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Domingo, 18 de enero de 2009

POESíA

Oír su voz

La editorial Visor acaba de editar cds con poemas de Neruda, Cortázar, Gelman y Sabina leídos por sus dueños. Una experiencia poética única, diferente a otras formas de escucha o de lectura más corrientes.

 Por Mercedes Halfon

Escuchar un cd con poemas no es compatible con ninguna otra actividad más que escuchar un cd con poemas. No es la radio, no es música de fondo, no es rock. Tampoco se parece a leer esos mismos poemas en un libro. El autor leyendo sus propios textos es una situación doblemente extraña: por un lado está la subjetividad propia del poema, de la poesía en sí, donde el mundo que se construye siempre es interior, pide que entremos en él mucho más ciegamente que en la narrativa, por otro lado, está la voz en sí, subjetividad pura, presencia concreta de ese otro, que en este caso, es el autor.

Escuchar poemas leídos es una experiencia de intimidad con el que lee y también de una intensidad hasta incómoda, mucho más cuando esas voces grabadas ya no siguen sonando en el mundo real. De ahí el valor de la colección De Viva Voz y su reedición de títulos que deben haber circulado en codiciados LP allá lejos y hace tiempo, y que hoy regresan con un valor rejuvenecido, por ser algo inhallable hasta hace muy poco y por la rareza de contener poemas grabados entre los años ‘40 (Neruda, en concreto) y los ‘70, en formato cd. Entre otros títulos, todos editados en España por Visor (una de las más importantes editoriales de poesía de habla hispana), están: Pablo Neruda con España en el corazón, Julio Cortázar con Narraciones y poemas, Juan Gelman con Los poemas de Sidney West, Joaquín Sabina con Volando de catorce.

La voz entonces aparece, mostrando otra perspectiva, otra faceta de los autores incluidos, Cortázar por ejemplo, que además de tener esa fotogenia tan suya, tenía algo en la voz, una erre que patinaba sinuosa como un correlato sonoro de la belleza de sus ojos, en la voz de caverna singularísima; o Gelman, de voz grave y levemente cascada, como si leyera esos poemas supuestamente escritos por otro autor, Sidney West, desde un sueño profundo, o recién levantado, con un tono muy porteño, una cadencia que fue imitada, que fue “el verosímil” de lectura de una época; o Neruda con su cantar chileno, su arrastrar las palabras al lugar más emotivo, cortando el verso donde se le ocurriera, donde le quedara mejor a la melodía loca que venía armando y que puede elevarse hasta casi gritar “¡No hubo sino silencio de amanecer!/ ¡No hubo sino tu paso de banderas!/ y una honorable gota de sangre en tu sonrisa”.

La voz pone de relieve además de una subjetividad –acceso directo a un yo–, ciertas complejidades de una cultura. Todo esto, claro, siempre en los antípodas de la idea de “voz de locutor”, que implica llevarla a un registro de colocación predeterminado, convencional, impidiendo de base cualquier posibilidad de aparición de algo extraordinario. Por eso es bueno y festejable que vuelvan a circular estas grabaciones de los poetas leyéndose fuera de todo maquinal cálculo, fuera del tiempo incluso. Y nos regalen las huellas de una emoción vivida hace décadas. Una tos, una respiración, un chiste, se valoran tanto como el poema por el obvio costado fetichista de tener esa voz, poder retrocederla o adelantarla, repetir en loop algún poema precioso, vibrar los detalles de su entonación.

Pero también, y tal vez esto sea lo más importante, nos abre puertas para la interpretación: la voz es portadora de sentido, mucho más en la poesía donde la música nunca se separa de la palabra, se revelan particularidades del poema o de lo que el poema es para quien lo escribió y que no podrían saberse de sólo verlo impreso en papel; aparecen en el corte de verso que cambia con la lectura, determinada opinión del poeta (Cortázar diciendo “este poema es más bien tozudo” o “éste es insólito”), la voz que se ahoga al final, o que se pone vehemente, irónica, seductora.

Los cd traen un booklet con los poemas que se incluyen, así que se puede seguir la grabación con la lectura, pero también se puede hacer lo contrario. Aunque no sea lo adecuado, dejar sonando el disco para que la poesía invada el espacio cotidiano, escuchar con el tono pausado de Gelman: “Todo esto es verdad/ hay quien vive como si fuera inmortal/ otros se cuidan como si valieran la pena/ y el sapo de Stanley Hook se quedó solo”.

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