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Sábado, 11 de abril de 2015

Un proyecto de tontos

En un tranquilo rincón de Villa del Parque, el macrismo quiere peatonalizar un pasaje sin tránsito, enrejar una plazoleta apacible y pavimentar una calle de empedrado curvado.

 Por Sergio Kiernan

Buenos Aires parece una locura porque en buena parte de su tejido urbano lo es, con un tránsito alocado, calles estrechas, transporte público atronador de ruidoso, excesiva densidad y un espanto de movimiento. Para los que recuerdan una ciudad más tranquila y silenciosa, la vivencia de locura se agrava porque se recuerdan los barrios como lugares de pocos autos, calles vacías, cielo abierto y hasta pajaritos que se escuchan. Pero Buenos Aires es inmensa y todavía da para todo, hasta para algún rincón de Villa del Parque donde los chicos juegan a la pelota en la calle sin mayores peligros. En este barrio del primer oeste porteño hay un rincón de paz y casas bajas. Es tan lindo y raro, que el macrismo en funciones ya anunció que va a arruinarlo.

Este año se está notando la nueva tendencia del negocio inmobiliario en su forma más especulativa. Como las zonas porteñas más deseables ya están saturadas, como crecen los límites a las alturas y cada vez es más difícil lograr excepciones, convenios urbanos y licencias especiales, los especuladores se están mudando a los barrios. Su descubrimiento es que existen amplias zonas de casas, barrios enteros de baja densidad, que los especuladores quieren sacar del “atraso” y llenar de departamentos. Por algo los vecinos de Versalles, Villa del Parque, Floresta y zonas aledañas andan impulsando drásticos recortes en las alturas permitidas.

Quien se acerque a la zona de Teodoro Vilardebó y Jonte se encontrará con este proceso en pleno florecimiento. Casas y más casas, con edificios de hasta once pisos asomando como torres en un contexto tan grato y bajo. El macrismo está deleitado, porque para ellos esto es un triunfo de la solidaridad con las empresas. Y están tomando medidas para que los edificios en altura se expandan, para transformar un barrio en otro mazacote de gente que no entra. Una de las primeras medidas involucra las plazas.

La calle Vilardebó sigue empedrada con el ya muy raro etilo en arquería, de piedra chica describiendo curvas, como en el bulevar Olleros. La calle necesita reparaciones, porque un siglo largo de tránsito la dejó ondulada y es hora de un mantenimiento. Pero el plan es otro, porque entre Jonte y Santo Tomé, la Vilardebó aloja un capricho urbano, el pasaje Martín Pescador. La curiosidad es que este pasaje nace y muere en la misma calle: arranca a mitad de cuadra entre Jonte y Lascano, hace una curva, sigue paralelo a Vilardebó, cruza Lascano, cruza Arregui, se vuelve a curvar y asoma otra vez a la misma Vilardebó. En total tiene cuatro manzanitas completamente irregulares, de una paz ya rara, con casas de un piso, alguna de dos y algunísima de dos más un quincho como un mirador.

En el pasaje ni tránsito hay, porque en términos de autos no sale de ninguna parte y no llega a ningún lugar, con lo que cada vecino que tiene auto tiene un lugar en la puerta. Los pibes van y vienen sin mirar y los pajaritos se hacen escuchar con certeza. Para mejor, el Martín Pescador tiene tres espacios verdes, dos creados por los vecinos y el tercero, por la municipalidad. Uno hasta tiene nombre de plazoleta, Arco Verde, y mástil, todo cuidado por los vecinos. El otro es también un recorte de la línea municipal en la otra curva, pero cuidado por un vecino que le puso una baranda. El tercero es la más convencional plazoleta Lindor Sotomayor, delineada por las minicalles Jácharl y Coronel Robles.

La Sotomayor es un gran arenero con juegos en muy buen estado –fueron renovados hace relativamente poco– con un gran veredón perimetral colorado, bordes de cantero de ladrillo redondeado durísimo y una arboleda añosa. Faltan bancos –cuenta la leyenda que fueron destruidos por una vecina que odiaba a las parejas que los usaban al atardecer–, pero hay un murete cómodo para sentarse. La plazoleta tiene poco tránsito hasta en feriados, con chicos jugando, madres tomando mate, gente haciendo tiempo tranquila, pibes estudiando y hasta algún jubilado proverbial.

Pues el macrismo la va a enrejar, va a asfaltar la calle Vilardebó y va a hacer una peatonal en el pasaje.

Esta tontera fue anunciada este verano de un modo que muestra a la vez la frivolidad y el miedo a los vecinos que caracterizan al PRO. Un buen día, martes, aparecieron empleados del gobierno porteño de remera amarilla repartiendo volantes convocando para una reunión al día siguiente, miércoles, a las cinco de la tarde. Mal día y mal horario para los que trabajan, pero entre menos vecinos, mejor. Al día siguiente se aparece en la plazoleta algo impresionante, una regia casa rodante con un toldo lateral plegadizo, cargada de sillas y con más empleados vestidos de amarillo. Se hace la reunión, se muestra el plan, se corta con sequedad a los que rezongan o cuestionan, se desarma todo y se promete “un plan” que tenga en cuenta las objeciones. Cuando parten, aparecen un par de comuneros de la oposición, que se enteran asombrados de que la reunión no era a las siete, como les habían dicho.

Los vecinos no le encuentran explicación a la idea de enrejar su pequeña plaza, excepto por una vecina que sueña con que nunca más aparezcan por ahí los chicos, que no la dejan descansar con tanto ruido. Cuando le explicaron que la plaza enrejada no cerraría a la hora de la siesta, hasta la señora perdió el entusiasmo. Tampoco nadie entendió por qué habría que peatonalizar su pasaje, por el que nunca pasan transeúntes, apenas ellos cuando van a casa. Y mucho menos por qué habría que aumentar la velocidad de la calle Vilardebó asfaltándola, cuando ahora es una calle bacheada pero lenta y segura para los que viven por ahí.

Una respuesta posible es que el Martín Pescador pase a ser el proyectito urbano de la foto para un barrio que, como se dijo, se está densificando y llenando de torres. Plazoleta y pasaje pasarían a ser un espacio abierto, un mall urbano que mezcla plaza convencional con plaza seca. Si a los vecinos que viven tan tranquilos les hacen mudar los coches y los llenan, ahora sí, de gente, jorobarse, que esto es progreso y nada lo detiene.

Espacios verdes

De paso, el macrismo podrá anotar el mismo pasaje Martín Pescador como un espacio verde, o tratar de hacerlo. Resulta que la Dirección General de Estadística y Censo del Ministerio de Hacienda porteño computa como espacios verdes las plazas y parques, pero también los patios, patios recreativos, polideportivos y “otros espacios diversos mantenidos por la Dirección General de Espacios Verdes en la que tan ilustremente revistan amateurs como Patricio Di Stefano. O sea, tramposamente se cuenta cualquier espacio público municipal como espacio verde, aunque sea una cancha de tenis, una pista de atletismo, un patio embaldosado o una plaza seca, cubierta por completo de cemento.

Pese a la trampita, los números no le cierran al macrismo por ningún lado. Según las propias estadística de Hacienda porteña, el PRO recibió la ciudad con un promedio de 0,60 hectárea por habitante, pero ahora la entregará al sucesor de Mauricio Macri con 0,59. En el 2011 lograron mostrar un progreso a 0,63 contando la Reserva Ecológica, 353 hectáreas que en realidad no le pertenecen a la Ciudad y luego tuvieron que dejar de contar. Usando algo de rigor, como el del gráfico que acompaña esta nota y está basado en información del mismo organismo, resulta que la ciudad ganó algunas hectáreas en plazas –aunque no sean todas verdes, pero en fin– y perdió 100 en parques. ¿Qué pasó? Que entre 2012 y 2013 se perdieron los espacios verdes de la 9 de Julio, considerados un parque lineal, para hacer el metrobus.

Y pensar que los candidatos del PRO andan usando como una de sus consignas políticas la de seguir haciendo una ciudad más verde.

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