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Domingo, 15 de diciembre de 2002

RESEñAS

Así qué gracia

EGLE & SUERTES VIRGILIANAS
Carmen Iriondo

Grupo Editor Latinoamericano
Buenos Aires, 2002
114 págs.

POR WALTER CASSARA
Parece que Egle quiere decir en griego “luz deslumbrante” o “esplendor”. Egle o Aglae se llama también una de las tres
Gracias, aquellas muchachas de la mitología griega que representaban confusamente la armonía física y espiritual, y que solían estar asociadas, al igual que sus primas, las Musas, con el canto, la danza y otros amenos eventos sociales.
No hay un mito de Egle, como sí lo hay de Casandra o Pandora; ninguna leyenda particular, salvo la que se puede leer y refundar en su nombre y en el de sus incontables y anónimas hermanas: ninfas, pléyades, hespérides, sirenas y tantas otras criaturas prodigadas “según el capricho del demiurgo, activamente secundado por dos mil o tres mil años de literatura, en camadas o partos múltiples, siempre de niñas pero sin infancia”, como señala César Aira en la nota que abre este libro de poemas.
Con un tono ligero y bromista –imitación picaresca del mármol grecolatino–, la poesía de Carmen Iriondo intenta registrar estas criaturas infinitamente oscuras, arrumbadas en el tumulto –masculino– de las crónicas mitológicas. Suerte de autobiografía plural y en clave esotérica, de carta al padre escrita por una maestrita, sacerdotisa o mujer fatal, los poemas de Iriondo seducen porque son maliciosos, vivaces e impertinentes, y están llenos de boutades como, por ejemplo: “¿La diosa Hera,/ tenía pito?” o esta otra de una ninfa en problemas: “Tengo náuseas y no existe el Evatest/ parezco saludable todavía, gordita/ por un amor de estío hacia aquel hombre/ de los hombros más anchos del gimnasio”.
Medio bruja y mártir, como la hermana de Shakespeare en el mito de Virginia Woolf, pero también medio tonta o loca (o ambas cosas), la Egle atemporal de estos poemas pasa por todos los obstáculos de un aprendizaje femenino, aunque nunca sale vencedora, más bien todo lo contrario. Pese a sus hábiles armas de seducción, a su ilustración histórica y psicoanalítica, termina siendo castigada y expulsada de los ámbitos a los que aspira pertenecer; incluso la escritura, ese dominio exclusivo del “sueño paterno”.
Entonces la voz clarividente de Iriondo deja de hacernos reír y se torna grave, adquiriendo un tono más abiertamente cáustico y aguerrido: “Quien dice madre, dice cocinera, nieta, hija/ la doctora, la que canta. Forra, perdura, limpia/ las sartenes del carbón y ofrece billeteras”. Son los pocos, inesperados momentos en que su poesía parece decaer, ya que aquí es cuando lo “femenino” –pensado por algunos filósofos como el fetiche de una verdad reactiva y dogmática– toma la palabra; aunque quizá no haga más que completar el círculo, extenuando los paradigmas asignados a la mujer.
El material poético, con prólogo de César Aira y exquisitas ilustraciones de Renata Schussheim, se organiza en dos secciones: la primera consta de un único y largo poema dividido en tres partes, escrito con un estilo entre barroco y neoclásico, y cierta proporción tanto estrófica como métrica; la segunda se titula “Suertes virgilianas” conforme a “un antiguo método adivinatorio que consistía en abrir un libro de Virgilio al azar e interpretar las primeras palabras que se ofrecían a la vista”; eventualmente, para un lector entrenado en los horóscopos poéticos, los índices del libro pueden consultarse siguiendo este métodoya que se ordenan de acuerdo con una original numeración de los versos en lugar de la común y rutinaria sucesión de páginas.
Carmen Iriondo nació en Buenos Aires (fecha de nacimiento desconocida; en la foto de solapa se la ve bastante joven). Es licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Anteriormente publicó también poesía: La niña Pandereta y Por el miedo te digo.

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