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Domingo, 25 de julio de 2004

GALARDONES

Cartas al silencio

Hace unos días, el gran poeta Juan Gelman recibió el Premio Iberoamericano de Poesía “Ramón López Velarde” otorgado por las autoridades mexicanas, en una ceremonia en la que su obra fue comparada (con justicia) con la de José Martí, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y César Vallejo. Radarlibros se suma a la fcelebración, reproduciendo fragmentos del discurso pronunciado en la ocasión por el poeta mexicano Juan Domingo Argüelles.

POR JUAN DOMINGO ARGÜELLES

En su espléndido poema “Ruiseñores de nuevo”, Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) escribió: “en el gran cielo de la poesía/ mejor dicho/ en la tierra o mundo de la poesía que incluye cielos/ astros/ dioses mortales/ está cantando el ruiseñor de keats/ siempre/ pasa rimbaud empuñando sus 17 años como la llama de amor viva de san juan/”.
Nosotros, los lectores de Juan Gelman, tenemos que decir, parafraseándolo, que en el gran cielo de la poesía en lengua española, o en esa tierra o ese mundo de la poesía hispanoamericana que incluye cielos, están, y estarán siempre, es decir ya para siempre, Martí, López Velarde, Borges, César Vallejo, Neruda, Paz, Sabines y con ellos Juan Gelman, “en representación de los que caen por la vida”, y en representación, también, de los que nos entregan más vida a los lectores, los que nunca sabemos, muchas veces, cuánto tiene que sufrir un poeta para entregarnos la alegría de unos versos inolvidables.
Constructor de una obra singular en donde refulgen libros como Violín y otras cuestiones (1956), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Los poemas de Sidney West (1969), Cólera buey (1970), Fábulas (1971), Hechos (1972), Relaciones (1973), Notas (1979), Citas y comentarios (1979), Sí, dulcemente (1980), Carta abierta (1980), Hacia el sur (1982), Salario del impío (1982), Exilio (1984), Anunciaciones (1985), Incompletamente (1995), Tantear la noche (2000) y Valer la pena (2001), Juan Gelman vive y escribe en México desde 1988, y este vivir y este escribir en México han coincidido ahora, maravillosamente, con la concesión del Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2004. De esta manera, Juan Gelman se suma a los ocho mexicanos que antes han obtenido este reconocimiento: Roberto Cabral, Juan José Arreola, José Luis Martínez, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Hugo Gutiérrez Vega, Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco.
Siendo Juan Gelman el primer poeta no mexicano en recibir este premio, no pudo ser mejor la decisión del jurado que identificó la espléndida relación entre la poesía del galardonado y la del autor de La suave Patria; una relación de afinidades y de intensidades que hacen todos los días el milagro de que la tradición lírica hispanoamericana fluya como ese hilo de poesía del que ha hablado tantas veces el autor de Los poemas de Sidney West y que viene del fondo, desde muy lejos y desde las más oscuras profundidades de la emoción y que jamás se interrumpe porque la vitalidad de la poesía no cesa, y porque, si como ha dicho Juan Gelman, la belleza de la poesía de López Velarde consuela y abriga, no menos abrigadora y consoladora es la poesía de nuestro más reciente galardonado con el Premio López Velarde, en un mundo y en una época donde las catástrofes y lo inhumano son asuntos de todos los días.
En 1993, cuando Juan Gelman publicó su antología mexicana En abierta oscuridad, en la cual reunió poemas publicados en tres décadas, escribió, a manera de explicación: “Cada libro es obediencia a una obsesión particular que buscaba agotarse. De ahí la diversidad de expresión de estos poemas, cuya unidad tal vez resida en el deseo –y su fracaso– de dar con la palabra que calla lo que dice”.
Esa busca de la palabra ha sido a lo largo ya de medio siglo de la obra de Juan Gelman una persistencia que ha entregado a los lectores poemas extraordinarios, pese a la conciencia que tiene su autor de que “la poesía quiere nombrar algo y sólo termina en el silencio” y de que la poesía también, para un verdadero poeta, no es cosa de la voluntad sino de la obediencia a lo que sucede, a lo que llega, porque para este poeta, “la poesía viene” y uno se tiene que sentar a escribir para tratar de decir aquello que trata de decir su nombre y que, de alguna manera, siempre será lo innombrable.
Innombrable, sí, como en la “Cita xi (santa teresa)”: “¿qué es este ruido en la cabeza?/ ¿vos?/ ¿como delirio en la noche?/ ¿como pajaritohablador?/ ¿y en qué aposento volás de mi alma?/ ¿hermosura parada en la mitad de mi destierro como pies que pesan por mi calor/ ¿o vos?/ calor quemando sedes de mi sed?/ ¿puerta que abrís mi corazón?/ ¿o centro de mi alma donde alzás tu resplandor?/ ¿alma cubierta de tiniebla?/ ¿alma que es tiniebla hasta vos?/ ¿oscura alma para tu operación de claridad?/ ¿duro interior que consolás?/ ¿su avísima?/ ¿luz que trabaja plenitud/ anchura/ largo del propio padecer?/ ¿cielito bueno lleno de alas como vos?/ ¿tu rostro atado a tu volar de vos?/ ¿a tu mirar que mira si no mira?/ ¿millón de vidas en que sos?/ ¿secreta designación de vos?/ ¿amor y mundo?/”
La poesía de Juan Gelman es una insistencia, una persistencia, una busca de lenguaje, de palabras, de nombres, de formas de decir con la esperanza de que la poesía diga algo aún en el silencio que sigue a la pregunta. La poesía de Juan Gelman se da, sucede, nace, viene, llega, “como escribiendo cartas al silencio”, en busca de la claridad y para romper todos los cercos de ausencias.
Para decirlo con un poema lejano de este mago de la palabra y el silencio líricos, “como una hierba como un niño como un pajarito nace/ la poesía en estos tiempos en medio/ de los soberbios los tristes los arrepentidos”. La poesía nace entre los condenados a vivir, y su misterio no cesa, pero tampoco lo que desnuda ese misterio: la vida misma.

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