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Domingo, 8 de marzo de 2015

LA LEYENDA DEL INDIO BLANCO

En 1951, Jorge Luis Borges publicó un breve y estremecedor relato, “El cautivo”, sobre un chico rubio desaparecido tras un malón que era recuperado, ya soldado, olvidada su infancia. Los orígenes de este cuento se remontan a las historias que contaban los inmigrantes británicos y quizá, más específicamente, a la de Dan Gilmour o Nicolás González, soldado en la Guerra del Paraguay, que dio a conocer uno de sus descendientes y que aquí reconstruye Andrew Graham-Yooll, junto a un repaso por la figura de ese indio blanco que era una suerte de cuco en las familias de la colectividad inglesa en la Argentina del siglo XIX.

 Por Andrew Graham-Yooll

El cuento del “indio blanco” era figura frecuente en los hogares de la colectividad de habla inglesa. El actor principal era un gaucho cimarrón, el “cuco” o “el hombre de la bolsa” que robaba chicos. A esos niños les esperaba una vida entre malevos, indios, negros y gente que no hablaba en inglés. Se basaba la amenaza en el antecedente de uno que supuestamente se crió gaucho y le decían el “Indio Blanco”. De cuento parecía aventura, pero era un terror en las advertencias de mayores. Podía volver a suceder.

Más adelante los bien leídos supieron que Guillermo Enrique/William Henry Hudson (1841-1922) tenía un cuento con el tema. Lo de Hudson surge, en parte, de su novela Mansiones verdes/Green Mansions: A Romance of the Tropical Forest, publicada en 1904, donde el escritor naturalista contaba la historia de una tribu de indios blancos. En 1974 y 1975 se publicó una novela gráfica de siete entregas que recicló la historia. La otra de Hudson era un episodio en una edición de A Traveller in Little Things/ Viajero en pequeñas cosas (Dent, Londres, 1921), que no hallé pero me dijeron los que saben que está más cerca de la recreación de la historia verídica de un “indio blanco”.

Más tarde, los mejor leídos decían conocer un texto de Jorge Luis Borges (1899-1986) sobre el secuestro de un niño por los indios. Es el cuento “El cautivo” (1951).

EL MAS BREVE

Y más luego aún una lectura del ensayo de Noemí Ulla, “Notas sobre ‘El cautivo’ de Jorge Luis Borges” (Conicet) ampliaba la atención al tema, aunque nadie explicaba el posible origen de la historia.

“Uno de los más breves cuentos de Borges, si no el más, ‘El cautivo’, ofrece al destinatario la posible solución de un enigma, que es paradójicamente imposible. El narrador-informador de este cuento plantea el enigma a partir de un sentimiento: querer saber cosas que no sabe. Pero esa relación cognitiva en su dimensión de incompletud que se establece con nitidez al final del cuento tiene ya al comienzo momentos donde la elipsis o el saber no informar –en lo que Borges narrador y poeta ha dado incontables muestras de competencia– asoma como una propuesta operatoria.”

Pero si bien ambos (Hudson y Borges) registraron la historia a su manera, más allá del inspirador poema La cautiva (1837) de Esteban Echeverría o de cosas varias, hasta el cuadro de Angel Della Valle, La vuelta del malón (1892), prevalece la pregunta acerca de si existía una fuente real que usó, primero el angloargentino Hudson. Este, antes de su partida definitiva a Londres, en 1874, seguramente habría tenido noticias de un “indio blanco” cautivo en su colectividad. Borges era declarado lector de Hudson. Sin embargo, vale notar que la sociedad literaria porteña desconocía a Hudson hasta la llegada de Rabindranath Tagore a la Argentina, en 1924, cuando el visitante solicitó información sobre un gran escritor llamado Hudson, muerto dos años antes.

Puede ser que nada de todo esto lleve concretamente a la fuente de “El cautivo” de Borges, que era “el indio blanco” escocés, cosa que la colectividad de habla inglesa creía con seguridad.

ESCOCESES

Fueron los escoceses, como los irlandeses también, los que llenaron el país con sus historias. Entre las muchas, una es la del “indio blanco”. Es la historia de un niño de cuatro años, robado por un peón resentido y “vendido” o entregado a los nativos. La historia se publicó en el diario Buenos Aires Herald en 1998 por un descendiente, Douglas Philip.

Los Carruthers, los Gilmour y los Philip se asentaron a lo largo y ancho de toda la provincia de Buenos Aires, pero eran más fuertes en las cercanías de Bahía Blanca y la Colonia Inglesa de Sauce Grande. Entre 1850 y 1884 fueron dueños de la estancia Monte de los Blancos, en Ajó. Los Carruthers fueron propietarios de la estancia Los Yngleses, también en Ajó, entre 1872 y 1884. La historia contada por Douglas Philip es la que le contó un tío, un tal David Carruthers (1884-1967), acerca de su tío, Daniel Gilmour (1845-1896), que llegó a ser conocido como el indio blanco.

Daniel Gilmour era un bebé cuando lo trajeron de Escocia sus padres. Un día, cuando tenía cuatro años, un gaucho mal entrazado llegó a caballo a la casa. El gaucho trabajó como peón, pero un día lo sorprendieron robando una barra de jabón y fue despedido. Juró vengarse. Pasaron unos pocos días y una mañana de niebla al pequeño Daniel lo subieron a un caballo manso para que aprendiera a montar. Caminó lentamente en su caballo alrededor de la casa, pero cuando sus padres y hermanos fueron a buscarlo no pudieron hallarlo. Alguien dijo que habían visto al gaucho que había robado el jabón con el niño, a unas leguas de distancia, pero nadie volvió a saber nada del niño. Al día siguiente el caballo volvió solo. Poco tiempo después una familia encontró en la playa un pequeño atado con la ropa del niño, y se pensó que probablemente se había ahogado.

Su madre nunca creyó muerto a su hijo. Su búsqueda duraría cuarenta años.

Años después, un inspector de tierras del gobierno pasó por la estancia Monte de los Blancos, cerca de Ajó, y durante el almuerzo con la familia observó a Matthew Gilmour (1812-1858) y a su hijo Robert (1841-1884), hermano de Daniel. El visitante anunció que en un puesto de policía en Santa Fe había visto a un joven que era la imagen y semejanza de los dos Gilmour. La familia trató de seguir las indicaciones dadas por su visita, pero cuando encontraron el remoto puesto policial la persona que podía haber sido Daniel se había marchado. De hecho, había ingresado al ejército, con el que había sido llevado al norte, y después había participado en acciones en la guerra con Paraguay (1865-1870).

LOS RECUERDOS

Algunas de las referencias en la historia de David Carruthers sobre su tío se basan en sus propios recuerdos y los recuerdos de relatos de otros, por lo que las fechas se confunden.

Lo que la familia sabía era que Daniel Gilmour, conocido como “Nicolás González”, había combatido en la Guerra del Paraguay, había sido gravemente herido y dejado en Corrientes, había sido condecorado dos veces por su valor y era conocido como Sargento Patria, porque tenía una muesca en la oreja (que era el modo en que el Ejército marcaba a sus caballos, conocidos como “Caballos Patria”). En una ocasión, Daniel Gilmour fue capturado y estaqueado por los indios. Tenía impresionantes cicatrices de heridas de lanza, además de las heridas de guerra. Había sido rescatado de los indios por una caravana de carretas. Esta gente lo había curado y cuidado y a raíz de su cautiverio Daniel fue conocido como el Indio Blanco.

En algún momento, hacia mediados de la década de 1850, algunos de los Gilmour y Carruthers habían dejado la tierra pantanosa que cultivaban en Rincón de Ajó y fueron hacia el sur. El padre de David Carruthers, James Smith Carruthers (1842-1907), fue a trabajar con George Corbett, y se ocupó del rebaño de ovejas de éste, por la zona de Sauce Grande, cerca de Bahía Blanca. El destino quiso que esta mudanza llevara a los Carruthers cerca de su pariente perdido.

Después de que James Smith Carruthers se mudara a la tierra de Corbett, alguien le habló de Nicolás González, rubio, hombre alto de barba rojiza, que era jefe de carreros en la flota de un hombre de apellido Chumarro.

Carruthers fue al corralón de las carretas y encontró al individuo que sabía era su pariente, para entonces un sargento retirado de vuelta del frente paraguayo. Según el relato familiar, Carruthers le dijo: “No eres Nicolás González, sino Daniel Gilmour”. Era muy parecido al tío de Carruthers, el padre de Daniel, y no había dudas sobre su identidad.

HISTORIA FAMILIAR

La historia escrita por David Carruthers sobre el encuentro de su padre dice que la conversación fue así:

Carruthers: Te llamé por tu nombre y si puedes responderme unas preguntas, te explicaré por qué. ¿Recuerdas cuando eras chico haber hablado un idioma diferente del castellano que hablas ahora?

Daniel: Sí, cuando era muy chico hablaba un idioma gringo, pero no sé qué sería. Pero mi tata a veces me decía, Che, inglés.

Carruthers: Bien, puedo decirte que encima de tu rodilla derecha tienes una marca oscura.

Daniel: Sí, tuve ese lunar muchos años, pero lo destruyó un lanzazo de los indios.

Le mostró la cicatriz a Carruthers, que vio que el lunar casi había desaparecido.

Carruthers: ¿No recuerdas quién fue el que te tomó de tu caballo cuando eras chico?

Daniel: Sí, mi tata, que era Nicolás González. Me dijo que era mi padre, y nunca supe otra cosa. Los chicos de mi edad se reían y me preguntaban cómo podía ser tan rubio con un padre tan negro. Pero yo lo llamaba tata. Bebía y jugaba mucho y cuando yo no podía traerle dinero a casa me azotaba. Yo ganaba unos centavos llevando mensajes a los oficiales de los fortines de la frontera con el indio. Los fortines estaban al sur de Mendoza, en San Luis y Córdoba. Al fin mi tata se enfermó y murió.

Carruthers: Querría yo que dejaras este trabajo y volvieras conmigo a ver a tus padres ancianos, que no te han visto en cuarenta años. Tú mismo estás envejeciendo y tu madre está enferma.

Daniel se puso en marcha con Carruthers hacia la casa de los Gilmour en Rincón de Ajó. Luego de varios días de cabalgata llegó a la casa de su hermana, casada con un Carruthers, a quien él nunca había visto.

De ahí Daniel fue llevado a la casa de sus padres. Carruthers, para no causarles un sobresalto a los ancianos, les anunció que llevaba a casa a un amigo. A la madre de Daniel (Elizabeth Wright, 1818-1888), que en su corazón siempre había sabido que él estaba vivo, le bastó con verlo. “Dios sea loado, Matthew”, le dijo a su marido. “Jim (Carruthers) nos ha traído a nuestro Dan.” La reunión fue inolvidable.

Daniel vivió con sus padres. Los hijos de sus hermanos y hermanas lo recordaban jugando con ellos, pero lo que más impresionaba eran las cicatrices; las marcas de un cuerpo que había pasado por muchas aventuras y una vida muy dura. Murió poco después en el Hospital Británico de Buenos Aires, de tuberculosis.

El relato original, largo y por momentos confuso, del que fue sacada esta historia con la ayuda de Douglas Philip, concluye diciendo: “Sé de dos escritores que hicieron un intento de describir la vida de Dan, pero me parece que no lo hicieron muy bien”. Esta versión abreviada quizá tampoco “lo haga muy bien”. Pero llegó el momento de comparar historias.

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“La vuelta del malón”, de ángel della valle (1892)
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