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Domingo, 6 de abril de 2003

SANTOS Y DOCTORES

Juicio a Kissinger
Christopher Hitchens

Trad. Jaime Zulaika
Anagrama
Barcelona, 2002
200 págs.

Por Sergio Di Nucci

Contra cualquier fácil certidumbre, la modernidad no une al mundo. Esta sospecha moviliza a la política exterior norteamericana entre los paroxismos de una regocijada insularidad y de un intervencionismo más renuente de lo que sus críticos señalan.
Después de martirizar a la santa Madre Teresa de Calcuta y demostrar que esta monja albanesa gerenciaba con eficacia campos de exterminio católicos en la India (los llamaba hospitales), el periodista británico Christopher Hitchens eligió en su último libro a otro tradicionalista europeo del Este. Claro que sobre el Dr. Henry Kissinger, que llegó a secretario de Estado norteamericano, hay menos consenso piadoso. E incluso desde el conservadurismo no faltan condenas.
Juicio a Kissinger demuestra algo evidente y se deja resumir con nitidez: que de admitir que la modernidad no triunfó –como piensan muchos que la exaltan y otros que la detractan– puede seguirse una conducta que busca su justificación sólo en su eficacia. Éste es el razonamiento de Kissinger, flamante funcionario de la administración de Bush Jr. Un razonamiento que descansa en la convicción de que no sólo existen regiones que retrotraen al mundo, en materia de brutalidad, a siglos antes de Cristo, sino también por el carácter anárquico de tantas de ellas (y lo uno por lo otro). Regiones muy poco controladas por los Estados nacionales, aunque mucho, aun militarmente, por sus diferentes oligarquías (algunas más sensatas, otras abiertamente criminales). Lo que hoy une a ciertas zonas de San Pablo con Bogotá, Moscú, Kiev, Bakú y Kunming (al sur de la India) es que rehúsan cualquier categoría y pueden ser designadas “principados neofeudales high-tech, con acceso a armas químicas, biológicas y atómicas”. Lo mismo sucede en países como Indonesia, Irán, Nigeria, Argelia, Fiji, Egipto o Pakistán, donde las arcaicas tensiones entre etnias y religiones no desdeñan sin embargo valerse de todos los avances técnicos.
Según el realismo político, cuando la ONU encuentra soluciones, éstas resultan un cóctel de confusiones y frustraciones para aquellas zonas intervenidas “humanitariamente”. Y las primeras enseñanzas de ese Leviatán internacional que es el tribunal internacional de La Haya (en el sentido de preguntarse por qué se bombardeó impunemente a Serbia pero no a Kashmir, ni a Rusia –cuando Chechenia–, ni al Congo) es que la moralidad ha quedado desprendida de la política exterior. Toda prédica de soberanía o buenas intenciones pacifistas va a ser barrida ante cualquier amenaza grave, aunque geopolíticamente débil, por Estados Unidos, ganador de la Guerra Fría y única hiperpotencia mundial.
Este telón de fondo es el de Hitchens, pero su materia constituye el primer plano de un libro del norteamericano Robert D. Kaplan, cuyo título mueve a miedo: Warrior Politics: Why Leadership Demands a Pagan Ethos (2002). Hitchens, en su Juicio a Kissinger, habla a favor de un tribunal de Justicia internacional para juzgar a un número uno norteamericano. Desde una posición que no es la de la izquierda, Kaplan también cuestiona la cruel Realpolitik de Kissinger. Kaplan no sólo presenta a un mundo que se resiste a entrar a la mayoría de edad, sino a Estados Unidos –con un deber impostergable: ensuciarse las manos para arreglarlo. Su volumen reclama una dura ética pagana e influyó en la dirigencia políticanorteamericana. Incluso en Bill Clinton y en el cristiano George W. Bush, quien lo recomienda como antídoto post 11 de septiembre contra los argumentos estilo Noam “por-algo-será” Chomsky. Si para Kaplan el tribunal de Justicia que juzgó a Milosevic es moralina de BoBos (Burgueses y Bohemios, según la categoría del sociólogo cómico David Brooks), para Hitchens es embrionario y está sujeto a contradicciones. Lo cual no habla, por cierto, de su legitimidad.
Una vez más, el problema es que Estados Unidos, donde vive y publica Hitchens, es un país absolutamente poco polarizado en relación con la intervención militar a Irak. Lo opuesto sucede en Latinoamérica o en aquellas regiones en que las políticas “realistas” del Dr. Kissinger procuraron muertes y muchas más angustias. Juicio a Kissinger puede ser la mejor introducción para aquellos que desconocían a este ex gran asesor de Washington, pero es la menos recomendable para quienes ya lo conocían en algo. Porque “la información que contiene este libro –dice Hitchens–, no es nueva para la gente de Timor Oriental y Chipre, Bangladesh, Laos y Camboya, cuyas sociedades fueron arrasadas por gobernantes depravados [la culpa es del traductor]. Tampoco es nueva para los familiares de los torturados, desaparecidos y asesinados en Chile”. Los blancos del ataque de Hitchens son los ciudadanos norteamericanos “que vieron violadas sus propias leyes y protecciones, y su dinero gastado en su nombre pero sin su permiso, en objetivos atroces que no podían ser revelados”. “Es hora de que la Justicia intervenga”, es el leitmotiv de Hitchens en su Juicio a Kissinger. Desgraciadamente, todo invita a pensar que el mundo descrito por Kaplan continuará amparando a aquellos líderes que hacen lo que hacen invocando razones de fuerza mayor, y que el juicio a Kissinger tardará en llegar.

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