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Domingo, 30 de abril de 2006

Sobre gustos

La exaltación de un gusto estético resulta central para el protagonista de La línea de la belleza. Leemos los lamentos de Nick acerca de la pobreza estética de los tories tradicionales y sus trajes azules, su hastío por la dimensión operática de algún film que transcurre en ciudades sin alma, o que en las últimas obras de Henry James se le concede más importancia a la belleza justamente porque sus personajes son más feos, sobre todo moralmente. El gusto de Nick se nutre de valores esencialmente humanos: no es un gusto irreductible e incomunicable.

El título de la novela también alude al pintor inglés William Hogarth (1697-1764) y su teoría de lo bello, que el pintor condensó en la defensa del rococó y de las líneas serpentinas. Al imperio de la estética posmoderna de la década de 1980, Nick opone un gusto básicamente clásico: la obra de arte –una estatua, un edificio– no puede separarse por completo de cierta forma de objetividad. No se trata entonces de un gusto porque sí y punto, de la justificación tan siglo XX de que “sobre gustos no hay nada escrito”. Esta cuestión estética permite ver de modo químicamente puro muchos otros problemas centrales, de corte social o político o ético: como por ejemplo la paradoja de que si en los ‘80 se hablaba de la muerte del hombre, nunca hubo antes en la historia una reivindicación tan enérgica de la autonomía individual, de las libertades sociales y los caprichos estéticos.

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