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Domingo, 17 de marzo de 2013

El infierno tan temido

 Por Ana Fornaro

Esta podría ser una novela sobre la violencia de género. Una denuncia de los femicidios, una ficcionalización de lo que vemos a diario en las noticias. Es lo que atraviesa la narración. Sin embargo, Silva Schultze eligió contar la historia a través de otra de sus víctimas: el niño. Alvaro, que en el presente de la narración es un joven que trabaja en una inmobiliaria, merodea por las noches los apartamentos vacíos que tiene para alquilar mientras reconstruye en silencio el miedo feroz, la rabia y la culpa de una infancia deshecha. Una separación violenta, un padre que no soportó que su mujer lo dejara y se dedicó al acecho y al acoso. Y a su vez, una madre que no pudo proteger al hijo, contenerlo, porque ella misma no podía lidiar con su propio miedo. Pero ésta también podría ser una novela sobre el peso de los espacios, de los vacíos y de los repletos. Sobre los ruidos cotidianos: un teléfono que suena sin cesar y atormenta, una puerta que es golpeada con vehemencia y que parece venirse abajo. En Siempre será después, todos estos elementos se confabulan para otorgarle una densidad a la narración que se vuelve física. Con capítulos que alternan la tercera y la segunda persona, la narradora le presta su voz al Alvaro adulto, le da las palabras que él nunca pudo decir. “Sabe muy bien que un juez le prohibió ir a buscarte. El, tu padre, lo sabe muy bien desde que una tarde, hace unos meses, te sacó de la escuela antes de que empezara el recreo, te llevó a un bar, te compró un refresco, te miró fijo y hablando en voz baja, con ese tono bajo que era como un grito destemplado, te preguntó a qué hora había venido tu madre, y te dijo: Alvaro, decime el nombre del tipo que coge a tu madre; y vos no se lo contaste después a tu madre, vos no sabías si contarle o no a tu madre”.

En esta narración, cada palabra está medida y el lector tiene la sensación, gracias al manejo de las imágenes y del ritmo, que no existe otra forma de nombrar las cosas. Que hubo que inventar otro lenguaje para contar lo indecible. Y es justamente lo que logra Marisa Silva Schultze de forma magistral en su última novela.

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    Por Ana Fornaro
 
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