Jueves, 7 de enero de 2016 | Hoy
EL MUERTHO DE TIJUANA, ALTO VIVO
El performer mexicano engorda su fama de freak santero y satanista.
Por Hernán Panessi
Como en un choque, uno no debe darse vuelta a mirar pero lo hace. El Muertho de Tijuana abre su mano y estira sus dedos intentando tocarle los huevos a alguien al pasar. “Tengo muy despierta a mi mujer interna”, dice y se justifica. Cruz cristiana al cuello, tanga, corpiño, largo tapado negro de cuero, velo de luto que cubre su cara, zapatos con plataforma y maquillaje a lo KISS: este artista y performer mexicano es uno de los personajes más marcianos y bestiales aparecidos en los últimos tiempos.
De chico nunca tuvo novias, recibió mucho bullying y siempre la tuvo difícil, pero ahora se acostumbró a ser una suerte de Cristo moderno: a su paso, todos quedan perplejos, absortos, fritos. “Chinga tu madre, Dios, me hiciste feo”, maldice y deja entrever sus dientes. Sin trabajo, empezó a cantar en los mercados públicos con una charola de limosna a los pies. Las monedas le dieron de comer, pero allí se despertó el monstruo. El Muertho acaba de publicar un disco llamado Padre Santo: una electrónica satanista y católica, un synthpop de espíritu lúgubre y pegadizo.
“La gente me ve con lástima y cariño. Lástima por mi edad de viejo y cariño porque ven en mí algo inexplicable”, comenta mientras se hace espacio para abrazar a un mendigo. “Mi sueño es que no haya tantos robots y que haya más Maradonas, Cristos con la verga bien parada.” El discurso del Muertho no tiene un ápice de pose ni simulación: todo lo que fluye en él es auténtico, único e indivisible. No está demente, no está drogado, no simula estarlo: El Muertho de Tijuana es así.
Es de esos artistas que, cuando los japoneses lo conozcan, se prenderán fuego. Nunca se sale de personaje, ni para desayunar ni entre amigos ni al tener sexo. Por caso, sus temas –mántricos, bailables, depresivos y chispeantes– hablan de su vejez (Viejo decrépito) y enfermedades (Maldita diabetes), de quitarse la vida (Me suicidaré), novias ligeras (Vestimenta de buscona) y Cristos modernos (Ha regresado), un concepto que flota en todo su discurso, una entelequia que refiere a representantes de carne y hueso de Jesús. “¿Qué haría el mundo sin ti, papito?”, desliza mimoso.
“¡A la verga los viejos frívolos! ¡Arriba los niños con ilusiones!”, exclama mientras se hace lugar entre los asientos de un club donde ocurre una jornada de lucha libre. El Muertho vive una descontextualización fortísima: es un artista marginal que los jóvenes modernos empezaron a adorar. ¿Un poco lo que le pasa a Daniel Johnston? Puede ser. Incluso, también dibuja tiras cómicas que un amigo sube a Facebook. Se hizo famoso en YouTube, engorda visitas en su contador y, saliendo de la jurisprudencia de Internet y los hipsters de Tijuana, hasta el New York Times habló de él.
Detrás de esos acordes tenebrosos, su porte metalero kitsch y cualquier primer vistazo que se presuma violento, El Muertho tiene un corazón sensible: ama todo lo que ve. “Si estás bonito como Elvis Presley, éxito seguro. Si estás feo como El Muertho, disfrázate, vístete o hazte cirugía, porque como te ven te tratan.” Mientras tanto, sin perder tiempo, estira su mano para tocar otros huevos y exige que salga este mensaje: “Diego, yo también quiero que me empeines como a los ingleses”.
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