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Domingo, 15 de diciembre de 2002

FERIAS

Songorocosongo

Como no podía ser de otra manera, la masiva presencia de intelectuales cubanos en la edición 2003 de la Feria de Guadalajara generó polémicas más allá del evento. Radarlibros estuvo allí y cuenta cómo empezó todo.

Por Patricia Chaina, desde Guadalajara
“He vivido siempre en la Revolución Cubana, y leído lo que muchos escriben sobre ella; y a ellos, los divido en dos grupos: apologistas de la virtud o del defecto” fueron las palabras con las que el escritor cubano Eliseo Alberto (Caracol Beach), presente en la XVI edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, sintetizó la discusión sobre la situación cubana que estos días desbordó los pasillos de la feria mexicana, aunque su estridencia no logró opacar el impacto de las propuestas literarias y artísticas.
La FIL, la más importante feria latinoamericana por el volumen de negocios que genera para la industria editorial, dedicó este año gran parte de su espacio a Cuba, el país invitado. Así, la imagen de José Martí fue el centro de la serie de estandartes que, colgando de los techos del hall central, daban la bienvenida al visitante. A su lado, Nicolás Guillén, un unicornio y Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Omara Portuondo, una bandera inmensa, roja, azul y blanca. Los colores de Cuba ofrecían en tierras mexicanas la esencia de lo cubano nacido dentro o fuera de la isla.
“Es que Martí es emblema del intelectual cubano, tanto para los que venimos de la isla como para los exiliados”, explicó uno de los seiscientos integrantes de la delegación cubana. Entre ellos: Silvio Rodríguez, el poeta, narrador, y ensayista Cintio Vitier –ganador del premio Juan Rulfo–, Omara Portuondo, Fidel Castro hijo. Poetas como el joven Amyr Valle o la octogenaria Carilda Oliver Labra convivían en los pasillos con representantes de la industria editorial como Arturo Pérez Reverte o Rosa Montero, con la Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, con hasta ahora desconocidos como la argentina Ana Gloria Moya, premiada con el Sor Juana Inés de la Cruz, y con intelectuales como el gran escritor colombiano Fernando Vallejo (La virgen de los sicarios), el nicaragüense Sergio Ramírez, que presentó su Sombras nada más o el mismo Eliseo Alberto, que promocionó una reedición de su Informe contra mí mismo.
Había, como Alberto, otros cubanos de la diáspora, aquellos que residiendo fuera de la isla plantean posiciones críticas al régimen sin las intenciones lapidarias de los cubanos de Miami. Y estaban también aquellos de residencia mexicana que habitan lo que se ha dado en llamar “el exilio de terciopelo”, muy críticos al régimen de Castro. La FIL era, en consecuencia, un volcán de erupción inminente.
La tempestad se desató en la presentación de la Letras libres, revista nacida bajo el padrinazgo intelectual de Octavio Paz y cuyo número 47 cuestiona severamente al castrismo, cuando jóvenes cubanos y mexicanos interrumpieron el acto respaldando a viva voz al gobierno isleño. La carta internacional de repudio, emitida por la dirección de la revista, no se hizo esperar. Contó con el apoyo, cómo no, de Mario Varga Llosa, Carlos Monsiváis y Fernando Savater. Y motivó nuevas declaraciones a favor y en contra de la “cuestión cubana” que, por supuesto, van más allá del módico incidente.
“Cuba sólo trajo policías y escritores vigilados, ¿qué otra cosa puede salir de esa cárcel?”, disparó Vallejo a propósito de la abultada representación cubana (sus seiscientos integrantes duplicaron el número tradicional de las delegaciones del país invitado) en la rueda de prensa donde presentó su libro La rambla paralela que, aseguró, será su última publicación.
La respuesta de la delegación cubana fue rotunda: “No podemos privar a la gente de expresarse libremente a favor de Cuba –explicó Fernando Rojas, vocero de los isleños–, pero no estamos aquí para fomentar el enfrentamiento. Aunque tampoco desconocemos que publicaciones como Encuentros, con la cultura cubana –revista elaborada por cubanos disidentes y dirigida por el hermano del vocero, Rafael Rojas, que sepresentó dos días después de Letras libres– son elementos ligados a la agenda gubernamental de Estados Unidos”.
Claro que al mismo momento de la presentación de Encuentros..., la FIL había pautado estratégicamente la presentación del libro de Silvio Rodríguez. Y la delegación cubana, luego de tomar conciencia de la zozobra que comenzaba a dominar el encuentro cultural por causa de la polémica, se había cuadrado ya tras la consigna del no enfrentamiento.
Al concluir la presentación de su libro de canciones, Silvio Rodríguez leyó un “Mensaje al pueblo mexicano”. Allí se celebró la invitación de la FIL y se agradeció que “en estos días la cultura haya desplegado su poder infinito. No han podido lastimarla quienes, con propósitos ajenos a la Feria, pretendieron introducir su hostilidad y prejuicios contra Cuba. Expresamos nuestra gratitud a la nación mexicana y en prenda les dejamos lo mejor de nuestro país: su espíritu de dignidad y solidaridad”. El mensaje, firmado entre otros por Roberto Fernández Retamar, Eusebio Leal, Cintio Vitier y el mismo Rodríguez, sellaba un pacto tácito que permitía continuar con las actividades sin temor a que la lava calcinara el deseo vital de los invitados a este banquete literario.
Ya lo había anticipado Noé Jitrik, presente en Guadalajara con un doble rol, presidir el jurado que le entregó el Rulfo a Vitier, y presentar su nueva novela, Evaluador: “El telón de fondo sobre el que se recorta la FIL –sostuvo–, es conflictivo, pero no podrá imponerse al desarrollo cultural de este evento. Creer que los problemas políticos se van a resolver por la política o la economía es una falacia. Sin embargo, por el lado de la cultura podemos llegar a la ilusión de un entendimiento”.
Así fue posible entonces disfrutar de los homenajes a Alejo Carpentier, o José Lezama Lima. Escuchar a poetas y narradores que confirmaban con la cadencia de su oralidad la pericia narrativa de sus textos. Y bailar al son de los tambores que demoraban los cuerpos a la salida de la feria. “Cuba es una pasión”, repetían las voces de todos los cubanos. La FIL, al final y después de todo, fue una fiesta.

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Silvio Rodríguez en la Feria de Guadalajara
 
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