Domingo, 19 de enero de 2014 | Hoy
Consagrado en los últimos años como uno de los nombres más importantes dentro del panorama filosófico francés, Alain Badiou es, también, un intelectual que gusta de la discusión y la toma de posición. Eso recoge, justamente, el libro La aventura de la filosofía francesa (a partir de 1960) que acaba de editar Eterna Cadencia: las polémicas que Badiou ha representado una y otra vez, debatiendo, en este caso –y a partir de artículos de mayor o menor extensión–, con los pensadores franceses que fueron sus maestros y también con la generación de los filósofos posteriores a Mayo del ’68.
Por Fernando Bogado
Uno de los nombres que, con el paso del tiempo, ha adquirido una trascendencia notable dentro del complejo panorama filosófico francés es, sin lugar a dudas, el de Alain Badiou (Marruecos, 1937). Esa trascendencia puede tener varias explicaciones, pero propongamos dos: en primer lugar, sus trabajos filosóficos, recibidos inicialmente con cierta indiferencia por parte de la intelectualidad no sólo francesa sino mundial, muy lentamente comenzaron a tomar un lugar dentro del círculo de autores imprescindibles para pensar nuestra contemporaneidad. Basta como prueba el hecho de que uno de sus principales libros, El ser y el acontecimiento (L’être et L’évènement), publicado originalmente en 1988, tuvo su primera traducción al castellano en 1999 y al inglés en 2005. En segundo lugar, sus diversos libros y más de una formulación se ha visto siempre puesta en juego en situaciones específicas y concretas que han tomado el tinte de una polémica determinada. Así, su toma de posición en contra o a favor de diversos intelectuales franceses ha hecho que su nombre comience a sonar familiar en el oído de más de un lector, avezado o no en la filosofía. Este segundo aspecto es el que prima en el libro recientemente editado por Eterna Cadencia, con traducción de Irene Agoff: en La aventura de la filosofía francesa esa supuesta “aventura” no es otra que la de las polémicas que Badiou ha representado una y otra vez, debatiendo, en este caso –y a partir de artículos de mayor o menor extensión–, con los pensadores franceses que fueron sus maestros y también con los que conforma una suerte de generación, la de los filósofos posteriores a Mayo del ’68.
Pero, ¿a qué podemos llamar “filosofía francesa” y qué se discute en el campo que este título determina? La idea es mostrar cómo el desarrollo histórico de la filosofía, en tanto pensamiento universal, presenta ciertas discontinuidades. Para decirlo de otro modo, dentro de la historia de la filosofía también han existido períodos generalmente dominados por una emergencia geográfica e histórica particular, como la filosofía griega que va de Parménides a Aristóteles (o sea, del siglo V al siglo III A.C.) o el idealismo alemán, que va de Kant a Hegel (período que va de finales del siglo XVIII a comienzos del siglo XIX). En este caso, la “filosofía francesa” del título va de mediados del siglo XX a principios del siglo XXI, va de El ser y la nada (1943) de Jean-Paul Sartre a ¿Qué es la filosofía? (1991), de Gilles Deleuze y Félix Guattari, extendiéndose también a las producciones de Jean-Luc Nancy, Jacques Rancière o Barbara Cassin.
Badiou rápidamente establece la genealogía de los debates al interior de la filosofía francesa. Ya en los años previos al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Henri Bergson y León Brunschvicg determinaron las dos corrientes que atraviesan el período analizado. El primero establece una filosofía vitalista basada en la biología moderna y en la profunda relación entre el ser y el cambio. El segundo, apoyado en las matemáticas, boga por un pensamiento que tienda más al aspecto formal, a lo simbólico como elemento central para la filosofía. Reformulando: la oposición entre el pensamiento de Bergson y el pensamiento de Brunschvicg es el problema presente en la filosofía francesa de mitad del siglo XX entre la vida y el concepto, problema que se resume, desde la perspectiva de Badiou, en la (compleja, polémica) cuestión del sujeto, tanto vida animal, cuerpo, como ser racional, como creador de conceptos. Los nombres de los filósofos posteriores pueden, alternativamente, ubicarse de un lado u otro del espectro: Deleuze, Foucault y Canguilhem, por un lado, y Lacan, Althusser y Derrida, por el otro.
Es ese concepto, el del sujeto, el que ha buscado instalar una y otra vez Badiou en sus formulaciones filosóficas particulares y el cual, en alguna medida, le sirve para ingresar en las polémicas que sostienen los artículos del libro. Por ejemplo, en el artículo “¿Hay una teoría del sujeto en Canguilhem?” (publicado originalmente en 1992), el autor revisa las formulaciones de este filósofo para encontrar una posible formulación del sujeto, entendiéndolo como un término que nombra, en vacío, la articulación entre la técnica y la ciencia, o sea, la continuidad de la absolutidad natural (la técnica como continuación de la naturaleza) y la discontinuidad contra-natural (la ciencia como reservorio conceptual). En la noción de sujeto, en definitiva, encontramos el nudo que ata a estas polémicas individuales con las formulaciones teóricas de Badiou: el sujeto como vacío, como término descentrado, como corrimiento, como negatividad que adviene al mundo que conjuga lo conceptual y matemático del ser con lo “viviente” del acontecimiento. El eco sartreano no es inocente: el artículo “Jean-Paul Sartre: captura, desprendimiento, fidelidad” vuelve a confirmar la cercanía que Badiou tiene con el pensamiento de Sartre, primer “flechazo” filosófico del cual se distanció durante los años de la influencia estructuralista y a quien volvió a acercarse ya en su madurez.
Definamos la estrategia polémica de Badiou, entonces: intervenir en el curso de un pensamiento para transformar determinadas formulaciones en el mejor ejemplo de lo que él mismo quiere afirmar. Pasa con Canguilhem, pasa con Althusser (cuyo artículo parece un gran ejemplo de teoría de conjuntos aplicada a la oposición entre Materialismo Histórico y Materialismo Dialéctico), y, en alguna medida, pasa también con el artículo dedicado a comentar el libro de Gilles Deleuze, El pliegue, Leibniz y el barroco, y el dedicado al libro de Paul Ricoeur La memoria, la historia, el olvido. Deleuze, para Badiou, se ubica siempre del lado de lo uno y no de lo múltiple, pese a que el problema de lo múltiple aparece una y otra vez en su obra. La cercanía de Leibniz con Deleuze, para el autor, termina siendo una cercanía cuasi-teológica e impensable para el escritor de Diferencia y repetición, abogado de la multiplicidad: detrás de esas multiplicidades, insistirá Badiou, subsiste el mismo “clamor del ser”. En el caso de Ricoeur, el artículo es mucho más malicioso, si se puede usar este término: Ricoeur termina transformándose en un fenomenólogo ultra-cristiano que realiza su formulación filosófica para deslindar al sujeto del acto e invocar al perdón como forma del olvido (la idea de que somos mejores que las cosas que hacemos). Lo que está detrás de esto es la posibilidad cristiana de una redención que, en el peor de los casos, sería posible para los responsables de actos tan terribles como el exterminio nazi o el totalitarismo stalinista.
Alain Badiou ha intentado a lo largo de toda su carrera reunir dos “lógicas” de mundos que parecen antagónicos: ser y acontecimiento, matemática y poesía, Lacan y Deleuze, etcétera. Estas polémicas no son otra cosa que “situaciones” (volviendo a Sartre) que ponen en juego ese intento teórico de (re)instalar un concepto que parecía olvidado, el del sujeto, logrando su cometido la mayor parte de las veces con solvencia intelectual y filosófica y otras, en algunas casos desafortunados, con acusaciones sin mucha lógica. La aventura de la filosofía francesa puede ser, a veces, un campo de rosas plagado de espinas.
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