicen que van a recibir) una propuesta desde cualquier parte. Antes, un jugador cumplía su ciclo recién cuando jugaba 5 o 6 años en su equipo y llegaba a la Selección. Ahora, chicos que no llegan a los cuarenta partidos en Primera, afirman sin sonrojarse que su ciclo está cumplido y que tienen que irse para hacer una diferencia que asegure el futuro de su familia. Nunca antes fue tan visible el saqueo. Por eso da toda la impresión de que al campeonato de los diez partidos televisados por fecha sólo habrá de salvarlo la inagotable pasión del hincha sano por sus colores. Del fútbol de los equipos y de los jugadores no habrá que esperar gran cosa.

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