libros

Domingo, 2 de abril de 2006

ADIEU

Stanislaw Lem (1921-2006)

 Por MARTIN PEREZ

Cualquier lector fanático de Stanislaw Lem, alimentado por la industria cultural de estas pampas, bien podría haber pensado que el escritor polaco llevaba varias décadas muerto. Después de todo, hacía tiempo que no sólo sus hipotéticas nuevas obras sino que incluso cualquier mención suya había desaparecido de las librerías y en la prensa, especializada o no. Por eso, cuando se supo hace un par de años que Lem, el auténtico, había abjurado –sin haberla visto siquiera– de la versión que Hollywood hizo de su novela Solaris, fue como si se lo hubiese recuperado, como si tanta ausencia no hubiese sucedido. “Quise recrear un encuentro humano con algo que existe ciertamente, pero no puede ser reducido a conceptos, ideas o imágenes humanas. Por eso fue que el libro se llamó Solaris, y no Amor en el espacio exterior”, escribió Lem antes de que la película de Soderbergh se estrenase mundialmente en el Festival de Berlín. Pero la siguiente noticia de Lem en difundirse por estos lares es que murió el lunes pasado, en la ciudad de Cracovia. Y es por eso que, a pesar de haber muerto a la más que digna edad de 84 años y a casi dos décadas de haber editado su última obra importante, su desaparición puede, sin embargo, llegar a ser una sorpresa inquietante para cualquier fan. Porque la noticia de su muerte llega relativamente muy poco tiempo después de haberlo recuperado al mundo de los vivos.

“El libro es el extraterrestre”, escribió un crítico húngaro nacionalizado norteamericano, Istvan Csicsery-Ronay, sobre Solaris. Aunque, siendo el dato citado justamente por Lem en aquella diatriba contra la Solaris con George Clooney, bien podría ser apócrifo. Pero, aún así, el análisis no deja de ser apropiado. Solaris, la novela más conocida de Stanislaw Lem, es ciertamente un extraterrestre, incluso (¡especialmente!) dentro de la ciencia ficción. Pero lo mismo se podría decir de gran parte de sus libros, que han permitido comparaciones con Voltaire y Jonathan Swift (por las crónicas del astronauta Ijon Tichy, Diarios de las estrellas), Kafka (por esa suerte de reescritura de El proceso que es Memorias encontradas en una bañera) e incluso Jorge Luis Borges (por las reseñas y prólogos de libros apócrifos contenidas en Vacío perfecto y Un valor imaginario) antes que con otros representantes del género. Aunque la época de oro de su literatura comienza en la segunda mitad de los años ’50, coincidiendo con los aires de renovación que comenzaban a soplar detrás de la cortina de hierro, de este lado de la cortina, Lem comenzó a ser conocido junto a la obra de renovadores de la ciencia ficción como Ursula K. Le Guin o J.G. Ballard, cuyas obras también ampliaron los límites del género. Publicado tanto por la prestigiosa Minotauro como en aquellos libros de bolsillo tan rápidamente desencuadernables de Bruguera, la obra de Lem dejó de asomar apenas despuntados los ’80. Por un lado, porque las buenas y bien distribuidas colecciones de ciencia ficción en castellano comenzaron a escasear. Y, por otro lado, porque Lem se llamó a silencio luego de la novela Fiasco, publicada en 1986 y que jamás vio la luz en las librerías autóctonas.

A pesar de haber sido traducido en 41 idiomas y con una tirada de sus obras calculada en unos 27 millones de ejemplares, Lem siempre se consideró a sí mismo como un escritor marginal dentro de la ciencia ficción. De hecho, en los años ’70 fue admitido primero y luego echado de la Asociación Norteamericana de Escritores de Ciencia Ficción cuando escribió que, desde las obras de H.G. Wells u Olaf Stapledon, el género anglosajón se había acomodado en la mediocridad y la repetición. Leído siempre mucho mejor desde la periferia que desde el centro, Lem supo señalar que el caprichoso humor de sus obras solía perderse en las traducciones. Admirador confeso de Philip K. Dick, la mejor forma de acercarse a la obra de Stanislaw Lem sigue siendo a través de Solaris, aun cuando para releerla haya que tomarse el trabajo de alejar el recuerdo tanto de la versión de Soderbergh como de la de Tarkovski. Sólo así esposible volver a percibir a la novela como el auténtico extraterrestre, y descubrir en sus páginas al nihilista apocalíptico y juguetón que aparecería recién en sus obras más maduras.

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