libros

Domingo, 11 de mayo de 2003

RESEñA

Mente mutante

Oxidación
Aníbal Ford

Norma
Buenos Aires, 2003
134 págs.

Por Lautaro Ortiz
Desde su primer libro de cuentos (Sumbosa, 1967), en la narrativa de Aníbal Ford se vislumbra un gesto: la busca del desenfado formal. Esta clave –capaz de abrir las puertas divisorias entre la imaginación y las ideas– es la que alienta, respira, su último conjunto de relatos titulado Oxidación, recién distribuido.
Nacido en 1934, Ford (autor además de una prolífica obra en el campo de las Ciencias Sociales y las Comunicaciones, entre las que sobresalen Cultura y territorio y La marca de la bestia) es esencialmente un narrador experimental: somete a la escritura a un permanente cuestionamiento acerca de sus posibilidades de aprehender la realidad. Sus armas: la fragmentación, el “flash”, la instantánea.
Asomarse a los relatos narrados en Oxidación es asistir a una continua superposición de registros, climas, sintaxis, voces; un universo infinito de relatos sin continuidad, textos balbuceantes, coloquialismo, realismo literario de código vulgar, donde el signo formal –como música de fondo– ocupa el espacio reclamado por Ford para la reflexión conclusiva.
En “Viator” –el primero y más ambicioso relato del libro– el personaje central lucha por reconstruir, a partir de la mirada obsesiva de un mapa satelital desplegado sobre su mesa, las alternativas de su viaje por la Puna y las Salinas Grandes. A la manera de un científico, escribe en un block de notas los rastros fragmentarios que la memoria le dicta: conversaciones con desconocidos, caminatas, imágenes de un procedimiento paramilitar. Viator reflexiona: “La mente es un mueble de muchísimos cajoncitos, como esos muebles de roble de las antiguas oficinas importadoras de la Argentina probritánica del 1900, bueno, puede ser que un recuerdo, una imagen se trabaje en un cajoncito, otra en otro, y el resto quede en el silencio y en el vacío. Lo importante es que la mente, el espacio de la mente, es, sigue siendo, está presente, es todo el mueble, incluso sus rajaduras, sus espacios de humedad que lo confunden con el exterior. Y que esos recuerdos están acotados, ocupando pequeños espacios en un gran vacío. Así fueron algunas cosas que se me parecieron durante esa caminata. Corrijo: la mente no es un conjunto de cajoncitos. Ni la memoria un armario. Esta idea es totalmente falsa. La mente es un mutante”.
Cada observación, cada mínimo recuerdo que asalta a Viator es una incógnita. El personaje se empecina por comprender el significado de esa costumbre humana de ¿poner el cuerpo? ante una realidad que ofrece nada más que vacío. Todo se oxida en las manos de Viator: la literatura, la memoria, la Historia, la lucha, el viaje, hasta los afectos.
Alrededor de este mismo universo giran los episodios contenidos en las dos restantes partes del libro: “Oxidación” (que reúne además: “Una leve oscuridad” y “Del orden de las coníferas”) y “Proscriptum: Salmos”, donde se encuentran los relatos “El imbécil pozo de la noche” y “Al fin andar sin pensamiento”.
En estos dos últimos textos la impronta narrativa de Ford –su busca formal– se explicita: Malcom frente a un mazo de fotografías antiguas borroneándose en el mismo instante que su vida (“Ahí donde otros se identificaban o recordaban, él sintió una fuerte repugnancia por el tiempo. O por las memorias”). O la historia de un carpintero que observacon asombro el proceso de oxidación de su mundo (su parrilla, su árbol, su pareja) y, al mismo tiempo, es observado por un narrador que relata el desconsuelo del hombre.
No hay historias en Oxidación, sino episodios, instantes de vida en pleno proceso de herrumbre, de desintegración. El tiempo y la memoria se desvanecen ante cualquier intento de relato. Lo que sobrevive, lo que no desaparece en el vacío, es finalmente y siempre el lenguaje.

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