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Domingo, 8 de abril de 2007

RIVERA LETELIER

Los milagros de San Expedito

En la última novela de Rivera Letelier vuelve el imaginario de la comunidad salitrera de la mano de un utópico partido de fútbol.

 Por Sergio Kisielewsky


El Fantasista
Hernán Rivera Letelier

Alfaguara
197 páginas.

"Se lo debía a los amigos”, dijo en una entrevista el escritor Hernán Rivera Letelier. Pero el libro es algo más que el pago de una deuda. Y más que la descripción de los instantes previos a la disputa de un partido de fútbol decisivo. En principio, este relato funciona como la revelación del pudor, el coraje y la cultura de un pueblo en la pampa chilena, la comunidad salitrera que el escritor conoce al dedillo.

El Fantasista es un forastero que deslumbra con sus malabares con la pelota. Se llama Expedito González y proviene de la ciudad de Temuco.

La exhibición que realiza el recién llegado es admirada por los habitantes de Coya Sur, que en toda su existencia no lograron un solo triunfo frente a los Cometierra, vecinos y eternos archirrivales. Siempre derrotados en las finales, ven en el recién llegado su propia tabla de salvación.

La novela tiene como escenario a las pulperías, las cúpulas con estilo árabe que evocan las aventuras de Simbad, y se unen en un punto imaginario con la pequeña biblioteca del pueblo.

Si el aire casi dulzón de Gabriel García Márquez avanza entrelíneas, Rivera Letelier crea una zona de humor propia e intransferible, donde la rivalidad entre dos pueblos no podría ser más disparatada, donde todos se conocen y todos saben de todos.

El Fantasista llega con la Colorada. Cada imagen de la pareja salpica erotismo aunque sin partes de cuerpos expuestos, revelándose como la construcción de una novela de amor. De un amor no correspondido.

En verdad, para el Fantasista es el último partido de fútbol antes del fin del mundo, mucho antes de que ese pueblo y esos seres sean borrados por el alba, la modernidad y las sirenas en los primeros años de Pinochet.

Nada, entonces, ocurre porque sí. Ni el relator deportivo con sus toques de médico en ciernes ni las expresiones de asombro de los personajes que en una pasarela imaginaria dan lo mejor de sí.

Mucho antes de que el partido definitorio se juegue, están los picados del atardecer. Juegan todos contra todos, creando un momento de intimidad singular. “Es como si fuera mi amante”, dice el Fantasista de la pelota. La transpiración luego de haber jugado se asemeja al sudor durante el acto sexual.

La imagen del crepúsculo en el desierto, la vida de los salitreros, es el mundo de Rivera Letelier. Un mundo que pudo poetizar en La reina Isabel cantaba rancheras, lo que le valió el Premio Nacional en 1994 y el despegue internacional, pero que aquí construye un cable a tierra con los que sólo tienen sus piernas para jugar al fútbol.

Si por momentos aparecen las sombras de Antonio Skármeta (Ardiente paciencia) o de Osvaldo Soriano (El penal más largo del mundo), las influencias, como siempre, son bienvenidas. Lo que aquí se narra es sobre jugadores que hacen el gol sintiendo el clavo en el zapato. Lo que primero se repite como comedia, en el libro asomará como desenlace único. Todo se desmorona casi en silencio y las preguntas quedan suspendidas en la intemperie. ¿A qué huele un gol? ¿A qué huele el deseo?

Todo se lo lleva el tiempo que detendrá su marcha por un instante en El Fantasista, y luego echará a rodar el balón.

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