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Domingo, 30 de enero de 2005

LA NOVELA DE TOBY LITT SE HA CONVERTIDO EN LIBRO DE CULTO CON SU VISIóN TERRIBLE DE LA PUBERTAD Y SU VELADO HOMENAJE A AQUEL CLáSICO DE LA MALDAD INFANTIL LLAMADO EL SEñOR DE LAS MOSCAS.

Juegos de guerra

Canciones de los niños muertos
Toby Litt
Tusquets
354 págs.

 Por Mariana Enriquez

Pandilla está integrada por Peter, Paul, Andrew y Mathew, cuatro chicos que pasan las vacaciones en un pueblo del norte de Londres, a principios de los años ‘70. Pandilla juega a la guerra, o mejor, se prepara para el encuentro post Guerra Fría con los rusos. Tiene campamentos secretos, vías de escape, barricadas, guardan archivos. Los soldados se toman el juego muy en serio, como suelen hacerlo los chicos. Pero lo que da miedo cuando se avanza en la lectura no es sólo la crueldad con que el juego se desarrolla: es la certeza de que los chicos están preparados para morir y matar con tal de exterminar al enemigo. Y el enemigo no son los rusos: son los adultos. Pandilla llama a la contienda “la guerra entre los Jóvenes y los Viejos”.

Hace cincuenta años, William Golding se internó en el mundo amoral y violento de la infancia con El señor de las moscas. La novela de Toby Litt casi homenajea a su influencia más obvia, pero en Canciones de los niños muertos los adultos están presentes; cuando no son las futuras víctimas de los niños, son su objeto de desprecio. En este sentido no es sólo una novela sobre la infancia, sino también sobre la paternidad. Los padres de Paul, pacifistas de izquierda, no tienen influencia alguna sobre su hijo que, hacia el final de la novela, entra en una competencia cruel y monstruosa por el control de Pandilla. El padre de Andrew –líder de Pandilla– es un golpeador que estimula la violencia de su hijo y sus amigos con irresponsabilidad criminal. Los padres de Peter parecen perpetuamente estupefactos. Y los abuelos de Mathew –más tarde llamados “Los Dinosaurios”– desencadenan la espiral de violencia final cuando, por confiados, desatienden la meningitis fulminante que mata a su nieto.

La novela de Litt maneja varias voces: cuando Pandilla habla, en plural, el relato es monolítico. Pero luego se desdibuja, y aparecen las versiones de los hechos narradas por cada uno de los chicos. Son sutilmente diferentes, en ocasiones confusas, y desordenan el relato. Los chicos, embarcados en una espiral de sutil violencia criminal, se traicionan, mienten, conspiran, temen. Los cambios de punto de vista expresan ese nerviosismo y las contradicciones de Pandilla. “Las cuatro identidades son fluidas”, dice Litt. “Se copian, se parodian, se intercambian. El libro es su historia contada por los cuatro, y a veces por uno pensando como los cuatro. Es el Nuevo Testamento de los chicos.” Y como en el Nuevo Testamento, los mismos hechos aparecen vagamente distorsionados. Cada capítulo del Testamento está precedido por fragmentos de Canciones de los niños muertos de Mahler. Litt explica: “Los usé porque existe un género de poesía alemana llamada así (kindertotenlieder) que dan una mirada anodina y sentimental sobre los niños: aún antes de morir, no se les permite existir. Suelen estar en la puerta de sus casas, con miradas beatíficas, cosa que los niños nunca hacen. También me gustó usar el alemán. La novela tiene lugar en los ‘70: en aquella época, cuando los chicos jugaban a la guerra, lo hacían contra los alemanes”.

Canciones de los niños muertos se ha convertido en un libro de culto y también se consigue online como ebook; la crítica compara a Litt con el primer Ian McEwan –otro escritor interesado en el lado oscuro de la infancia– e insiste en la influencia de Golding. Pero Litt asegura que no releyó El señor de las moscas cuando escribió su novela: más bien tomó como modelo Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides. Ambas novelas trabajan sobre ese universo terrible de la primera adolescencia, cuando la pérdida de la inocencia puede convertirse en tragedia, y el secreto –el silencio– en un abismo que separa a los adultos de los chicos tan profundo como el que separa a los vivos de los muertos.

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